Cristo, el mar y tú



Parece mar el cielo donde me he recostado a soñarte…
Julia de Burgos


¡Tarde de mar y de viento!
Hasta el calvario de tu pecho,
elevo mi plegaria de lirios, gladiolos y nardos.
Un rosario de trinitarias rezo… con cuentas rojas, blancas y moradas.

El verde-azul de tus ojos guarda la luz del sol que se ha encubierto.
Tus ojos son el espejo del cielo.
Son el mar de amor infinito.
Son vigilia y quimera.

Una gaviota con luz de plata atraviesa el cielo,
presagio de la muerte del Siervo Sufriente.
Sus brazos, asidos a la cruz, son mar abierto…
de plegarias, de dolores y de esperanzas de aquellos que en el amor sólo confían,
y en las rosas de sangre de su cuerpo, sus voces y sus manos han guardado.

Son las voces y las manos de todos los tiempos.
Son el áncora de la fe… del amor eterno.

Tú y el mar…
¡Son mi ensueño y mi desvelo!

Tú y el mar…
¡Son mi cielo y mi puerto!

Tú y el mar…
¡Son mi timón y mi remo!

Tú y el mar…
¡Son mi nave y mi senda!

Tú y el mar…

Muere la tarde.
Hay quietud de remos y veleros.

Vengo del mañana, desandando el tiempo...

Recojo las huellas que guarda la arena.
Tus huellas de la tarde…Vísperas de enero.
Del puerto de tu pecho, mar de amor y cielo, vuelvo al Cristo-puerto.

Y le digo humilde:

Soy el marino que perdió su barco, que perdió su rumbo, que perdió su remo.

Extravié mi brújula….

Vengo del naufragio….

Buscando tu playa…

Ansío tu puerto…

Calma mis temores…

Yo anhelo tu pecho…

Sosiega mi mar…

Amaina mis vientos…

Y el Crucificado tenía voz de brisa de la mar serena.

Me mostró el costado con la herida abierta, y me dijo dulce, con su voz de cielo:

Mete aquí tu mano.

Guarda aquí tu pena.

Dame tus dolores.

Déjame tus quejas.

Soy puerto seguro.

Soy el ancla eterna.

Soy vela de paz… en tu mar inquieto.

Yo Soy el Cristo… del amar eterno.

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JORAFA
Caracas, Cuaresma de 2010

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