De la toalla sanitaria a la violación: La patria que tenemos



«Levántate oh Dios, pues la moral y el honor, la flor de la nación, están muriendo»

Leocenis Garcia. Prisionero político

Quise, anoche mismo, encontrar un destinatario para esta misiva; no lo hallé. Así que escribo al viento.

El país escuchó un relato - que se basta por sí mismo sin añadidura - de la mujer y madre de Leopoldo López. ‎

‎Antonieta Mendoza y Lilian Tintori lloraban sin consuelo mientras compartían con una nación estupefacta  su historia del horror.

Mientras yo escuchaba, ‎ me repetía  que Dios nunca duerme, lo ve todo y siempre obra, pero sospecho que  últimamente está dormido. Si así fuera, espero que, una voz le despierte: «Levántate oh Dios, pues la moral y el honor, la flor de la nación, están muriendo».

Sé que eso puede ser, recibir el milagro, como quienes gritaban en medio de la tormenta «Señor, sálvanos»  y, entonces Jesús se levantó y, aplacó la tempestad. ‎

Sólo hay que gritar fuerte, protestar muy fuerte, levantar el grito herido en medio de la tormenta;  porque también DIOS está del lado correcto de la historia.

A lo largo de estos años (1998-2015) ha habido detenidos, durante días enteros torturados, dislocados por los golpes, sin que salieran de sus labios los nombres de uno solo de los otros que luchan por un país con justicia y libertad. Uno, "el aviador", se estranguló para librarse de sus verdugos.

Y si el viento lo permite, cuando las cornetas de la propaganda oficial del régimen callan, entonces llegan las voces de esos hombres y mujeres de todas las cárceles políticas que cantan durante su agonía. ‎

Hay que gritar, hay que protestar contra el coronel que obliga a la mujer con tono de capataz a "!desnudarse!" y vuelve a voz en cuello "!abra las piernas!‎", porque sólo así, gritando contra la injusticia el oprobio se derrumba.

 Hay que denunciar al hombre que baja sus pantalones y abre su bragueta  en medio de la tortura para violar a la presa indefensa en los calabozos de la policía política. 
Hay que romper el silencio, aun cuando el carcelero sonría creyendo que no habrá un mañana que tristemente para él, sí habrá.

Cuando, en el silencio de la abyección, ya ‎sólo resuena la cadena del prisionero de conciencia y la voz cobarde del mercenario "¡desnúdate!", "¡abre las piernas!", cuando todo tiembla ante el tirano y resulta tan peligroso ganarse su favor como caer en desgracia, al pueblo le incumbe la tarea de gritar para que Dios se despierte y de la misma forma que libró a Israel, mande fuego sobre el tirano.

Un día, -no está muy lejos-, los verdugos serán prisioneros. Y Venezuela no será más un hervidero de matones carceleros y bandoleros de todo color, con su rostro trágico de saqueos y torturas.

Finalmente, estimado viento (que me prestas tus oídos para esta queja cívica), dile a DIOS que, le mando a decir un cosa sencilla:‎ Ya nadie quiere que está gente siga mandando el país, y menos que la moral y el honor estén en el lodo. Dile, por favor que como el salmo de la biblia: Se levante YHAVEHT el rey de Israel, para que  hunda y humille a sus enemigos.  

Sabemos que nunca duerme.


Caracas 19 de enero de 2016.


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