José Andrés Bravo, recorrió episodios de la vida y responsabilidades
pastorales del padre Nedward Andrade, describiéndolo como “Un sacerdote para el tercer milenio”
Ramón
Antonio Perez // @GuardianCatolic
Homilía del Padre José Andrés Bravo //
@joseabh
“Querido
padre Nedward, la única forma que conozco para que nuestro pueblo crea en este
Cristo, resucitado y glorificado, anunciado y celebrado por la Iglesia, es
viviendo nosotros como Jesús, compartiendo la vida, las esperanzas y las
angustias de este nuestro pueblo”.
Las palabras corresponden al padre José Andrés Bravo,
director del Centro de Estudios de Doctrina y Praxis Social de la Iglesia, en
la Universidad Cecilio Acosta, UNICA, durante el décimo año de vida consagrada
de Nedward Andrade, capellán de esta universidad y miembro de la
Arquidiócesis de Maracaibo.
“No
olvides que el glorioso Cristo es quien ha entregado su vida en la cruz, quien
es despojado de todo, quien siendo eterno se hace terreno, quien siendo
divino se hace humano, quien siendo rey se hace esclavo, quien siendo
todopoderoso se hace débil, quien siendo rico se hace pobre, quien siendo
inmortal muere crucificado”, acotó.
En otra parte de
su homilía habló del trabajo que les corresponde como sacerdotes. “No digo que las dificultades son
inexistentes. Pero los momentos de compartir son aún más agradables. Yo
sé lo que significa el trabajo pastoral y comunitario en pueblos y barrios. No
dejan tiempo ni para el reposo”, dijo el padre José Andrés.
Tomando como guía
las palabras del Santo Padre, expresó: “Enseña el papa Francisco que en la
parroquia se requiere la docilidad y creatividad misioneras del Pastor y de la
comunidad. Que estemos en contacto con los hogares y la vida del pueblo sin
separarnos de la gente”.
Agregó que para Francisco, “la Parroquia es
presencia eclesial en el territorio, ámbito de la escucha de la Palabra, del
crecimiento de la vida cristiana, del diálogo, del anuncio, de la caridad
generosa, de la adoración y la celebración”, dijo citando la exhortación
apostólica “La Alegría del Evangelio.
A continuación la homilía completa del padre José
Andrés Bravo:
Homilía en la Eucaristía del
décimo aniversario del P. Nedward Andrade
16/9/2016
Pbro. Mg. José Andrés Bravo
H.
Director del Centro de
Estudios de Doctrina y Praxis Social de la Iglesia
UNICA
Nos reúne hoy la acción de gracias por los diez años
de una existencia consagrada al Señor para el servicio del Pueblo de Dios, como
sacerdote, como pastor y como profeta. Como lo recuerda el papa Juan Pablo II
al comienzo de nuestro milenio, refiriéndose al mandato que Jesús hace a
aquellos pescadores a quienes luego los consagra para ser sus Apóstoles y remar
mar adentro, “¡Duc in altum! Estas palabras resuenan también hoy para nosotros
y nos invitan a recordar con gratitud el pasado, a vivir con pasión el presente
y a abrirnos con confianza al futuro” (Novo millennio ineunte 1).
Éste es el mandato que recibimos todos y la gracia de
poder responder como lo hicieron esos humildes pescadores: dejándolo todo, lo
siguieron. Éste es el gozo que hoy celebramos en la persona del padre Nedward
Jorge Andrade Govea. Gratitud por el pasado, por su vocación, por su llamado,
por el mandato recibido, por su elección, por su consagración. Ese pasado de
entrega llena de vivencias gratas y pruebas difíciles. Diez años que han pasado
entre trabajos pastorales y estudios, que inspira una alabanza agradecida al
Señor de la historia.
El Padre Nedward fue ordenado sacerdote el 16 de
septiembre de 2006, por la imposición de manos y la oración consagratoria de
nuestro Arzobispo, Mons. Ubaldo Santana. Un sacerdote para el tercer milenio.
De origen marense, aunque nacido en Maracaibo, porque su papá, el Maestro
Norberto Andrade viene del pueblo de San Rafael de El Moján, cantor y
compositor de nuestra música folclórica, característica de nuestro pueblo
costeño, donde las aguas del lago chocan con el malecón inspirando las más
hermosas musas. Su mamá, la Sra. Nancy Govea de Andrade, desde el cielo lo
acompaña, lo guía y bendice siempre.
