“…el
anciano en su falta de fuerza sólo tiene recuerdos y, por tanto, la soledad
puede ser fuente de miedos y angustias"
Fernando Castro Aguayo
Correo: fcastroa@gmail.com
Hay
dos etapas de la vida en las que somos muy vulnerables: la niñez y la
ancianidad. La imagen del hombre o la mujer
fuerte contrasta con el anciano quien en su falta de fuerzas sólo tiene
recuerdos y, por tanto, la soledad puede ser fuente de miedos y angustias.
Por
otra parte, la compañía al anciano ayuda a entender que el gran tesoro que
ellos tienen es sentirse queridos, escuchados y acompañados. Es como el niño,
siente seguridad con su madre, su padre, sus hermanos. El anciano igual, siente
seguridad en los hijos, en el cónyuge, en quien lo acompaña.
Los
ancianos son la memoria de la familia. A la vez, ellos ya han dado todo, bien o
mal, como han podido, y al final de su vida son personas igualmente. Por eso es
una gran obra de caridad, acompañar a los débiles, enfermos y ancianos. Sólo
pueden recibir afecto, compañía y cariño.
Hoy
en día además, con los medios que hay para prevenir enfermedades, los ancianos
se mueren “de viejos”, muchas veces sin una causa patológica concreta. Cada vez
más, reclama la sociedad y la familia la atención de los ancianos. Ciertamente,
la visión pragmática de la vida está llevando a algunas legislaciones a acudir
a la “muerte dulce” o al “suicidio asistido”. Viejitos que huyen de algunos
países, no los vayan a matar. A la vez, qué humanidad y qué calidad espiritual
tiene el dar “consolación” a quienes ya están en el ocaso de la vida. Sólo Dios
ve ese tesoro, porque allí está el rostro de Cristo.
La
alegría que debe acompañar estos servicios ilustra la dignidad que respetamos
en las personas. No se trata sólo de comer, asearse y cuidar unos medicamentos:
podría ser lo posible en la vida dramática que llevamos. Sin embargo, resuenan
las palabras del Señor: “Cada vez que lo hiciste con uno de estos, mis pequeños
hermanos, conmigo lo hiciste”.
Evitemos
los “depósitos de viejos”, y busquemos crear el “ministerio de la consolación y
el acompañamiento”. Esto debe existir en cada familia, en cada comunidad o
condominio, en cada parroquia, en todas partes.
Agradezcamos
a los ancianos con obras de consolación, dignidad y acompañamiento.
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