Reporte Católico
Laico publicó un artículo sin desperdicio de, la
periodista Macky Arenas, en el que anima a asumir un testimonio de vida
cristiana, como nuestros obispos y el fallecido Cardenal Castillo Lara, Castillo Lara, para hablar ahora “cuando la
urgencia es grande”
Macky Arenas
Es justo recordar, en estos tiempos de cobardías y de
inconsistencias –que es otra forma de cobardía- pero también de coraje y pasos
al frente, al prelado de la Iglesia Católica que abrió los fuegos en un
escenario fundamental para el compromiso creyente: la Misa con que termina la
jornada dedicada a la Divina Pastora de Lara. Es la devoción más impresionante
que el país conozca y la convocatoria más imponente de toda América.
Comenzaba
el año 2006 y el Cardenal Rosalio Castillo Lara, el venezolano
considerado como de mayor proyección exterior después de Francisco de
Miranda, fue invitado a pronunciar la homilía. Había regresado a Venezuela
después de servir por décadas en Roma donde llegó a ejercer simultáneamente
como Gobernador de la Ciudad del Vaticano y Administrador de la Santa Sede
durante el papado de Juan Pablo II. En aquella festividad mariana no dijo nada
que ahora no digan sus hermanos obispos y cardenales, pero fue profético. Lo
fue por adelantado y lo fue por certero.
En
medio de grandes presiones y cumpliendo con su deber de venezolano, Castillo
Lara advirtió públicamente el peligro: “Nos encontramos en una situación de extrema gravedad como muy
pocas en nuestra historia. Un gobierno elegido democráticamente hace siete años
ha perdido su rumbo democrático y presenta visos de dictadura, donde todos los
poderes están prácticamente en manos de una sola persona que los ejerce
arbitraria y despóticamente; no para procurar el mayor bien de la nación, sino
para un torcido y anacrónico proyecto político: el de implantar en Venezuela un
régimen desastroso como el que Fidel Castro, a costa de tantas vidas humanas y
del progreso de su nación, ha impuesto a Cuba”. Eso fue lo que dijo Su Eminencia el 14 de enero de 2006,
en esa homilía en Barquisimeto, el día de la Divina Pastora.
No
podía haber sido de otra manera. Hay gente que ve lo que otros no ven y se
atreve ante lo que los demás vacilan. Desde esa tarima hizo el trazado de lo
que se nos venía encima y exigiría el compromiso frontal de la Iglesia
venezolana. Juan Pablo II fue claro:
“Cuando la dignidad de la persona humana y sus derechos están en juego, eso es
un asunto de la Iglesia”. Castillo Lara
dio testimonio de ello. Para hablar, cualquier escenario es propicio cuando la
urgencia es grande.
La ecuación es simple: el ser humano ha sido creado a
imagen y semejanza de Dios. Esa es la fuente de todos los derechos y a nadie
está permitido alienarlos. Denunciar y condenar los intentos de oprimir a los
pueblos es tarea de los pastores y forma parte de su prédica más elemental.
Ineludible. No es política lo que se hace, sino Evangelio el que se proclama.
Hoy,
la Iglesia venezolana no se ha quedado atrás. Tampoco ha desmerecido de antecesores
como Mons Montes de Oca, Mons Hernández Chapellín, Mons Arias Blanco, más
recientemente el Cardenal Castillo Lara y tantos otros obispos, sacerdotes y
religiosos, la mayoría anónimos, que han cumplido a cabalidad con Dios, su
Iglesia, su Patria, han sido fieles a su misión y a su conciencia.
Como
bien ha señalado la Conferencia Episcopal, a lo largo de tantas exhortaciones,
estamos ante la imposición de un proyecto moralmente inaceptable. Y lo
escribimos sin comillas, como para hacer totalmente nuestras esas palabras. Los
obispos han sido firmes, valientes, unidos en una sola voz, cada uno pendiente
de su diócesis, atentos al sufrimiento y dispuestos al consuelo y el
acompañamiento. Firmes pero respetuosos. Su parte “de guerra” es el llamado al
encuentro y la rectificación. Responsablemente dateados. Están pautando
la agenda con su mensaje en coherencia con su comportamiento. Conocen mejor que
nadie los problemas y aportan alternativas. Compensan lo que tanto calculador
barato –aspirante a dirigir lo que sea- se priva de asumir, a pesar de que
abunda el discurso come-candela pero vacío de contenido y compromiso a la hora
de poner las cartas sobre la mesa y tomar los riesgos a que haya lugar.
Por
eso declaro, sin el menor esguince, que el único uniforme que respeto es la
sotana. No hay muchas caminando por allí en estos días, es verdad, pero me
tranzo por el clergyiman*, que igualmente uniforma a quienes llevan la
compasión de Cristo en su corazón.-
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