“Empezaré por repetir lo que ya dije en otra ocasión: “para mí el doctor Hernández fue, ante todo, el maestro insigne que me inculcó, con su insuperable don para la enseñanza, amor y entusiasmo por las materias en que descolló”. Dr. Domingo Luciani (1886-1979)
La mejor prueba de la idoneidad de nuestro inolvidable catedrático, puede medirse por la facilidad con que sus lecciones quedaban grabadas en la memoria de sus oyentes, quienes, en notas tomadas apresuradamente en el curso de la conferencia, apuntaban lo necesario para poder luego, con calma, reconstruir el tema.
Pero aquel, su esmero por la preparación básica del alumno en el aspecto doctrinario o teórico de la materia, era sólo la fase preliminar, la introducción necesaria para acometer con éxito la parte más importante del aprendizaje: la comprobación ostensible de los conceptos sostenidos en la Cátedra mediante una técnica adecuada y la adquisición de un criterio ajustado a la juiciosa interpretación de los resultados obtenidos.
Porque, en realidad, el doctor Hernández era por temperamento, por natural inclinación y por su formación al lado de los grandes maestros de la Escuela Francesa, un técnico en la más amplia aceptación del vocablo.
No era muy indulgente por cierto nuestro maestro al presenciar los descuidos o torpezas en las manipulaciones correspondientes al trabajo encomendado al alumno, o al darse cuenta de la tergiversación de fórmulas u otros detalles importantes. Mucho menos toleraba el alarde de suficiencia de quién no la tenía. Pero no era la áspera reconvención al culpable su manera de reaccionar ante la ineptitud o la vanidad: disponía de un arma más sutil y más temida, en la ironía con que matizaba sus comentarios y que esgrimía con singular destreza.
No podría terminar este breve recorrido por el pasado, que me ha dictado la gratitud y el cariño sin hacer especial mención de la entereza de carácter de que siempre dio prueba el doctor Hernández: con espartana serenidad afrontó la furia de los descalificados por sus fallos justicieros y ninguna influencia, venida de donde viniere logró influir en su ánimo, para torcer la recta trayectoria que siempre guio sus pasos hacia el cumplimiento del deber.
Por su incuestionable competencia dio lustre imperecedero a la Cátedra que desempeñó, que fue también Cátedra de Dignidad.
Doctor Pastor Oropeza (1901-1991)
Es cosa bien sabida que la clínica no se aprende sino manoseando enfermos y ejecutando las técnicas cabalmente. Todo el proceso de se reduce a clasificar, catalogar, poner orden, para poder curar, si fuese posible, y cuando no, aliviar o consolar. Y a esto llamamos como buena asociación del enfermo, el libro y la revista. No podemos oponerlos. Ya Osler nos lo enseñó magistralmente:
Estudiar las enfermedades sin libros, equivale a navegar por un mar sin cartas marinas, mientras que estudiar libros sin enfermo, equivale a no embarcarse.
Hernández trae la luz de la bacteriología, la estructura de lo pequeño y el manejo de todo el engranaje de la máquina. Sin estos aportes, con la adición ulterior de la bioestadística, la medicina de hoy no hubiera dado este vuelco extraordinario que a todos nos asombra y espanta.
No es el caso de pregonar las excelencias espirituales de la vida de José Gregorio Hernández.
Su fe todavía sacude las entrañas mismas de nuestro pueblo; en el ajetreo de una vida intensa profesional, fue paradigma del médico de familia, institución acabada por la tecnología moderna, pero mucho más cerca de la medicina integral contemporánea que el oficio desempeñado por tanto intonso de hoy, horadado por un solo rayo de luz.
Dr. Franz Conde Jahn (1901-1977)
Para esta conmemoración se me ha asignado la honrosa encomienda de delinear en breves palabras una de las facetas de la actuación médica de este ilustre maestro: la hospitalaria.
Hernández quien además de la Medicina cultivaba la Filosofía, era apasionado por la investigación científica. Prefería la docencia universitaria a la enseñanza clínica en la cabecera del enfermo de hospital y limitaba el ejercicio profesional a la clientela de la privada, en la que supo crearse profesional a la clientela de la privada, en la que supo crearse fama perdurable con atinados diagnósticos y acertadas terapéuticas, ejercicio que llevó a cabo en todo momento con tan alto espíritu altruista; que lo ha animado de santidad después de su inesperada muerte.
