Durante la
misa del Domingo de Ramos, Monseñor Mario Moronta recordó que aclamamos a
Jesucristo como el verdadero Rey. “En estos tiempos, entonces, las palmas que
se emplearán son las mismas acciones de los evangelizadores, sobre todo sus
obras de caridad y de justicia, así como su actitud de santidad”, dijo Monseñor
Moronta.
San Cristóbal 14 de abril de 2014.- Para celebrar el Domingo de Ramos, vecinos del
Barrio Guzmán Blanco y otras comunidades se reunieron en la cancha del sector
para la bendición de las palmas que presidió el Obispo de San Cristóbal, Monseñor
Mario Moronta, y posteriormente salir en procesión hacia la Iglesia Catedral
donde se celebró la Eucaristía.
“Al inicio
de la celebración hemos bendecidos los ramos y con ellos en nuestras manos,
aclamando al Señor Jesús, hemos hecho una peregrinación hasta el templo. Así,
recordamos la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén. A lo largo del camino,
como nos o recuerdan los evangelistas, el pueblo sencillo que sabía reconocer
la figura de Jesús, le recibió con cantos de alabanza y con el reconocimiento
cual Mesías. Jesús entre en Jerusalén para culminar su obra y para instaurar su
reino de salvación”, expresó el Obispo en su homilía.
En la
reflexión el Prelado indicó que esta celebración “además de introducirnos en el
clima de la semana mayor, nos permite, entre otras cosas, pensar y asumir dos
compromisos o responsabilidades. Una primera es la de aclamarlo como el
verdadero Rey, lo que conlleva una opción de fe. Y la segunda, hacer de esa fe
y opción por Cristo un acto continuo de evangelización”.
En cuanto
a acto de evangelización de la Iglesia, monseñor Moronta identificó dos
elementos: “uno de ellos es la alegría y el reconocimiento por parte de todos
hacia Jesús. La gente lo reconoce y lo proclama rey. Es decir, anuncia que
ciertamente es el Mesías. Aunque le duela a los potentados del pueblo de
Israel. El otro elemento lo encontramos en el empleo de los tapetes, de las
túnicas y de los adornos que le colocaban a lo largo del camino hacia la ciudad
santa. Es el símbolo de la preparación del camino del Señor para que sea
aceptado por todos. La misma gente lo hace con lo que le pertenece: no está
esperando ayudas externas. Con su misma alegría preparan, allanan el camino y
hace que entre gloriosamente a Jerusalén”.
El Obispo
diocesano invitó a los fieles a colocar las palmas en un lugar visible de las
casa, no como superstición, sino como signo visible de nuestro reconocimiento
del Jesucristo como salvador.
También
invitó el Obispo del Táchira participar de la “Jornada de Confesiones” que se
realizará este Lunes Santo en la catedral de San Cristóbal desde las ocho de la
mañana, y durante todo el día para quienes quieran reconciliarse con Dios a
través de este sacramento. De igual manera invitó a participar del “Viacrucis
de la Ciudad de San Cristóbal” que se efectuará el Martes Santo, comenzado a
las dos de la tarde desde la Iglesia El Ángel, en Barrio Obrero, hasta la
Catedral de San Cristóbal para concluir con la celebración de la misa.
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Homilía Domingo de Ramos
+ Mons. Mario Moronta
Obispo de San Cristóbal
Comenzamos la Semana Santa con la solemnidad del
Domingo de Ramos. Al inicio de la celebración hemos bendecidos los ramos y con
ellos en nuestras manos, aclamando al Señor Jesús, hemos hecho una
peregrinación hasta el templo. Así, recordamos la entrada triunfal de Jesús a
Jerusalén. A lo largo del camino, como nos o recuerdan los evangelistas, el
pueblo sencillo que sabía reconocer la figura de Jesús, le recibió con cantos
de alabanza y con el reconocimiento cual Mesías. Jesús entre en Jerusalén para
culminar su obra y para instaurar su reino de salvación.
El reino de Jesús es muy diverso al de los
potentados de la tierra. Al igual que treinta y tres años atrás, cuando Herodes
se asustó por la visita e interrogante de los magos venidos de oriente, los
jefes del pueblo terminan por alarmarse con las aclamaciones del pueblo al
ingreso de Jesús en Jerusalén. Unos años antes, Herodes mandó a matar a los
inocentes para eliminar cualquier rey que pudiera haber nacido en Belén. Ahora
deciden prenderlo y condenarlo a muerte a Él. Ya no hay que arriesgarse con los
inocentes, porque está en medio de ellos.
