El Viernes Santo también
es día del amor porque con su muerte en la cruz, Jesucristo salvó a la
humanidad del pecado y la muerte y nos dio nueva vida por su gracia y perdón
Publicado el 15 de abril de 2022
El Viernes Santo es día de dolor porque Cristo fue apresado, juzgado, condenado
y torturado para luego cargar la cruz hacia el Calvario y posteriormente ser
clavado en ella donde agonizó durante tres horas para morir para la redención
del mundo.
También el Viernes Santo es día del amor porque con su muerte en la
cruz Jesucristo salvó a la humanidad del pecado y la muerte y nos dio nueva
vida por su gracia y perdón.
Durante el tiempo en que Nuestro Señor estuvo clavado en la cruz el
cual es signo de entrega y de amor a cada uno de nosotros para nuestra
salvación, pronunció siete breves palabras de grandes significados para nuestra
vida.
Cada una de estas palabras tiene un valor inmenso que nos ayudan y guían en nuestro caminar en la fe cristiana en el día a día de nuestra existencia. Las siete palabras son:
Primera Palabra: “PADRE, PERDÓNALOS PORQUE NO SABEN LO QUE HACEN” (Lc 23, 34).
Cristo en medio del sufrimiento pide al Padre que perdone a todos aquellos
quienes lo acusaron y entregaron a las autoridades, y de aquellos quienes lo
calumniaron, torturaron, se burlaron y lo llevaron injustamente a la muerte en
la cruz. En esta primera palabra Nuestro Señor no pierde su confianza en el Padre,
sino que en su infinito amor le pide que tenga misericordia de ellos.
De esta manera nos enseña que también nosotros debemos perdonar a
quienes nos hacen daño; y como muy bien lo menciona en la oración del Padre
Nuestro que Él mismo enseñó y nos dio el ejemplo: “perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que
nos ofenden”.
Segunda palabra: “EN VERDAD TE DIGO QUE HOY MISMO ESTARÁ CONMIGO EN EL PARAÍSO” (Lc 23, 43)
Nuestro Señor es crucificado en medio de dos malhechores: uno a su
izquierda y otro a la derecha. Uno lo insulta, pero el otro conocido en la
tradición como Dima reprende a su compañero diciéndole que lo que les están
pasando es justo por los delitos que ambos cometieron.
Dima defiende valientemente y de corazón a Cristo y le pide que se
acuerde de él cuando esté en su reino, y Jesucristo le promete que estará con
Él en el paraíso.
En esta segunda palabra Nuestro Señor nos enseña nuevamente el valor
del perdón cuando hay verdadero arrepentimiento de corazón y propósito de
conversión como lo demostró Dima en el último momento de su existencia.
Tercera Palabra: “MUJER, AHÍ TIENES A TU HIJO. AHÍ TIENES A TU MADRE” (Jn 19, 26-27)
La Santísima Virgen sufre en su condición de Madre la pasión y muerte
de su Hijo para la redención del mundo, y en medio del dolor recibe la misión del
mismo Cristo de ser Madre de todos los hombres, representado en ese momento por
San Juan Evangelista, el discípulo amado quien al mismo tiempo acepta también la
misión del Redentor de acoger a María como Madre.
En esta palabra la Madre de Dios en su dolor aceptó con confianza este
encargo de Jesús a igual como lo hizo en el día que el ángel Gabriel le anunció
que iba a ser la Madre del Mesías. Así como cumplió el encargo de ser la Madre
de Cristo, ahora como Madre de la humanidad cumple con verdadero amor su misión
guiándonos a su Hijo Jesucristo y al mismo tiempo colaborando con Él en su obra
para la salvación del mundo.
La Virgen María nos invita en todo momento al arrepentimiento de
nuestros pecados y a una verdadera conversión a Dios.
Cuarta Palabra: “DIOS MIO DIOS MIO ¿POR QUÉ ME HAS ABANDONADO?” (Mt 27,46; Mc 15, 34)
Jesucristo en medio de su padecimiento recita el inicio del salmo 22
porque en su condición humana necesita de la oración para expresar su
sufrimiento y desolación en ese momento tan crítico de la muerte y en unas
condiciones humillantes y lamentables, pero lo acepta para llevar a cabo la
obra de la salvación del mundo.
Esta palabra nos enseña que en los momentos difíciles de la vida no debemos
perder la fe y confianza en Dios porque nunca nos abandona y por eso es
necesaria la oración para obtener fortaleza y consuelo en las contrariedades de
la vida, como lo hizo el mismo Cristo en la oración en el huerto de Getsemaní
antes de ponerlo preso y en la cruz antes de su muerte.
Quinta Palabra: “TENGO SED” (Jn 19,28)
Cristo en medio de su agonía sufre también la deshidratación debido a la
pérdida de sangre originada por la terrible tortura de la flagelación, los
golpes, la coronación de espina y el cargar la cruz.
Por tales motivos tiene sed corporal, pero también Nuestro Señor tiene
sed de consumar la obra de la redención del mundo y nos invita a tener en todo
momento sed de Dios, es decir, de buscarlo y que sea el centro de nuestra vida.
En ese propósito hemos de recordar las palabras que Él mismo le dijo a
la mujer samaritana: “pero el que beba
del agua que yo le diere no tendrá jamás sed, que el agua que le dé se hará en
él una fuente que salte hasta la vida eterna (Jn 4, 14).
Sexta Palabra: “TODO ESTÁ CUMPLIDO” (Jn 19,30)
Sintiendo la cercanía de la muerte, el Señor le dice al Padre que su
misión de salvar al hombre del pecado está cumplida. Esta palabra nos enseña
que Dios tiene para cada uno de nosotros una misión que debemos cumplir en
nuestra vida terrenal, y que por medio de la fe y aceptando su voluntad podemos
y debemos llevar a cabo la obra que nos
tiene encomendada y cumpliendo esa parte
de la oración del Padre nuestro: “Hágase tu voluntad en la tierra como en el
cielo”.
Séptima Palabra: “PADRE EN TUS MANOS ENCOMIENDO MI ESPÍRITU” (Lc 23,46)
Jesús en medio del sufrimiento y del dolor entrega con confianza su
alma al Padre en profunda paz después de haber cumplido su misión en el mundo
terrenal.
Esta palabra nos enseña que debemos consagrar nuestra vida a Dios, de
cumplir su voluntad en todo momento y de tener plena confianza en Él para que
en la hora de nuestra muerte podamos decir a Dios y en paz “en tus manos
encomiendo mi espíritu”.
Que esta bellas siete palabras pronunciadas por Cristo desde la cruz antes
de morir sea motivo de una verdadera reflexión para poder conmemorar dignamente
su pasión y muerte y así celebrar la pascua de su gloriosa resurrección
mediante una auténtica conversión de nuestra vida a Dios.
Es un llamado a la práctica de los valores cristianos y morales, y al
mismo tiempo a estar en comunión con las enseñanzas del magisterio de la
Iglesia católica y de sus pastores: el Papa, los Obispos y Presbíteros.
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