“La guerra es una locura”, dijo el Papa, durante la misa que presidió en
el Monumento Militar de Redipuglia, en la provincia italiana de Gorizia, con motivo
del centenario de la Primera Guerra Mundial.
Ciudad del Vaticano, 13 septiembre 2014 (VIS).-El Santo Padre salió del
Vaticano en helicóptero a las 8,00 y aterrizó en el aeropuerto de Ronchi de los
Legionarios poco antes de las 9.00 donde fue recibido por el arzobispo de
Gorizia Carlo Alberto Maria Redaelli. Desde allí se desplazó en coche al cementerio
austrohúngaro de Fogliano de Redipuglia donde reposan 14.550 soldados caídos en
esta zona. A la entrada está grabada la frase “Im Leben und im Tode vereint”,
(Unidos en la vida y en la muerte). El Papa depositó una corona de flores ante
el monumento central que acoge los restos de 7.000 soldados desconocidos.
Finalizada la visita se
dirigió al Monumento Militar, un gran cementerio dedicado a la memoria de más
de 100.000 soldados italianos caídos durante la Gran Guerra, que surge en las
faldas del monte Sei Busi, una cima contendida en las primeras fases de la
Guerra y en cuya base se encuentra la tumba de Emanuele Filiberto de Saboya
Aosta, comandante de la Tercera Armada. El monumento, comenzado en 1933, fue
proyectado por el arquitecto Giovanni Greppi y el escultor Giannino Castiglioni
e inaugurado por el entonces jefe de gobierno Benito Mussolini en 1938, en
presencia de más de 50.000 veteranos de la Primera Guerra Mundial.
La primera lectura de la
santa misa narraba la historia de Caín y Abel y el Santo Padre partió en su
homilía del asesinato de Abel para condenar la indiferencia ante las guerras.
“Viendo la belleza del
paisaje de esta zona, en la que hombres y mujeres trabajan para sacar adelante
a sus familias, donde los niños juegan y los ancianos sueñan -dijo- aquí, en
este lugar, cerca de este cementerio, solamente acierto a decir: la
guerra es una locura. Mientras Dios lleva adelante su creación y
nosotros los hombres estamos llamados a colaborar en su obra, la guerra
destruye. Destruye también lo más hermoso que Dios ha creado: el ser humano. La
guerra trastorna todo, incluso la relación entre hermanos. La guerra es una
locura; su programa de desarrollo es la destrucción: ¡crecer destruyendo!
La avaricia, la
intolerancia, la ambición de poder son motivos que alimentan el espíritu
bélico, y estos motivos a menudo encuentran justificación en una ideología;
pero antes está la pasión, el impulso desordenado. La ideología es una
justificación, y cuando no es la ideología, está la respuesta de Caín: ‘¿A mí
qué me importa de mi hermano?’, ‘¿Soy yo el guardián de mi hermano?’ La
guerra no se detiene ante nada ni ante nadie: ancianos, niños, madres, padres? ¿A
mí qué me importa?
Sobre la entrada a este
cementerio, se alza el lema desvergonzado de la guerra: ¿A mí qué me importa?
Todas estas personas, que reposan aquí, tenían sus proyectos, sus sueños pero
sus vidas quedaron truncadas. ¿Por qué? Porque la humanidad dijo: ¿A mí qué me
importa? Hoy, tras el segundo fracaso de una guerra mundial, quizás se puede
hablar de una tercera guerra combatida por partes, con crímenes, masacres,
destrucciones. Para ser honestos, la primera página de los periódicos debería llevar
el titular: ¿A mí qué me importa? En palabras de Caín: “¿Soy yo el guardián de
mi hermano?”.
Esta actitud es justamente
lo contrario de lo que Jesús nos pide en el Evangelio. Lo hemos escuchado: Él
está en el más pequeño de los hermanos: Él, el Rey, el Juez del mundo, Él es el
hambriento, el sediento, el forastero, el encarcelado. Quien se ocupa del
hermano entra en el gozo del Señor; en cambio, quien no lo hace, quien, con sus
omisiones, dice: ¿A mí qué me importa?, queda fuera.
Aquí, y en el otro
cementerio, hay muchas víctimas. Hoy las recordamos. Hay lágrimas, hay luto,
hay dolor. Y desde aquí recordamos a todas las víctimas de todas las guerras. También
hoy hay muchas víctimas ¿Cómo es posible? Es posible porque también
hoy, en la sombra, hay intereses, estrategias geopolíticas, codicia de dinero y
de poder, y está la industria armamentista, que parece ser tan importante.
Y estos planificadores del terror, estos organizadores del desencuentro, así
como los fabricantes de armas, llevan escrito en el corazón: ¿A mí qué me
importa?
Es de sabios reconocer los
propios errores, sentir dolor, arrepentirse, pedir perdón y llorar. Con ese: ¿A mí qué me
importa?, que llevan en el corazón los que especulan con la guerra, quizás
ganan mucho, pero su corazón corrompido ha perdido la capacidad de llorar. ...
Caín no lloró. No pudo llorar. La sombra de Caín nos cubre hoy aquí, en este
cementerio. Se ve aquí. Se ve en la historia que va de 1914 hasta nuestros
días. Y se ve también en nuestros días.
Con corazón de hijo, de
hermano, de padre- concluyó- pido a todos ustedes y para todos nosotros la
conversión del corazón: pasar de ese ¿A mí qué me importa? al llanto por todos
los caídos de la masacre inútil, por todas las víctimas de la locura de la
guerra de todos los tiempos. El llanto, hermanos La humanidad tiene necesidad
de llorar, y esta es la hora del llanto”.
Finalizada la misa y tras
recibir el saludo del arzobispo castrense para Italia Santo Marcianò y de los
Jefes de estado Mayor y Comandantes Generales, el Obispo de Roma entregó a los
presentes la lámpara “Luz de San Francisco”, que encenderán en las diócesis
respectivas durante las celebraciones de conmemoración de la Primera Guerra
Mundial. La lámpara es un don del Sacro Convento de Asís y el aceite de la
Asociación “Libera” del sacerdote Luigi Ciotti.
Después, el Papa se despidió
de todos y se trasladó al aeropuerto Ronchi de los Legionarios para emprender
el regreso al Vaticano.
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