Entrevista realizada por la periodista Macky Arenas al eminente médico e investigador venezolano, Jacinto Convit, quien nació en Caracas el 11 de septiembre de 1913. Con motivo del fallecimiento del científico este lunes 12 de mayo de 2014, Macky reenvió una entrevista que Jacinto Convit le concediera a sus 96 años. "Vale la pena. Reconforta el espíritu. Acaba
de morir y me parece estar viendo sus enormes ojos azules aconsejándome: ´ama
siempre, jamás odies...y vas a vivir mucho y bien´. Murió a los 100 años. Según
él, muchas tareas le aguardaban. Según nosotros, él solo hizo lo que debía
haber hecho más de una generación...disfrútenla!"
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El ABC de Jacinto Convit,
científico venezolano - ¡Qué Dios lo ilumine!, exclaman los pacientes en el
Hospital Vargas
Jacinto Convit: El silencio fecundo
En
diez minutos está lista la vacuna que experimenta el científico y su equipo
para el tratamiento del cáncer. “Falta mucho por llegar a la meta, no queremos
crear falsas expectativas”, dice Convit desde la sabiduría de los 96 años
Macky Arenas el Jul 24th, 2010
“¡Que Dios lo
ilumine!”, es la frase que se escucha repetir a los enfermos que esperan por el
sabio del Vargas. El Instituto de Biomedicina, contiguo al emblemático y
caraqueñísimo hospital, es hoy un hervidero de afectados por la que se llama
discretamente “penosa enfermedad”, como si se temiera hasta pronunciar el
nombre. Todos quieren vivir. Hace tiempo que este viejo luminoso libra un
combate sin cuartel contra el cáncer. Tiempo es lo que necesita el doctor
Jacinto Convit. Ha recorrido un largo camino a través de su gran pasión: la
investigación, desde que salvó a la humanidad de la más terrible y humillante
enfermedad bíblica (la lepra), hasta hoy, cuando al filo de la centuria en edad,
se aproxima a conseguir la vacuna contra el cáncer. “No es una
vacuna –ha explicado desde el comienzo- es más bien una inmunoterapia. Las
vacunas son tratamientos preventivos y esto no es lo mismo. La persona debe
estar enferma para que pueda recibir esta terapia, que se obtiene de su propio
organismo, del propio tumor”. Siendo así, el cáncer se enfrenta a un
enemigo de cuidado: encima, no harán falta miles de millones para producir el
remedio y menos para tener acceso a él.
Este “milagro”,
como ya lo llaman algunos, se prepara al instante y se aplica en tres
dosis con intervalos de seis semanas. En 23 personas sólo dos de ellas no
obtuvieron mejorías. Una tenía diabetes y la otra estaba recibiendo
quimioterapia.
“Dependiendo de la complejidad de cada caso los cambios tardan
más o menos, pero ya hay personas que a la primera o segunda dosis comienzan a
presentar cambios inmunes”, cuenta un miembro del grupo que acompaña al doctor
Convit. Los resultados han sido sumamente alentadores para plantarle cara a
esta enfermedad que se ha llevado a la tumba a millones de seres humanos,
justamente atacando con fiereza en las modalidades sobre las que trabaja el
equipo de Convit: mamas, colon, cerebro y estómago.
Está claramente en etapa
experimental y Dios le está dando el tiempo que este apóstol de la esperanza va
requiriendo para cumplir con la fase final de la cuota de agradecimiento
a su querida Venezuela, a la que escribió en una carta: “Te agradezco el haber
sido formado en tu seno y el haber entendido, en mi tránsito en la vida
asentado en ti, que es el trabajo compartido en equipo, consciente y sostenido,
el más fructífero. Ayúdanos a entender para tu mayor esplendor que eso es así”.
EQUIPO DE LA
ESPERANZA
Y ha sido así.
Jacinto Convit ha logrado un equipo que ha persistido a su lado en la fe, en el
esfuerzo, en el desprendimiento por amor a este país. Hoy, como auténticos
franciscanos de la ciencia, siembran la esperanza en medio de un colectivo
desesperanzado y el aliento en medio de la depresión. Nunca hemos estado más
defraudados, aparentemente entregados y es justo ahora, como si se tratara de
una señal del Cielo, que se nos revela de nuevo este héroe civil
levantándose como el luchador de la lona, en el impulso decisivo antes del
sonido de la campana. Está potenciando cambios en el sistema inmunológico de la
persona afectada con el uso de su propio tumor. El compuesto que se inyecta es
personal, por lo tanto, gratuito. La cura estará al alcance, si concluye con
éxito la fase experimental, de todo aquél que la necesite. Tal vez la
quimioterapia, con sus terribles efectos colaterales sobre el organismo humano,
no será necesaria, antes bien, muy probablemente sea contraindicada.
El costoso
tratamiento que dejaba por fuera a los pacientes sin recursos, encontrará su
muerte natural en la perseverante e ininterrumpida evaluación que este notable
investigador conduce en quienes voluntariamente acuden en masa a pasar por la
prueba. Poco tienen que perder y mucho que ganar.
En diez minutos
está lista la vacuna. Nunca se fabrica si el paciente no está sentado
esperando. El interesado se presenta, se le hacen unos sencillos test de
inmunidad celular con pedacitos de tejido de la parte afectada y se elabora la
vacuna el día en que la persona llega para aplicársela. Se suministra por vía
intradérmica, en uno de sus brazos. A partir de ese momento, comienza un control
riguroso de toda la evolución médica del paciente, especialmente los informes
aportados por su oncólogo tratante.
