"La llamada a la paz del cardenal Urosa en la Misa del
Gallo", publica el portal católico Aleteia, al considerar,
además, que la paz es responsabilidad del Gobierno
Ramón Antonio Pérez // @GuardianCatolic
Caracas, 25 DICIEMBRE 2016
Fotos: Facebook Adán Ramírez
El cardenal Jorge Urosa Savino
realizó un intenso llamado a la paz de Venezuela, durante la noche de este 24
de diciembre en la “Misa de Gallo” que presidió en la Catedral de Caracas, con
motivo de la fiesta de Navidad de este año, en la que estuvo acompañado de monseñor Adán Ramírez
Ortíz y otros sacerdotes de la ciudad.
“Estamos llamados a ser permanentes
y decididos constructores de la paz”, expresó el quinto cardenal de Venezuela, explicando
de igual manera que este trabajo se debe hacer “con gran decisión y ardor
apostólico, yendo a las periferias”, tal como lo ha pedido en varias
ocasiones el Papa Francisco a toda la iglesia católica.
“Para ser constructores de la paz,
debemos tener siempre una inmensa caridad, y actuar siempre con bondad, cortesía,
generosidad y solidaridad, especialmente con los que sufren”, dijo Urosa. Expresó
que nunca
se deben “crear o alimentar conflictos, sino más bien procurar resolverlos,
ayudando a los demás”.
Indicó que en Venezuela, “donde vivimos una
continua agitación social y política, donde hemos sufrido medidas económicas
erradas que crean angustia y vulneran los derechos a la alimentación y
a la salud”.
Sostuvo que “todos hemos de trabajar por la
paz”, tarea a la que “están obligados todos los seres humanos,
pero especialmente los cristianos y nosotros los católicos”.
El Gobierno es responsable de la paz
El arzobispo de Caracas reseñó que
esa tarea por la paz y la convivencia la deben cumplir principalmente las
autoridades del país.
“Ellos tienen una gravísima responsabilidad. Y deben
responder ante Dios y ante el pueblo venezolano por su debido cumplimiento”, sostuvo
en su mensaje durante la misa de Nochebuena.
“Debemos, además, procurar controlar
la violencia que problemas y situaciones negativas puedan suscitar en nuestro
espíritu. Y ayudar a los demás a evitar esa violencia”, expuso la máxima autoridad de la
Iglesia en Caracas.
Rechazó “que el linchamiento de los
delincuentes, es decir el tomar justicia por la propia mano, sin la
intervención de las legítimas autoridades y fuera del marco de la ley, es algo
indebido, pecaminoso y anticristiano”.
Además, catalogó como “anticristianos,
violentos, y pecaminosos”, los saqueos ocurridos recientemente en varias
ciudades de Venezuela. “No se pueden justificar”, dijo, consciente
de que éstos fueron consecuencia de “políticas erradas del gobierno”.
Para el cardenal Urosa, “los
cristianos, aquellos que creemos en Jesús (…) debemos ser siempre constructores
de la paz, como nos lo pide el Señor en las bienaventuranzas”, dijo
citando la frase: “Felices los que trabajan por la paz”.
Finalmente elevó sus oraciones para
que cada persona se llene del mensaje de Jesús, “viviendo de acuerdo a la
Palabra de Dios para ser felices”, y trabajen constantemente por la paz en la
familia y en el entorno vecinal y laboral.
“Que María Santísima, feliz porque creyó
en la Palabra de Dios (Lc 1,45), modelo de seguimiento de Jesucristo, nos ayude
a tener la felicidad de la fe, y a trabajar permanentemente por la paz, como
Jesucristo nuestro Señor”, concluyó.
A continuación la homilía íntegra del Cardenal Jorge Urosa Savino durante la Nochebuena de 2016:
COMO LOS PASTORES DE BELEN
Homilía en la Misa de Navidad, Catedral Metropolitana de Caracas, 24 de
diciembre de 2016, +Jorge Urosa Savino, Cardenal Arzobispo de Caracas
Una vez más, queridos hermanos, nos
encontramos congregados en esta querida Santa Iglesia Catedral Metropolitana de
Caracas, para celebrar uno de los acontecimientos más importantes de la
historia humana: el nacimiento de Jesús de Nazaret, “nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo”, como lo afirma y enseña el
Apóstol San Pablo, en su carta a Tito (2,13).
Acabamos de escuchar el relato que hace
San Lucas de ese hecho histórico y al mismo tiempo trascendental y sobrenatural.