Precisamente en Mara vive sus primeras experiencias
pastorales, primero como vicario parroquial de la parroquia Inmaculada
Concepción de Carrasquero; luego como administrador parroquial de la Parroquia
Nuestra Señora de Coromoto y San José Obrero de la Sierrita. Aunque sus
primeros servicios los brinda como vicario parroquial de las parroquias
populares San Pablo Apóstol y la Resurrección del Señor.
Una de las más gratas vivencias que da el ser
sacerdote es poder sentir el calor humano, sencillo y humilde de las
comunidades parroquiales. Acercarse y servir a Cristo en ellas, compartiendo
sus inquietudes y enseñándoles a vivir la comunión, es, más que un trabajo, un
descanso espiritual, una caricia divina.
No digo que las dificultades son inexistentes. Pero
los momentos de compartir son aún más agradables. Yo sé lo que significa el
trabajo pastoral y comunitario en pueblos y barrios. No dejan tiempo ni para el
reposo. Enseña el papa Francisco que en la parroquia se requiere la docilidad y
creatividad misioneras del Pastor y de la comunidad. Que estemos en contacto
con los hogares y la vida del pueblo sin separarnos de la gente. No podemos
dedicarnos a grupos selectos que nos mimen y donde podemos sentirnos seguros.
Todo esto nos enseña nuestro actual papa. Para él, “la Parroquia es presencia
eclesial en el territorio, ámbito de la escucha de la Palabra, del crecimiento
de la vida cristiana, del diálogo, del anuncio, de la caridad generosa, de la
adoración y la celebración” (Evangelii gaudium 28).
El Padre Nedward desde seminarista ha orientado su
formación y su ministerio preferencialmente a la sagrada liturgia. Gran parte
de su vida sacerdotal la ha dedicado con gran competencia y responsabilidad a
la liturgia de la Arquidiócesis, como Maestro de Ceremonias. Esto lo conduce a
Madrid, España, donde realiza sus estudios de postgrado en teología litúrgica
en la Universidad Eclesiástica de San Dámaso. A pesar de dedicarse con
responsabilidad a sus estudios en España, no deja su acción pastoral en la
parroquia madrileña Santa María de la Caridad.
Regresando a esta su Iglesia particular, se dedica a
una de las más importantes y graves tareas del Pueblo de Dios, la formación de
los futuros sacerdotes. Pues, es nombrado vice-rector de nuestro Seminario
Mayor y profesor de teología litúrgica. Es tan importante esta acción pastoral
que el Vaticano II reconoce que la renovación impulsada por este concilio
depende en gran parte del ministerio sacerdotal y, estos, de “la trascendental
importancia que tiene la formación sacerdotal” (Optatam totius 1). Porque, como
lo enseña el santo papa Juan Pablo II en su exhortación apostólica Pastores dado vobis en el capítulo
cuarto, la vocación sacerdotal es la pastoral de la Iglesia. Es, pues, una
gravísima responsabilidad para un formador, porque para enseñar a ser sacerdote
se debe vivir como los apóstoles, en el seguimiento de Cristo.
Juan Pablo II indica las dimensiones de esta formación
sacerdotal. Mientras las
señalamos, más nos convencemos de su gran importancia. Comenzando con la
formación humana, que significa una justa y necesaria maduración y realización
de sí mismo. Más aún, exige el cultivo de valores que ayuden a una personalidad
equilibrada, sólida y libre, capaz de llevar el peso de las responsabilidades pastorales.
También, se debe fortalecer la capacidad de
relacionarse con los demás. Sobre esto, dice el santo papa: “Esto exige que el
sacerdote no sea arrogante ni polémico, sino afable, hospitalario, sincero en
sus palabras y en su corazón, prudente y discreto, generoso y disponible para
el servicio, capaz de ofrecer personalmente y de suscitar en todos relaciones
leales y fraternas, dispuesto a comprender, perdonar y consolar” (PDB 43).
