11 de ABRIL de 2016
Fabioli Pernía tiene
nueve años. Junto a su hermana menor Fabiola acompaña con frecuencia a Tania,
la madre, a varios centros de acogida y a las plazas públicas del sur oeste de
Caracas, para llevar alimento y mucho consuelo espiritual a varias personas
mayores que se encuentran en situación de calle.
El 2 de abril pasado,
la chiquilla participó en la caminata organizada por el movimiento de
apostolado Jesús de la Divina Misericordia; en vísperas de esta festividad.
Peregrinaron desde Plaza Francia de Altamira, hasta la iglesia de San José en
Chacao.
Mientras Tania expresaba
sus motivaciones para abrazar la devoción propagada por santa Faustina de
Kowalska y san Juan Pablo II, la inquieta niña también quería dar su
testimonio.
“Yo siempre he
acompañado a mi madre cuando lleva comida a los indigentes y a los niños de la
calle”, suelta de primera.
Se sentía
protagonista de una historia distinta. Sus palabras eran refrendadas por la
madre. “Es cierto”, acota Tania.“Mi niña saca espacio a su tiempo de estudios y
recreación para acompañarnos en esta labor de mi grupo de apostolado”.
Cual si de un adulto
se tratara, la niña relataba: “Me gusta dar alimentos y hablar de Dios
a los indigentes, porque eso me ha ayudado a crecer y sentirme muy útil”.
“Como ellos
padecen más hambre que yo, entonces reflexiono y me digo: ¿por qué no
ayudarlos? Y preguntaba a Tania: ¿Mami, vamos a seguir
ayudándolos?”.
¿Cómo
te tratan estas personas sabiendo que eres una niña? Su respuesta es corta y sencilla: “Ellos
sonríen y me dicen: gracias, niña, por darme comida. A mí eso me gusta, que se
sientan felices”.
Dios
no abandona nunca
La actitud de esta
niña no deja lugar a dudas: crece en un hogar donde se ha practicado
el amor y la caridad. “Esto se lo debemos a la Divina Misericordia”,
apunta Tania, relatando la otra parte de la historia, esa de cómo llegó a ser
una fiel devota.
“Fabioli tenía
apenas un año de edad cuando su padre abandonó el hogar”, dijo.
En medio del
sufrimiento buscó cobijo en Dios y en un grupo de apostolado. “Cada día, a las
tres de la tarde, se reunían y todavía se reúnen en la iglesia parroquial para
rezar la Coronilla de la Divina Misericordia”, indica Tania.
“Me quedé sola con
dos niñas a mi cargo, Fabioli de casi un año, y Fabiana de pocos meses”, narra.
“Mi esposo me abandonó pero Dios no me ha abandonado jamás, y a mis niñas,
mucho menos”, comentó apretando el Santo Rosario que le colgaba del cuello.
Y prosigue su
historia: “Un día vi un papelito en la iglesia ‘María Reina de Luz’, que decía:
‘los viernes, reunión de la Divina Misericordia’. Asistí, pregunté si podía
entrar; me dijeron que sí, y desde esa fecha me quedé recibiendo apoyo,
formación y muchas ganas de ayudar a otras personas que viven en condiciones
peores a las mías”.
De esa manera, la fe
y devoción de Tania también ha ido alimentando la de sus dos hijas,
desarrollando junto a ellas un intenso trabajo en favor de los más abandonados.
“Realizamos Coronillas
de la Misericordia en la vía pública del boulevard de Caricuao, en el Puente
Los Leones. Y también me integré al equipo de la Misericordia que ayuda en un
comedor de La Paz donde se alienta a la gente abandonada”.
Comentó que con esto,
Fabioli ha crecido aprendiendo la importancia de ayudar a los demás. Una vez
más, la niña interviene y repite que siente mucha alegría cuando “los
abuelitos” le toman la mano y le dicen: “¡Gracias niña por darme la
comida!”.
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