La entrada del Hijo eterno de Dios en la
historia de la humanidad se realiza con gran sencillez, en medio de dificultades
para encontrar posada, y en medio de una gran pobreza. Nace el Mesías, el
Señor, para salvarnos de nuestros pecados. Y los primeros testigos de ese hecho
maravilloso son los pastores de Belén.
LOS
PASTORES DE BELÉN
Quisiera considerar en esta homilía las
actitudes de los pastores. Ellos son un gran ejemplo para todos nosotros como
también lo son los reyes magos de Oriente (Mt 2,1-12) .El nacimiento del
Mesías no pasa desapercibido, pues el
Señor envía a su ángel para que anunciara el nacimiento de Jesús a unos pastores
de la región, gente pobre y sencilla, sin luces y sin dinero, y también si
orgullo y sin trabas para la manifestación de Dios, abiertos al mensaje de
salvación. Y ellos acogen abiertamente el anuncio gozoso del ángel: “¡Os ha
nacido un salvador, el Mesías, el Señor!” Esas sencillas palabras manifiestan
el extraordinario Misterio de la Encarnación: Dios se hace hombre, como Mesías,
para mostrarse luego como el Señor, es decir el mismo Dios hecho hombre, y para
salvar a su pueblo de sus pecados, como nos lo enseña el evangelista y apóstol
Mateo en la anunciación a José (Mt 1,20-21).
Pero hay todavía más: además del anuncio
del ángel, los pastores asisten sobrecogidos de asombro a la manifestación de
la grandeza del niño nacido por parte del ejército celestial: Gloria a Dios en
el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor” (Lc 2,14). Meditemos
en estos elementos del anuncio del evangelio.
LA
FE DE LOS PASTORES
Los pastores acogen con fe el anuncio
angélico, y se dirigen inmediatamente a buscar al recién nacido. Ellos se
entusiasman tanto que inmediatamente van a otras partes a comunicar lo que han
oído y visto. Pues bien, mi queridos hermanos: nosotros, los que aquí estamos,
hemos tenido también como los pastores, la gracia, el don, el privilegio de haber
escuchado el relato del nacimiento del hijo eternos de Dios hecho hombre, Jesucristo. Y como
ellos hemos creído en esa revelación maravillosa y jubilosa. Por esa razón
hemos de dar gracias a Dios, y aprovechar esta celebración para reafirmar sólidamente nuestra fe, nuestra convicción de
que el niño de Belén no es una persona cualquiera, sino realmente el Mesías, el
Señor, nuestro gran Dios y Salvador, Jesucristo. Y dar gracias a Dios por esa
esplendorosa revelación. Particularmente nosotros, sacerdotes y ustedes los seminaristas,
futuros ministros del Altar, debemos sentir en nuestros corazones una inmensa
alegría pues el Señor se ha dignado revelarse a nosotros, para destinarnos a
una misión bellísima: anunciar este misterio de salvación a nuestros hermanos.
LOS
PASTORES ANUNCIAN EL MARAVILLOSO PORTENTO
Una vez conocido el niño salvador, el
Mesías, el Señor, los pastores se dan a la tarea de anunciar esa estupenda
noticia. En efecto: nos Dice el evangelista que, una vez que escucharon el anuncio
maravilloso del Ángel y el cántico angélico que indica claramente el objetivo
del nacimiento de Jesús, es decir, la Misión del niño de Belén, ellos no se quedan
callados ni indiferentes, sino que llenos de gozo comunican a sus familias, amigos
y vecinos, el cumplimiento de las promesas del Señor. Así también hemos de hacer
nosotros: compartir con nuestros familiares, sin nuestras amistades, la fe viva
que tenemos en la presencia de Dios en el mundo, en Jesús, que es el Emmanuel,
Dios con nosotros (Mt 1, 22-23). Particularmente
los sacerdotes y los seminaristas, están llamados a realizar la excelsa misión de
proyectar la luz de Cristo, como colaboradores de los obispos, sucesores de los
apóstoles. Estos recibieron el mandato, la misión de anunciar el evangelio a
toda la creación, Y como colaboradores de los obispos, sucesores de los
apóstoles, deben ser pregoneros, heraldos, mensajeros de alegría y paz,
portadores de la esplendorosa verdad del Evangelio, de la misericordia de Dios
a nuestros hermanos. Y esto lo han de hacer con entusiasmo, con dedicación, con
fidelidad, sin inventar ni cambiar el mensaje revelado, transmitido hasta
nosotros a través de los siglos por la Iglesia. Y con gran decisión y ardor
apostólico, yendo a las periferias, como nos pide el Papa Francisco. Una Iglesia
en salida es una Iglesia donde los obispos y presbíteros, almas consagradas y
fieles, anuncian el evangelio no solamente a los más cercanos, sino también a los
más alejados, saliendo de nuestra comodidad, de nuestros límites naturales,
para llevar el mensaje de salvación, la esplendorosa luz de la verdad, a aquellos
que viven en tinieblas y sombras de muerte. Por eso hemos de tener un espíritu
evangelizador y misionero, un intenso celo o ardor apostólico. Y anunciar sin
ambages ni complejos el mensaje de Cristo, en medio de este mundo secularizado
TRABAJAR
POR LA PAZ Y EVITAR LA VIOLENCIA
Una parte muy importante del mensaje que
el ejército celestial comunicó a los pastores es aquella que se refiere al objetivo
de la venida del Mesías, de nuestro gran
Dios y Salvador Jesucristo: sembrar, construir, trabajar por la paz entre
los seres humanos: ¨Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que
ama el Señor” (Lc 2, 14).
