Publicado el 17 de octubre de 2025
Entre las sombras, dos figuras se encontraron: el mΓ©dico con su maletΓn eterno y la monja de hΓ‘bito blanco que convirtiΓ³ la carencia en milagro. Se sentaron frente a frente, como si hubieran quedado citados desde siempre.
—Hermana Carmen, ¿oyΓ³ el alboroto? —preguntΓ³ JosΓ© Gregorio con una sonrisa leve de quien trae buenas noticias—. ¡Hasta en los barrios estΓ‘n ensayando misas con guitarras! Parece que este domingo Venezuela entera va a Roma.
—Doctor, ¿y acaso no es justo? —respondiΓ³ ella con dulzura—. Tras tantos aΓ±os en estampitas arrugadas y oraciones murmuradas en la penumbra, era hora de que el mundo reconociera lo que el pueblo siempre supo: que la santidad tambiΓ©n habla con acento venezolano.
JosΓ© Gregorio bajΓ³ la mirada, recordando su juventud.
—Yo querΓa ser sacerdote, pero me dejaron con las ganas. Al final terminΓ© siendo mΓ©dico. Y mire usted, ahora me canonizan igual. QuΓ© cosas tiene Dios, que escribe recto con lΓneas torcidas.
—Y yo nacΓ sin un brazo —dijo ella, posando la mano sobre la mesa como quien revela un secreto ya viejo—, y nunca me faltΓ³ nada. Es curioso: las ausencias se vuelven caminos para que la fe invente milagros.
El silencio se llenΓ³ de pΓ‘jaros invisibles, como si los llanos hubieran mandado su mΓΊsica.
—Hermana, ¿se imagina lo que sentirΓ‘n en IsnotΓΊ, en Caracas, en los llanos infinitos? —preguntΓ³ Γ©l con un brillo en los ojos.
—Lo sΓ©, doctor: se llenarΓ‘n de orgullo. Este es el tiempo en que nuestra Venezuela darΓ‘ frutos de eternidad.
JosΓ© Gregorio asintiΓ³ despacio, como si estuviera examinando la historia clΓnica de una naciΓ³n entera.
—A veces pienso que nuestra canonizaciΓ³n es un signo. Como diciΓ©ndole al paΓs: “Miren, ya tienen santos de su propia tierra… y miren cΓ³mo todo empieza a ordenarse”.
Carmen sonriΓ³, sin premura:
—Exacto, doctor. Hoy Venezuela tiene presidente; tiene a MarΓa Corina Machado, reconocida con el Premio Nobel de la Paz; y tiene un pueblo que nunca dejΓ³ de creer. Todo estΓ‘ en su sitio.
—Y lo mΓ‘s hermoso —aΓ±adiΓ³ Γ©l— es que esto no lo decidiΓ³ la polΓtica ni el azar: lo decidiΓ³ Dios.
—AsΓ es. Venezuela no es un paΓs derrotado, es un paΓs luminoso. Aun en medio del dolor supo mantener la fe, y ahora esa fe florece como un Γ‘rbol en primavera.
—Hermana, yo quiero que este domingo los venezolanos no lloren de tristeza, sino de alegrΓa. Que sientan que el cielo se abre para ellos y comprendan que su paΓs estΓ‘ llamado a levantarse, a mostrarse al mundo como ejemplo de esperanza.
—Yo tambiΓ©n lo quiero, doctor. Y que sepan que no estamos lejos: seguimos a su lado, intercediendo, cuidando, recordΓ‘ndoles que son capaces de grandeza.
JosΓ© Gregorio riΓ³ bajito, como quien suelta una verdad sencilla:
—Entonces hagamos trato, hermana: cuando nos nombren en Roma, usted intercede por los que estΓ‘n afuera, yo por los que siguen adentro, y entre los dos hacemos puente hasta que Venezuela entera se abrace.
Carmen levantΓ³ la mirada, con la serenidad de las que saben esperar:
—Trato hecho, doctor. Porque al final, mΓ‘s que santos, somos compatriotas. Y hoy podemos decirlo sin titubeos: Venezuela tiene lΓder, presidente y paz; y tiene santos. Lo demΓ‘s se ordena con la gracia.
El cafΓ© humeΓ³ una ΓΊltima vez sobre la mesa invisible. Y allΓ quedaron, en esa conversaciΓ³n que nadie oyΓ³, con la certeza de que este domingo Venezuela no mira hacia Roma: es Roma la que mira hacia Venezuela, porque el cielo ya decidiΓ³ sonreΓrle a su Tierra de Gracia.
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