Elías Pino Iturrieta: "Comentarios personales sobre el liderazgo de María Corina Machado"

 

Tal como nos dice el autor, esta es una reseña personal sobre la figura de María Corina Machado y su liderazgo. No se trata, de ninguna manera, de un análisis exhaustivo de María Corina desde una perspectiva sociológica y mucho menos política. Son apreciaciones sobre una figura femenina que se ha convertido en todo un fenómeno político-electoral en la Venezuela de estos días y así deben ser leídas.

Elías Pino Iturrieta  | Revista COMUNICACIÓN
Publicada el 3º y 4º Trimestre de 2024

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Hay asuntos relevantes, como el de la influencia avasallante de una mujer en la política venezolana, que se pueden responder partiendo de una pregunta simple, de un asunto que puede descubrir cualquiera después de una breve indagación. La pregunta es la siguiente: ¿cuándo una mujer fue ministra por primera vez en Venezuela? 

Hay que esperar hasta el gobierno del presidente Leoni, sucedido entre 1964 y 1969, para que el portento se haga realidad. Entonces Aura Celina Casanova ocupa el ministerio de Fomento, si no recuerdo mal. Pudo ser otro ministerio, no importa, porque lo que ahora interesa es pensar en la demora del ascenso de una figura del sexo femenino, o en cómo después tampoco se abre una autopista para que una de ellas reine a placer en el centro de la escena. Quizá más tarde Mercedes Pulido de Briceño, durante el gobierno de Herrera Campíns, sucedido entre 1979 y 1984, destacara por una acción capaz de determinar conductas masivas, no en balde se debió a su empeño la reforma del Código Civil, con todo lo que el aporte significó para la vida de la sociedad.

Pero hasta allí llega la fiesta de las mujeres, pese a que no pocas ocuparon cargos en el gabinete ejecutivo, en los institutos autónomos, en los partidos políticos, en el Congreso Nacional, en gobernaciones de estados, en las universidades y en la parcela de la pluma, la investigación y las bellas artes.

Terminaron un monopolio masculino que se ejercía desde 1830, fecha del natalicio de la república, un predominio avasallante de levitas y corbatines, de espadas y polainas, de experiencia y pupitre sobre el cual nadie se atrevió a discutir porque ni siquiera con la competencia incómoda de las faldas pasaba trances de vida o muerte. Pero en dos ocasiones dos de ellas ascendieron al estrellato, se pudiera argumentar, debido a que llegaron hasta el escalafón de candidatas presidenciales.

Se trata de Ismenia de Villalba e Irene Sáez, en quienes pensó la sociedad para que la representara en Miraflores. Muy cierto, si antes no preguntamos sobre los motivos de su elevación. En el caso de la primera, debido a ser esposa de un líder fundamental de la democracia, el celebérrimo Jóvito Villalba; y en el predicamento de la otra, por la oportunidad que vio en ella un político astuto como Herrera Campíns ante la falta de figuras de su género en medio de una severa crisis de liderazgo. Fracasó estrepitosamente con la nominada, dicho sea de paso. Merodearon las dos en la cúpula y provocaron atención, sin duda, pero debido a decisiones de los capitanes de los partidos y de la administración pública que solo se fijaron en tafetanes debido a una lastimosa y pasajera falta de pantalones. Si aportaron alguna iluminación fue por linternas prestadas. Las dos no pasan de lo anecdótico, por consiguiente.

El fijarse en una docena de mujeres, o cuando mucho en un centenar, se puede considerar como la subestimación de una proeza llevada a cabo colectivamente por ellas desde la antigüedad venezolana, para salir de la morada doméstica y para disminuir la dependencia de los varones, para librarse de su sujeción. No poco he investigado esa historia y retengo en la memoria las citas eclesiásticas del siglo XIX, que hasta se ocupaban de normar su vestuario para evitar escándalos públicos; y también los textos de los periódicos liberales y de los manuales de urbanidad que las consideraban veleidosas, remilgadas o tontas del cerebelo.

La superación de tales pautas fue obra de ellas, no pocas veces sin el auxilio de sus padres, de sus hermanos, sus maridos y amigos. Pero la conquista del lugar que les correspondía llegó hasta la situación de la actualidad, es decir, hasta la ocupación de cargos de relevancia y la expresión de ideas susceptibles de consideración general, de estima indiscutible, pero nunca hasta la preponderancia que ostenta María Corina Machado. 

