RAMÓN ANTONIO PÉREZ //
ALETEIA
“Si
llega comida para todos, muy bien. Pero si hay que priorizar, se prioriza. Es
mi opinión personal. No voy a dejar de darle a un revolucionario para
entregarle comida a alguien que luego va a estar hablando pestes del gobierno”.
Bajo
esta filosofía se mueven los promotores de los Comités Locales de
Abastecimiento Popular, CLAP, una especie de instancia de control que desde
mediados de mayo comenzó a organizar la entrega de pequeñas bolsas de comida a
la población más necesitada ante la crisis alimentaria y socio política que
estremece a Venezuela.
Aunque
ya funcionaban desde poco menos de un año en algunas comunidades, el sistema
que rige los CLAP tomó fuerza a raíz del Estado de Excepción y de la Emergencia
Económica, promulgado por el gobierno de Nicolás Maduro el pasado 13 de mayo,
cuando les atribuyó “funciones de vigilancia y organización”.
Los
CLAP en unión de “los consejos comunales, y demás organizaciones de base del
Poder Popular, conjuntamente con la Fuerza Armada Nacional Bolivariana, Cuerpos
de Policía Nacional y Municipal”, quedaron facultados “para mantener el orden
público y garantizar la seguridad y soberanía en el país”, dice el artículo 9
del citado decreto.
Mediante
los consejos comunales los promotores invitan a los vecinos para levantar el
censo en el que deben entregar la información de sus familias. Además de las comunidades,
otros lugares de organización son las escuelas para los educadores, y los
ministerios para los empleados públicos, mayormente allegados al gobierno.
Desde
el Poder Ejecutivo indican que “la intención es garantizar que los alimentos
lleguen a todos los venezolanos y quebrar el espinazo a los bachaqueros”; sin
embargo, para conformar los CLAP los datos son recogidos en planillas cuya
estructura alerta de un nuevo estilo discriminatorio en Venezuela. “¿Milita
en la Revolución?”, pregunta uno de los ítems del citado instrumento,
con opciones para responder “Sí” o “No”.
“¿Cuál
es nuestra prioridad?”, se preguntó ante un medio
televisivo el oficialista Daniel Aponte, jefe del gobierno del Distrito
Capital. Acto seguido respondió: “Las personas con mayor índice de pobreza,
con discapacidad, los adultos mayores e igualmente los sectores donde hay bases
de misiones”, que son sectores sin servicios.
Pese
a esto, existen comunidades censadas desde hace más de dos meses y no las han
recibido como ocurre en las urbanizaciones “Doña Menca de Leoni” y “Oropeza
Castillo” de Guarenas, o en “Filas de Mariche” de Petare, comunidades ubicadas
en el estado Miranda, entidad gobernada por el opositor Henrique Capriles
Radonski.
Segregación alimentaria
El
politólogo John Magdaleno, advirtió que con este sistema el gobierno intenta “evitar
una pérdida mayor de piso político al garantizar que sean sus seguidores los
que obtengan los productos”, según dijo al diario El Nacional. “El
estado de excepción deja la puerta abierta para una distribución
segregacionista de los bienes”, acotó.
Igualmente
sostuvo que “así como en la Unión Soviética el lema era ‘Todo el poder para los
soviets’, aquí en Venezuela avanzamos hacia ‘Todo el poder para los CLAP’.
Al final corremos el riesgo de parecernos cada vez más al socialismo soviético
con las arbitrariedades y contradicciones que terminó teniendo”.
“¡Tenemos hambre, tenemos
hambre!”
El
sistema ofrece bolsas con alimentos regulados que según los “técnicos” del
gobierno deberían alcanzar para una familia promedio de cuatro a seis personas
y pueden obtenerlas cada 28 días, con
precios que van desde los 600 hasta los 1800 bolívares.
Por
otra parte, la aplicación de este sistema ha implicado la prohibición directa a
los comerciantes de distribuir los productos regulados, conllevando la
frustración en las colas y el incremento de protestas y saqueos en
supermercados o directamente a los vehículos que transportan los insumos, al
grito: “¡Tenemos hambre, tenemos hambre”.
Es
de mencionar que independientemente de los registros del CLAP, las bolsas solo
contienen uno o dos kilos de harina de maíz precocida, azúcar, arroz y pasta, además
de un litro de aceite y medio kilo de margarina, productos que muchas veces no
alcanzan para dos semanas, por lo que el círculo sed hace recurrente ante la
insoportable realidad.
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