“Este 17 de marzo se
cumplirá el primer aniversario del sensible fallecimiento de mi querida madre,
Ligia Savino de Urosa. Su vida, de unos largos 98 años, fue una estela luminosa
de amor a Dios y al prójimo, de
gentileza, bondad y alegría, combinada con fortaleza, reciedumbre y
decisión”, escribió el arzobispo de Caracas
Nacida en Caracas el 12 de
enero de 1917, en el seno de una cristiana familia formada por Don Liberato
Savino, joven sastre italiano, y Doña Adelina Del Castillo de Savino,
caraqueña, hija de canarios, y con tres hermanos querendones, Ubaldo, Raúl y
Anita, Ligia fue una niña y una joven feliz. Educada en el Colegio San José de
Tarbes del centro de Caracas, asumió de corazón la formación cristiana que en
su hogar y en el Colegio había recibido. Constituyó un hogar dichoso y estable
con mi padre, Luis Manuel Urosa Joud, también caraqueño, de Petare, cuando este
era un pueblo distinto y alejado de
Caracas. Se casaron el 3 de diciembre de 1938. Con inmenso cariño y al mismo
tiempo con mano firme educaron a sus cuatro hijos, mis queridos hermanos Luis
Marcel, María Eugenia, Ana María, y yo, quienes sin duda compartimos la dicha
de tener un hogar cristiano, serio, estable y feliz. Un gran tesoro, la familia
cristiana.
Mamá se emocionó mucho
cuando le anuncié mi decisión de ser sacerdote, y me apoyó en todo momento.
Ella había consagrado sus hijos a Dios. Tuvo gran cariño a mis compañeros del
Seminario de Caracas, y durante mis largos años de estudios en el exterior sus
cartas y las de mi padre no faltaban nunca, para mantener vivo el amor filial y
la cercanía al hogar paterno. Ella y papá vivieron con alegría mi ordenación
sacerdotal y luego la episcopal. Me acompañó en Valencia durante los 15 felices
años de mi episcopado en Carabobo, y tuvo la dicha de ser estupendamente acogida
por las familias valencianas, que le dieron calor y afecto, lejos de nuestra
Caracas natal. Luego me acompañó de nuevo a mi regreso a Caracas como
Arzobispo, siempre con discreción y prudencia, sin interferir para nada en mi
actividad episcopal. Fue siempre una mujer piadosa, de fe y oración, de rosario
diario, con una tierna devoción a María Auxiliadora. Tenía gran afecto a
seminaristas, sacerdotes y obispos, y gran veneración al Papa.
En 1980 tuvo problemas de
salud que superó con gran entereza, y siempre manifestó serenidad ante las
dificultades de la vida. Sus últimos años estuvieron caracterizados por una
alegría permanente, con graciosas ocurrencias a cada momento, inclusive durante
la primera parte de su última enfermedad. A partir del 2013 la etapa final fue
de purificación y de un gran ejemplo de fe, amor y entrega a Dios. Cantaba y
oraba conmigo, con gran fe y alegría, y mantuvo siempre una actitud de
conformidad y docilidad, aunque no faltaron momentos difíciles. Varias veces
fue reconfortada con los santos sacramentos, que recibía con piedad y alegría.
El Señor se la llevó suavemente, sin dolor ni angustia. Su muerte fue serena y
apacible, como dicen que es la muerte de los santos. ¡Bendito sea Dios!
Este jueves 17 elevaremos
nuestra acción de gracias por su vida y por su ejemplo en la Iglesia de Nuestra
Señora de Chiquinquirá. Mi hermana y mis cuñados, sus nietos, bisnietos y
primos, y nuestros familiares la encomendaremos al Señor para que le conceda
vivir por siempre en la alegría del Reino de los cielos. Gracias a los amigos
que puedan acompañarnos en esa Eucaristía a las 6 de la tarde. ¡Dios les
pague!
CARD. JORGE UROSA SAVINO,
Arzobispo de Caracas
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