Durante la Semana Santa, la Iglesia celebra los
misterios de nuestra salvación cumplidos por nuestro Señor Jesucristo en los
días últimos de su vida. Una Semana que comienza el “Domingo de Ramos” y
finaliza el “Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor”.
En estos días se presentan a los fieles para la
conmemoración y la reflexión los “pasos” de la Pasión del Señor”: su oración en el huerto de Getsemaní, su flagelación atado a la columna, su coronación de espinas, el cargar la cruz camino
del calvario, la última cena, su crucifixión, su
sepultura y su triunfante resurrección de entre los muertos.
Al desglosar pedagógicamente, durante los días de
la Semana Mayor, los “pasos” de la pasión salvífica de Jesús, la Iglesia, madre y maestra, quiere que todos
descubramos y aprendamos el valor de la Redención; que creamos con fe
agradecida que la pascua de Jesús, el paso
de Cristo por la muerte, es el paso definitivo de nuestra liberación del pecado
y de la muerte para entrar en la vida divina.
La participación del pueblo creyente en todos los
ritos de la Semana Santa es muy intensa. Las celebraciones litúrgicas y la
piedad popular se entrelazan en esta conmemoración.
Junto a la Celebración de la Eucaristía o Santa
Misa, culmen de nuestra liturgia, los ejercicios de piedad y los sacramentales
constituyen las acciones con las cuales todo el pueblo de Dios recuerda y actualiza la pasión salvadora de Jesús y su resurrección gloriosa.
Entre los ejercicios de piedad destacan las
procesiones. Éstas son una manifestación pública de la fe del pueblo
católico que “acompaña” al Señor Jesús, representado en el “paso” del día, en
su Via crucis para salvarnos. Es
justo decir, que en algunas ciudades o pueblos de nuestro país son emblemáticas
por los diversos elementos que las constituyen: las imágenes de Nuestro Señor
Jesucristo, de la Santísima Virgen María “la dolorosa”, de San Juan “el
evangelista” y de la Verónica; los cargadores, la música, el adorno de las
andas o mesas… y, de manera especial, el testimonio de la devoción de los
creyentes que humaniza, ora y súplica al Redentor. Que cree y experimenta la
compañía del Dios humanado que carga con nuestros dolores y nos redime de
nuestros pecados.
Esta expresión de la piedad popular en nuestra
iglesia venezolana se mantiene a través del tiempo, pasa de generación en generación entre los miembros de una misma
familia, es conservada como patrimonio de las comunidades parroquiales y es un
valioso testimonio de nuestra evangelización, tradición e identidad.
Por ello, las manifestaciones de piedad popular
deben ser conservadas y valoradas para que contribuyan a mantener la fe
verdadera de los fieles en Cristo, sirvan a la causa de la evangelización y de
la vivencia de la fe.
Vayamos al encuentro del Señor Jesús y hagámosle
compañía en su Pasión, siguiendo sus pasos…
JORAFA/ abril 2011
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