Ninguna mujer ejerció antes una influencia de tanta trascendencia en la sociedad. Ni siquiera una prócer tan renombrada desde la época de la Independencia, como Luisa Cáceres de Arismendi, cuya participación en los sucesos de la época no determinó para nada la suerte de la epopeya. Ni siquiera la popular Misia Jacinta después de la Guerra Federal, debido a que la muestra de sus habilidades politiqueras debe atribuirse a la aplastante presencia de un temible caudillo, su marido, con el machete en la mano. 

Mucho menos otra súper célebre, la diva Teresa Carreño, creación de la memoria colectiva que en su época tal vez no pasara de llamar la atención de unos pocos como pianista, o por sus matrimonios escandalosos. Ni la primera de gran pluma, Teresa de La Parra ya en el siglo XX, toda una ponderación del porvenir. Y así sucesivamente. Las aclamamos por la necesidad de tener estatuas con encajes y porque ciertamente destacaron en su tiempo y porque hicieron cosas de importancia, pero sin que la historia cambiara rumbos debido a ellas. Ni porque ellas pretendieran que cambiara. Tal vez solo se contentasen con una marcha apetecida de sus destinos, sin otra mira que la ventura personal, o saliéndose de sus carriles solo un poco sin clamar por las multitudes. El caso de María Corina Machado es diverso en términos absolutos.

El liderazgo de María Corina Machado se diferencia de alguna preponderancia anterior de las mujeres por su alcance y  profundidad. Es un fenómeno que llega hasta todos los rincones del mapa y que ha penetrado todos los estratos de la sociedad. No hay lugar de Venezuela en el que no se haya convertido en esperanza, ni casa rica o pobre que no le haya abierto sus puertas. Ni siquiera los poderosos partidos de la democracia representativa, AD y Copei, elevaron a una figura susceptible de contar con semejante unanimidad. Afirmación problemática, debido a que invita a una analogía con protagonistas tan relevantes como Rómulo Betancourt y Rafael Caldera, y a escarbar en lo que se puede considerar como un extravío en las minucias, pero es evidente que ni en lo geográfico ni en las diferencias de la distribución de la riqueza ha encontrado escollos la señora. Tal es su situación en la actualidad, hasta el punto de que pueda afirmarse, sin posibilidad de cavilaciones, que nadie jamás influyó en el pueblo como lo viene haciendo ella. Mayor problema para la afirmación, debido a que no solo se sustenta en la elevación de una mujer sobre las otras de antes y de su actualidad, sino también sobre la preponderancia de varones históricos.

Seguramente los politólogos y los sociólogos tendrán explicación para el fenómeno, de manera que apenas ahora me atrevo con unos acercamientos. El primero se vincula con el descalabro de los partidos políticos –antiguos como AD y Copei, y recientes como Primero Justicia y Voluntad Popular–, incapaces de recobrar el mensaje atrayente de sus inicios, desérticos en la proposición de figuras atractivas de recambio en sus cúpulas. El segundo advierte el nacimiento de una nueva organización, Vente Venezuela, crecida en silencio y capaz de crear una estructura disciplinada y eficaz para construir entre ruinas, para hacer que todos los caminos llevasen al hogar de una figura primordial. El tercero se aferra al deslumbramiento de la elección primaria de la oposición, que cambió el rumbo de los asuntos públicos cuando confirmó la irrelevancia de la mayoría de las toldas mientras exhibía la consistencia de la nueva en medio del calor popular, y cómo ese flamante lugar era la fortaleza de la única figura que había soportado el paso de uno de los tiempos más penumbrosos de la república, la tempestad “bolivariana”, la molienda oscura: María Corina Machado.

Más todavía. Se me ocurre que la idea de la primaria fue alimentada por María Corina para probar la ineficacia de la mayoría de las organizaciones opositoras y para iniciar su ascenso personal sin piedras en el camino, libre de trabas y orientada a la cumbre. Si tal fue el caso, si metió a los enanos en una trampa dorada que apenas advirtieron a última hora, según presiento sin otro instrumento que mi nariz, es indiscutible que estamos frente a un liderazgo inédito, es decir, histórico.

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ELÍAS PINO ITURRIETA Escritor, profesor universitario e historiador venezolano. Fue director de la Academia Nacional de la Historia. Actualmente es presidente ejecutivo de la Fundación para la Cultura Urbana.

Artículo publicado en la revista COMUNICACIÓN (Nros 207-208) 3º y 4º trimestre de 2024, On line: chrome-extension://efaidnbmnnnibpcajpcglclefindmkaj/https://revistacomunicacion.com/wp-content/uploads/2024/09/Comunicacion-207-208.pdf 

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