Esta celebración, además de introducirnos en el
clima de la semana mayor, nos permite, entre otras cosas, pensar y asumir dos
compromisos o responsabilidades. Una primera es la de aclamarlo como el
verdadero Rey, lo que conlleva una opción de fe. Y la segunda, hacer de esa fe
y opción por Cristo un acto continuo de evangelización.
La evangelización es la misión continua de la
Iglesia. No es un acto coyuntural, sino que es la Misión Permanente de la
Iglesia. Para que sea eficaz, con la ayuda del Espíritu de Dios, lo que hemos
de hacer es anunciar el Evangelio de la salvación: con las palabras, con el
ejemplo de vida, con las acciones de nuestra conducta y con las realizaciones
pastorales de la Iglesia. Podríamos identificar esta acción con dos elementos
presentes en el relato de la entrada triunfal de Jerusalén: uno de ellos es la
alegría y el reconocimiento por parte de todos hacia Jesús. La gente lo
reconoce y lo proclama rey. Es decir, anuncia que ciertamente es el Mesías. Aunque
le duela a los potentados del pueblo de Israel. El otro elemento lo encontramos
en el empleo de los tapetes, de las túnicas y de los adornos que le colocaban a
lo largo del camino hacia la ciudad santa. Es el símbolo de la preparación del
camino del Señor para que sea aceptado por todos. La misma gente lo hace con lo
que le pertenece: no está esperando ayudas externas. Con su misma alegría
preparan, allanan el camino y hace que entre gloriosamente a Jerusalén. Así es
la evangelización: la Iglesia con todos sus miembros se vale de todos los
medios posibles para hacer que el señor ingrese en las comunidades,
instituciones y personas a quienes dirige su mensaje. No lo hace porque haya
que hacerlo, sino porque está convencida de su Misión.
Esto mismo exige de cada uno de los miembros de la
Iglesia, discípulo-misionero de Jesús y, por tanto evangelizador, manifestar la
opción de fe en el Señor. Es el testimonio. En estos tiempos, entonces, las
palmas que se emplearán son las mismas acciones de los evangelizadores, sobre
todo sus obras de caridad y de justicia, así como su actitud de santidad. Los
gritos y cantos serán sus propias personas con las que la gente va a ir
descubriendo que se aclama así al Señor. Y se aclama de tal manera, desde la
fe, que todo lo que un discípulo-misionero de Jesús realiza lo hace para
anunciar a Cristo. Todo creyente en Cristo Jesús es, ante todo, un anuncio vivo
y personal del Mesías Redentor. Así, el testimonio de vida no sólo adquiere un
sentido, sino que se convierte en anuncio profético a lo largo del tiempo de la
obra redentora del auténtico Rey, Jesús.
Las palmas bendecidas y con las que participamos en
esta celebración no son una especie de amuleto que nos van a proteger de males
o de calamidades. Más bien, con esas palmas estamos diciéndole también a Jesús
Ven, Señor, entra en nuestra ciudad, en nuestro barrio, en nuestra aldea, en
nuestros hogares, en nuestras instituciones. Con esas palmas estamos
demostrando de manera pública que hemos tomado la decisión de seguir a Jesús.
Buscar la palma, tomarla, sostenerla en la mano y ponerla luego en un lugar
visible de la casa es decidirse a abrirle la puerta del Evangelio, es un signo
de nuestra voluntad de recibir a Dios en nuestros hermanos cada día y mediante
gestos concretos de caridad…
Por eso, al iniciarse la semana santa, las palmas
son como una señal de nuestra aceptación de que la Misión de Jesús, que lo
llevará a la Cruz y a la Resurrección, constituye el centro de nuestra vida. De
allí que, fortaleciendo nuestra fe y nuestra existencia cristiana, podamos
conmemorar la Pasión del Señor y reafirmar que somos discípulos de Jesús.
Dentro de una semana, las palmas se cambiarán por cirios que harán brillar la
luz del resucitado. Así, las aclamaciones de hoy se transformarán en los
exultantes cantos de un aleluya que reconoce al Salvador. Las palmas de hoy y
los cirios de mañana expresan, con sus propias características, que somos los
que anunciamos y proclamamos que Jesucristo es el auténtico Rey, el que da la
salvación y el que nos ha convertido en hijos de Dios Padre, nuevas criaturas.
El Hosanna de hoy y el Aleluya del próximo domingo tienen el mismo fin: Aclamar
al Rey de la Gloria.
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