Durante el lapso de su actuación, Hernández acrecentó la mística estudiantil para las investigaciones científicas en la disciplina médica que allí había creado Rangel, durante su corta, pero cuantiosa y admirable condición de actuante.
Con temporales ausencias en los años 1913,1914 y 1916, Hernández desempeño la Jefatura de Laboratorio del Hospital Vargas, hasta el domingo 29 de junio de 1919, día en que, por absurdo impacto automovilístico ocurrido en la esquina de Amadores, murió trágicamente.
Señores académicos:
Muchos de nuestros muchos de nosotros nos honramos con haber sido discípulos del Dr. José Gregorio Hernández y sabemos cómo era concisa, pero práctica y positiva, su enseñanza; por eso siguiendo su ejemplo, he sido breve en la exposición del preciado cometido que me asignó nuestro Presidente.
Creo -fiel al espíritu de los que generosamente nos impartieron enseñanza- haber rendido con esta evocación, lo que estimo es para mí, y supongo que también para todos ustedes: un emocionado recuerdo a la memoria del Maestro.
Doctor Salvador Córdoba (1887-1962)
El ejercicio del magisterio, como cargo de dignidad y de gobierno, requiere condiciones especiales condignas del cumplimiento de esta misión excelsa. Por tradición milenaria el ideal del maestro ha sido establecer entre él y sus discípulos vínculos espirituales, intelectuales y morales con el anhelo de que como depositarios de sus enseñanzas, sean los encargados de continuarlas, de afinarlas y de generalizarlas, pues ellas son la expresión de su escuela, trasunto de sus atributos y, como tales, esencias.
Por la acendrada cultura intelectual y científica y la firmeza de su credo moral, el Doctor Hernández fue un hombre en quién el saber, la virtud, la bondad, el carácter, la humildad y la fe católica fueron cualidades esenciales que resplandecieron en su vida como facetas características de su respetable personalidad.
El Doctor José Gregorio Hernández: “Ciudadano eminente, señores, a quién la pureza de sus costumbres, la austeridad y ecuanimidad del carácter y aquella franciscana humildad con que atravesó por entre los hombres, eleváronle a un nivel moral cuya altura solo alcanzan los espíritus selectos”.
“Médico, ejerció la medicina como un apóstol del bien. Padre de mi misericordia para quienes en horas de infortunio y dolor se acercaron a él, su corazón fue siempre como viviente surtidor de consuelos y esperanzas dónde apagó su sed el sufrimiento; y alma remisa a los alardes del bien, practicó la caridad a ojos vendados, no como los tartufos profanando el sagrado sacerdocio del médico. Así le veíamos entre los afanes de la vida profesional visitar con igual devoción, la suntuosa mansión del potentado, como la solitaria choza del mendigo; e ir, afortunado cultivador de bellos jardines espirituales, con incansable actividad, de la cátedra universitaria al laboratorio y del libro a la oración, sereno siempre el semblante como quién lleva la mente extraña a insanos pensamientos y el alma limpia de pasiones innobles, porque, espíritu plasmado como en moldes de santidad para la virtud, jamás rozaron sus alas el fango de la tierra, antes bien, desdeñoso del mundo, prefirió a las magnificencias de la vida y a los señuelos del placer, el retiro y las dulzuras del ensueño místico en el quietismo de los claustros.”
“Fue una vida preciosa: sin vanidades ni soberbias, sin envidias ni rencores, sin odios ni asechanzas. Pasó por la tierra como un justo.”
Dr. Diego Carbonell (1884-1945)
El doctor Diego Carbonell decía: “Fuí su discípulo; y apenas si el recuerdo pudiera bosquejar afectuosamente la silueta del Biólogo más ilustre que haya brillado en la Escuela de Medicina de Caracas… el más sagaz de los maestros y el más pedagogo de los profesores… de sabiduría experimental, de aquellos que estudian la Biología en el propio centro de las ciencias biológicas”.
Dr. Rafael Pino-Pou (1880-1936)
El doctor Rafael Pino-Pou, su discípulo y preparador de su cátedra por siete años quién llegara a ser Vice-Rector de la Universidad, se expresaba así: “No fue tanto la ciencia de maestro incomparable lo que forjara la fuerza de su vida, este Maestro dulce y bueno, sabio y santo, fue un gran triunfador. Conoció bien las vanas fosforescencias de esta vida y triunfó sobre todas las miserias humanas”.