Otra dimensión subrayada por Juan Pablo II es la
formación espiritual. Esta formación es, por supuesto, integral, pues, “la
misma formación humana, si se desarrolla en el contexto de una antropología que
abarca toda la verdad sobre el hombre, se abre y se completa en la formación
espiritual” (PDB 45).
Y, con estas dos primeras dimensiones de la formación
sacerdotal, se integra la formación intelectual – el santo papa lo refiere como
la inteligencia de la fe – aquí tienen una gran responsabilidad los formadores,
especialmente los profesores del Seminario. Y, por último pero no menos
importante, la formación pastoral. Así, padre Nedward, comprendo perfectamente
tu constante y asidua inquietud por la formación de los futuros sacerdotes
nuestros. Comprendo tu grave tarea como vice-rector del Seminario, porque
también yo, como joven sacerdote, llegué a honrarme con esa misión. A igual que
tú, lo viví con gran pasión, pero con temor y temblor por la magnitud de su
importancia.
Actualmente, el padre Nedward tiene bajo su cuidado
pastoral, nada menos que la capellanía de la Universidad Católica Cecilio
Acosta desde donde también sirve al Seminario como profesor. Es director
general del Instituto Niños Cantores Ciudad de Dios, capellán militar, miembro
del Consejo Presbiteral, Maestro de Ceremonia, y otras acciones que lo
mantienen entregado por completo a la Iglesia que ama, la Iglesia de Cristo.
Así, pues, se encuentra hoy viviendo el presente con
pasión y el futuro con confianza. En entrega renovada, con el entusiasmo de
siempre comenzar, sabiendo que el amanecer no arrastra el afán del día
anterior, sino que nos despierta para una nueva jornada que trae consigo sus
propias inquietudes, sus nuevas exigencias.
Pasión por el Evangelio que debe anunciar siempre con
nuevo ardor, nuevo método y nuevas expresiones. Como lo exige el documento de la
Conferencia de Puebla, “debemos presentar a Jesús de Nazaret compartiendo la
vida, las esperanzas y las angustias de su pueblo y mostrar que Él es el Cristo
creído, proclamado y celebrado por la Iglesia” (Puebla 176).
Querido padre Nedward, la única forma que conozco para
que nuestro pueblo crea en este Cristo, resucitado y glorificado, anunciado y
celebrado por la Iglesia, es viviendo nosotros como Jesús, compartiendo la
vida, las esperanzas y las angustias de este nuestro pueblo. No olvides que el glorioso Cristo es quien ha
entregado su vida en la cruz, quien es despojado de todo, quien siendo eterno
se hace terreno, quien siendo divino se hace humano, quien siendo rey se hace
esclavo, quien siendo todopoderoso se hace débil, quien siendo rico se hace
pobre, quien siendo inmortal muere crucificado.
Es ese Jesucristo a quien seguimos, el sumo y eterno
sacerdote quien, según nos testimonia la carta a los Hebreos, inaugura un nuevo
estilo de sacerdote que en vez de derramar sangre y sacrificar vidas de
animales, sacrifica su propia vida y derrama su propia sangre, porque es Él el
verdadero cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Así es el verdadero
sacerdote cristiano. Entrega total de la vida hasta la cruz.
Sí, querido hermano, en la cruz nace nuestro
sacerdocio. Porque al ser instituido en la última cena, como un solo misterio
con la Eucaristía, Jesús dijo que entregaba su vida y derramaba su sangre por
todos, especialmente por los pecadores, y que nosotros debemos hacerlo en
memoria suya. Sacerdocio y Eucaristía son los sacramentos del amor extremo que
se viven y celebran entregando la vida por la salvación de todos los seres
humanos tal como lo hace Jesús en la cruz.
Hoy, el mismo Señor te hace un regalo, con gran
significado. En esta celebración, Acción de Gracias por el don de tu
sacerdocio, permite que un hijo espiritual tuyo, Ángel Pico, engendrado en el
bautismo por ti, reciba la primera comunión.
Que el Pastor bueno te bendiga a ti y a esta Comunidad
Parroquial que celebró con gozo tu ordenación sacerdotal y hoy comparte contigo
la fiesta de tus diez años de entrega. Recordando con gratitud el pasado,
viviendo con pasión el presente y abriéndose con confianza al futuro. ¡Alabado
sea el Señor!
NOTA: Subrayado nuestro.
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