El doctor Convit no cobra por nada. “Jamás
en su vida ha ejercido en privado”, dicen sus colaboradores. Y nos consta. La
fila de pacientes a las puertas de su consultorio, día tras día, prueba que esa
eminencia de la medicina se ha consagrado a quienes menos tienen. No en balde
lo llaman “el José Gregorio Hernández de San José”.
ALIVIAR EL DOLOR
HUMANO
Dentro de un ratico
tendrá cien años, de los cuales ha dedicado a la áspera y silenciosa faena de la investigación la casi totalidad de su desempeño profesional y
no ha perdido su lucidez, ni su natural simpatía, ni su curiosidad de saber, ni
su cercana sencillez, mucho menos su trato humano y afable. Es una persona
alegre y hasta bromista, lo cual no deja de ser sorprendente en un ser que
tiene que haber visto desfilar al dolor de la mano de la miseria, del llanto y
de la impotencia a lo largo de toda su vida. Una vez fue nominado al Nobel de Medicina
y la mezquindad se lo arrebató. Pero él no se quejó ni se amilanó.
Simplemente siguió
en lo que toda la vida ha hecho: aliviar el sufrimiento humano. Gracias a
él Venezuela fue la primera de las naciones del mundo en mostrar que la
dignidad del ser humano que sufre la lepra debe ser preservada y que un enfermo
no debe ser humillado ni rechazado, sino atendido y curado. Hoy, de nuevo,
Jacinto Convit está señalando al mundo el camino hacia la cura del cáncer y una
fórmula para hacer llegar las terapias a quienes jamás podrían cubrir los
costos exorbitantes de los actuales tratamientos, dolorosos, prolongados y nada
garantizados, en otras palabras, a las mayorías
“Falta mucho para
llegar a la meta, no queremos crear falsas expectativas”, dicen en el
laboratorio, pero Convit anima, orienta, atiende personalmente a los pacientes,
ha enrolado con su entusiasmo a experimentados colaboradores que estaban a
punto de retirarse. Nadie puede decirle que no. Convence con su empeño en
salvar vidas y aportar a la humanidad un poco de alivio; y convence con sus
ojos azules profundos, conmovedores, llenos de inmensidad y de dulzura. Pronto
comenzarán a publicar en revistas especializadas y a documentar los resultados
obtenidos en esta segunda etapa, con humanos.
Es conmovedor escuchar los
testimonios de quienes participan con el doctor Convit en estas tareas. Se
sienten afortunados, dicen que persistirán hasta que el cuerpo resista. Desde
el 2006 están en eso. Por dos años experimentaron en animales y fueron ajustando
aquí y allá, revisando componentes y distintas opciones, observando…hasta que
en el 2008 comenzaron a probarlo en humanos, bajo la fórmula integrada por un
gramo del tumor que tiene la persona, el Bacillus de Calmette y Guérin
–conocido como BCG- y una parte de formalina que es un compuesto químico. No
hay misterio ni secreto, todo es producto de la dedicación y el deseo de ser
útiles. Lo que hacen está sometido a estrictos controles microbiológicos
avalados por las Buenas Prácticas de Manufactura de la Organización Mundial de
la Salud.
SIN MISTERIOS O
SECRETOS
El compuesto que se inyecta es
personal, por lo tanto, gratuito. La cura estará al alcance, si concluye con
éxito la fase experimental, de todo aquel que la necesite.
El Doctor Jacinto
Convit es altamente respetado por la comunidad médica internacional. Su sola
mención es sinónimo de prestigio y admiración por parte de sus colegas
investigadores en el mundo entero. De repente escucha uno expresiones de
sospechosos reparos o de súbito deslinde de su proyecto, en factores que debían
estar aupando esos esfuerzos y sumándose a colaborar. “Es aquí donde lo conocen
poco –dice una gran amiga de la familia-. Cuando nos ha tocado viajar, la gente
pelea por verlo, por compartir con él, lo reconocen, lo tratan con inmenso
respeto, ¡hasta los maleteros se matan por llevarle el equipaje en los
aeropuertos!”. ¿Nadie es profeta en su tierra? La gente que padece desmiente
el dicho: “El nombre de Convit me trajo aquí”.
Cuando fuimos a
entrevistarlo, para su biografía en Globovisión, nos dedicó el tiempo que
necesitábamos, con su característica bondad y suavidad en el trato. Nos contó
su historia haciendo gala de una memoria envidiable. Relataba sus experiencias
con humildad, como si se tratara de un ser común y corriente, con una
conversación sumamente grata y fluida.
Su despacho es de una simpleza que
contrasta con su currículum imposible de asimilar en una sola lectura. Uno
llega a preguntarse si los periodistas no somos un estorbo para este tipo de
mentes en permanente creación y más si vamos con cámaras, luces, cables y
micrófonos. Cualquiera podría sentirse insecto ante tanta sabiduría, pero esos
ojos azules inoculan confianza: “Adelante, pregunta que yo te contesto”.
Entonces uno se aventura. Es de esos seres especiales que son capaces de sacar
lo mejor de cada interlocutor.
Sus asistentes, literalmente, lo adoran. No se
le pasa nada. Está pendiente de todo, si queríamos un juguito, si nos habían
facilitado las cosas, si precisábamos de algo más. El confesó que todo lo que
le hacía falta era tiempo y que si Dios se lo concedía él daría con esa terapia
contra el cáncer. Fue una lección que tuvo un broche de oro. Cuando le
preguntamos qué debíamos hacer para llegar a su edad en sus condiciones,
respondió: “Hay que amar y dejarse llevar. El odio mata, el amor cura”. No
queda sino quitarse el sombrero ante Convit. Coreamos a las humildes voces que
cada día lo ponen en manos del Creador: que Dios lo ilumine y sobre todo, ¡que
Dios lo bendiga!
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