Entre CafΓ© y Eternidad: π‚π¨π§π―πžπ«π¬πšπœπ’Γ³π§ 𝐒𝐦𝐚𝐠𝐒𝐧𝐚𝐫𝐒𝐚 𝐞𝐧𝐭𝐫𝐞 𝐉𝐨𝐬é π†π«πžπ π¨π«π’π¨ π‡πžπ«π§Γ‘π§ππžπ³ 𝐲 π‚πšπ«π¦πžπ§ π‘πžπ§ππ’π₯𝐞𝐬

La madrugada olΓ­a a cafΓ© reciΓ©n colado, como en las casas venezolanas cuando aΓΊn no amanece. 

Elizabeth SΓ‘nchez Vegas
Publicado el 17 de octubre de 2025

Entre las sombras, dos figuras se encontraron: el mΓ©dico con su maletΓ­n eterno y la monja de hΓ‘bito blanco que convirtiΓ³ la carencia en milagro. Se sentaron frente a frente, como si hubieran quedado citados desde siempre.

—Hermana Carmen, ¿oyΓ³ el alboroto? —preguntΓ³ JosΓ© Gregorio con una sonrisa leve de quien trae buenas noticias—. ¡Hasta en los barrios estΓ‘n ensayando misas con guitarras! Parece que este domingo Venezuela entera va a Roma.

—Doctor, ¿y acaso no es justo? —respondiΓ³ ella con dulzura—. Tras tantos aΓ±os en estampitas arrugadas y oraciones murmuradas en la penumbra, era hora de que el mundo reconociera lo que el pueblo siempre supo: que la santidad tambiΓ©n habla con acento venezolano.

JosΓ© Gregorio bajΓ³ la mirada, recordando su juventud.

—Yo querΓ­a ser sacerdote, pero me dejaron con las ganas. Al final terminΓ© siendo mΓ©dico. Y mire usted, ahora me canonizan igual. QuΓ© cosas tiene Dios, que escribe recto con lΓ­neas torcidas.

—Y yo nacΓ­ sin un brazo —dijo ella, posando la mano sobre la mesa como quien revela un secreto ya viejo—, y nunca me faltΓ³ nada. Es curioso: las ausencias se vuelven caminos para que la fe invente milagros.

El silencio se llenΓ³ de pΓ‘jaros invisibles, como si los llanos hubieran mandado su mΓΊsica.

—Hermana, ¿se imagina lo que sentirΓ‘n en IsnotΓΊ, en Caracas, en los llanos infinitos? —preguntΓ³ Γ©l con un brillo en los ojos.

—Lo sΓ©, doctor: se llenarΓ‘n de orgullo. Este es el tiempo en que nuestra Venezuela darΓ‘ frutos de eternidad. 

JosΓ© Gregorio asintiΓ³ despacio, como si estuviera examinando la historia clΓ­nica de una naciΓ³n entera.

—A veces pienso que nuestra canonizaciΓ³n es un signo. Como diciΓ©ndole al paΓ­s: “Miren, ya tienen santos de su propia tierra… y miren cΓ³mo todo empieza a ordenarse”.

Carmen sonriΓ³, sin premura:

—Exacto, doctor. Hoy Venezuela tiene presidente; tiene a MarΓ­a Corina Machado, reconocida con el Premio Nobel de la Paz; y tiene un pueblo que nunca dejΓ³ de creer. Todo estΓ‘ en su sitio.

—Y lo mΓ‘s hermoso —aΓ±adiΓ³ Γ©l— es que esto no lo decidiΓ³ la polΓ­tica ni el azar: lo decidiΓ³ Dios.

—AsΓ­ es. Venezuela no es un paΓ­s derrotado, es un paΓ­s luminoso. Aun en medio del dolor supo mantener la fe, y ahora esa fe florece como un Γ‘rbol en primavera.

—Hermana, yo quiero que este domingo los venezolanos no lloren de tristeza, sino de alegrΓ­a. Que sientan que el cielo se abre para ellos y comprendan que su paΓ­s estΓ‘ llamado a levantarse, a mostrarse al mundo como ejemplo de esperanza.

—Yo tambiΓ©n lo quiero, doctor. Y que sepan que no estamos lejos: seguimos a su lado, intercediendo, cuidando, recordΓ‘ndoles que son capaces de grandeza.

JosΓ© Gregorio riΓ³ bajito, como quien suelta una verdad sencilla:

—Entonces hagamos trato, hermana: cuando nos nombren en Roma, usted intercede por los que estΓ‘n afuera, yo por los que siguen adentro, y entre los dos hacemos puente hasta que Venezuela entera se abrace.

Carmen levantΓ³ la mirada, con la serenidad de las que saben esperar:

—Trato hecho, doctor. Porque al final, mΓ‘s que santos, somos compatriotas. Y hoy podemos decirlo sin titubeos: Venezuela tiene lΓ­der, presidente y paz; y tiene santos. Lo demΓ‘s se ordena con la gracia.

El cafΓ© humeΓ³ una ΓΊltima vez sobre la mesa invisible. Y allΓ­ quedaron, en esa conversaciΓ³n que nadie oyΓ³, con la certeza de que este domingo Venezuela no mira hacia Roma: es Roma la que mira hacia Venezuela, porque el cielo ya decidiΓ³ sonreΓ­rle a su Tierra de Gracia.



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