La devoción al Sagrado Corazón no se puede desligar de
su fundamento: el camino de Jesús que tiene como plenitud su pasión, muerte y
resurrección.
Caracas, 24 de junio de 2022
Junio es el mes
del Corazón de Jesús, devoción cristocéntrica de la Iglesia católica que pone
su acento en la misericordia y compasión de Dios por las criaturas y la
humanidad, porque “Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo,
sino para que se salve el mundo Gracias a él” (Jn 3,17)
¿Qué actualidad
tiene esta devoción en un mundo donde crece la indolencia, la irreverencia por
la vida, la intolerancia, la injusticia y el irrespeto por el otro? ¿Cómo
hablar y dar testimonio de un corazón que se indigna ante las injusticias y, a
la vez, llama a la reconciliación universal en un mundo fragmentado por las
guerras? ¿Qué significa consagrarnos a este corazón que atrae y convoca a ser
hermanos y hermanas de la humanidad y la creación para así introducirnos en la
experiencia mística de ser hijos e hijas de Dios?
El Corazón de
Jesús no es la devoción particular a una parte del cuerpo de Nuestro Señor; es
la relación íntima y profunda con él, el símbolo de la plenitud de su vida,
entera humanidad universal que nos acoge y hermana, haciéndonos sus huéspedes y
elevando nuestra existencia a la condición de hijos e hijas de Dios.
El Corazón de
Cristo es el horizonte fraternal, el Alfa y el Omega, principio y fin, donde
todo se consumará y llegará a la plenitud: “En realidad no está lejos de cada
uno de nosotros, pues en él vivimos, nos movemos y existimos, como dijeron
algunos poetas de ustedes: somos también del linaje de Dios” (Hch 17,28).
¿Cómo hacer de esta mística una expresión histórica de
nuestra fe?
La devoción al
Sagrado Corazón no se puede desligar de su fundamento: el camino de Jesús que
tiene como plenitud su pasión, muerte y resurrección, y que en los Hechos de
los Apóstoles se hace memoria como aquel que “fue consagrado por Dios, que le
dio Espíritu Santo y poder. Y como Dios estaba con él, pasó haciendo el bien y
sanando a los oprimidos por el diablo” (Hch 10,38).
Esta experiencia
de fe nos vincula con la sacralidad de la vida. En este sentido, el cuidado de
la casa común y la apuesta por modelos alternativos que hagan sostenible la
existencia en el planeta es un acto de piedad, que expresa y traduce en la vida
y en la historia la mística del Corazón de Jesús.
Esta opción,
contenida en la encíclica del Papa “Laudato si”, trastoca los intereses de las
grandes corporaciones mineras y, también, los de las mafias organizadas que
depredan y destruyen compulsivamente el medio ambiente; por tanto, no está
exenta de persecución y cruz.
El más reciente
informe de Global Witness destaca que 212 personas defensoras de la tierra y el
medio ambiente fueron asesinadas durante el 2019; la mitad de los homicidios
ocurrieron en Colombia y Filipinas. Entre los países que registraron el mayor
número de asesinatos también se encuentran Brasil, México, Honduras, Guatemala,
Venezuela y Nicaragua1.
Así pues,
recuperar el sentido de la sacralidad de la vida y caminar hacia una cultura
del cuidado, entraña conflictos con nuestros hábitos de convivencia, modos de
relación y, más aún, con los poderes de este mundo que han hecho de la casa
común su negocio.
Desde esta
perspectiva, la fe en Jesucristo –que tiene como centralidad simbólica su
corazón– implica salir de nosotros al encuentro con el otro, como lo hizo el
buen samaritano, porque lo propio del cristiano no es limitarse a ser prójimo,
sino “hacerse prójimo”, lo que implica una continua conversión hasta llegar a
ser “alter Christus”, “otros Cristos”.
La mística del
Corazón de Jesús entraña la cruz, pues se trata del costado traspasado que
vence la muerte y del que brota agua y sangre, significando el Espíritu
derramado en nuestros corazones para, como decía San Ignacio: “Amarte a ti,
Señor, en todas las cosas y a todas en ti, en todo amar y servir”. Este amor y
servicio molesta, interpela y, por tanto, en un mundo donde se ha
institucionalizado el pecado, haciéndolo estructural, la apuesta por la vida
entraña la cruz.
Pero el Corazón de Jesús, quién venció la muerte, nos levanta e impide que nos resignemos al mal, nos consuela y nos abre a la esperanza al recordarnos que “He venido para que tengan vida y vida en abundancia”. (Jn 10,10). En esa agua y sangre de su costado abunda la vida y la paz, cáliz de la esperanza.
1. Gómez, T. (29 julio de 2020). Latinoamérica: región donde más defensores ambientales fueron asesinados en 2019. Mongabay: es.mongabay.com
Boletín del Centro Arquidiocesano Monseñor Arias Blanco del 3 al 9 de junio de 2022/ N° 147. Disponible en: mailchi.mp
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