Pues bien, mis queridos hermanos. Los
cristianos, aquellos que creemos en Jesús, Príncipe de la paz, todos los fieles
católicos, madres y padres de familia, niños, jóvenes, adultos y ancianos, hombres
y mujeres, debemos ser siempre constructores de la paz, como nos lo pide el
Señor en las bienaventuranzas: Felices los que trabajan por la paz, porque
ellos serán llamados “hijos de Dios” (Mt 5, 9). En particular nosotros,
obispos, sacerdotes y seminaristas estamos llamados a ser permanentes y
decididos constructores de la paz. Para ello debemos tener siempre una inmensa
caridad, y actuar siempre con bondad, cortesía, generosidad y solidaridad,
especialmente con los que sufren. Nunca crear o alimentar conflictos, sino más
bien procurar resolverlos, ayudando a los demás. Esto es muy importante
actualmente en Venezuela, donde vivimos una continua agitación social y
política, donde hemos sufrido medidas económicas
erradas que crean angustia y vulneran los derechos a la alimentación y a la
salud; nosotros estamos llamados a promover la convivencia social pacífica. Todos
hemos de trabajar por la paz. A esa tarea están obligados todos los seres humanos,
pero especialmente los cristianos y nosotros los católicos. Y de manera
particular quienes nos gobiernan, las autoridades del país. Ellos tienen una gravísima
responsabilidad. Y deben responder ante Dios y ante el pueblo venezolano por su
debido cumplimiento.
Debemos, además, procurar controlar la violencia que
problemas y situaciones negativas puedan suscitar en nuestro espíritu. Y ayudar
a los demás a evitar esa violencia. En particular quiero de nuevo indicar que
el linchamiento de los delincuentes, es decir el tomar justicia por la propia
mano, sin la intervención de las legítimas autoridades y fuera del marco de la
ley, es algo indebido, pecaminoso y anticristiano. Y que los saqueos son
anticristianos, violentos, y pecaminosos. No se pueden justificar.
CONCLUSIÓN:
“Gloria a Dios en el cielo y en la
tierra paz a los hombres que ama el Señor”.
Habiendo escuchado de nuevo el cantico
angélico, que nos señala la misión de Cristo y del cristiano: glorificar a
Dios y promover la paz entre los seres humanos, asumamos con alegría ese compromiso.
Demos gracias a Dios por haberse abajado
a nuestra humilde, limitada y defectuosa condición humana, para elevarnos a la
excelsa e insospechada condición de hijos de Dios, discípulos de Jesucristo y
miembros de nuestra Santa Iglesia Católica.
Y vivamos con alegría y esperanza, aún
en medio de las grandes dificultades que estamos sufriendo en estos tiempos.
Jesús es “Dios con nosotros”, Emmanuel. Él nos ama y nos ha mostrado el rostro de la misericordia de Dios. Unidos a El
vayamos adelante, viviendo de acuerdo a la Palabra de Dios para ser felices, y
trabajemos constantemente por la paz, especialmente en nuestra familia y en
nuestro entorno vecinal y laboral.
Que María Santísima, feliz porque creyó
en la Palabra de Dios (Lc 1,45), modelo de seguimiento de Jesucristo, nos ayude
a tener la felicidad de la fe, y a trabajar permanentemente por la paz, como
Jesucristo nuestro Señor. Amén.
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