Nadie podrá negar que, ajeno a la más leve propensión mercenaria, Hernández estaba dotado de cierta munificencia y desinterés, munificencia y desinterés, de cierta abnegación y espíritu de sacrificio, que le erigían en modelo y dechado de virtudes, fue sin lugar a dudas: “Un Apóstol de la Justicia Social en Venezuela”.
Una de las virtudes que siempre se le reconoció a Hernández, a lo largo de toda su vida, fue la de hacerse amar. Prestó sus servicios a todos los que lo necesitaban como joven, como amigo, como estudiante o como profesional, de manera incansable, fué pues un hombre de acción.
Ante una tumba, la opinión de un colega .
Doctor Francisco Antonio Risquez (1856-1941)
Doctor Francisco Antonio Rísquez |
En la escuela de Medicina de Caracas; señalar al médico que, desde su aparición en el campo de la lucha profesional, alternó sin disputa con los ya consagrados pontífices de la carrera; destacar al hombre que, por bueno y por justo, conquistó el cariño de sus compatriotas, sin excepción alguna; cada cual de estos y de otros muchos son puntos de vista que ofrecen vasto campo al homenaje y a la loa; pero no satisface mi deseo del momento.
Entre las voces de la prensa que ensamblaron su vida; los lamentos de la sociedad, que lloraron su muerte; las pirámides de flores, que ocultaron su fosa; los torrentes de armonía, que ahogaron tanto gemidos, un elogio más, y de mi pluma; un sollozo más, y de mi pecho; una flor más, y de mi huerto; una lágrima más, y de estos ojos --cansados de llorar desolaciones-- son nada, un punto, un átomo, un suspiro, cuando esa vida está pidiendo un análisis, ante el cual enmudece mi acento, se paraliza mi mano y mi mente se abisma y se confunde.
No basta a mi intención de escritor, ni llena mi anhelo de biógrafo, ni responde a mi interrogatorio de psicólogo, en reseñar la vida que todos vimos discurrir, el celebrar esa carrera que todos estamos glorificando, el divagar sobre una actuación cuyos impulsos, guía y finalidad constituyen la singularidad de esa figura.
Yo quisiera más bien ahondar en su mentalidad, interrogar a esa esfinge, investigar el resorte que en vida le mantuvo siempre en alto y al morir le elevó hasta el Cielo de los Bienaventurados.
Yo quería preguntar:
¿Qué luces de rarísimos fulgores brotaban de aquel cerebro, en este campo intelectual de suyo tan brillante, para que yo mismo, apenas apareció en el terreno científico, le apellidase sin hipérbole: el sabio casi niño?
¿Qué aureola de extraños resplandores nimbaba la figura de aquel hombre, para que en este medio social, donde la virtud no es todavía rara avis, le consagrara el mundo con atributos de santidad?
¿Qué imán invisible encerraba aquel ente, cuando sin buscarlas, ni llamarlas, se iban hacia él las voluntades, como esclavas de su inmanente albedrío?
¿Qué chispa ultraterrena encendió en aquel cuerpo a un tiempo mismo, el cirio de la Fe Suprema y la antorcha de la Ciencia Soberana, hasta ofrecer a la admiración de todos de un arquetipo de filósofo creyente?
¿Qué poder misterioso residían en aquel carácter, cuando aún en medio de las mayores borrascas, su aguja marcó siempre el derrotero de su voluntad personal?
¿Qué influencia sugestiva salía de aquel espíritu, transmutando a la vista de todos, las austeras rigideces en benévolas actitudes, los defectos aparentes en virtudes reales, los errores supuestos en evidentes aciertos y las caídas inexplicadas en transfiguraciones sorprendentes?
¿Qué quinta esencia pudo vivir reconcentrada en aquel vaso, cuando al romperse en subitáneo cataclismo, la sacudida conmovió al instante todas las capas sociales, eleváronse al cielo los corazones en unánime sursum, como el incienso ante el ara, y dobláronse al suelo cabezas y rodillas, como queriendo preguntar a la tierra por qué reclamaba tan temprano el derecho innegable de poseer aquel cuerpo?
Yo no pude nunca penetrar en aquella psicología, ni alcancé jamás a descubrir los secretos de aquella ecuanimidad imperturbable. Yo le veía recorrer, con incansable actividad, en intrincado laberinto del mundo, sin comprender qué fuerza le guiaba o sostenía; pero sabiendo, sí, que sus caminos eran los de la virtud y su norte la Eterna Bienaventuranza.
Yo le acaté científico, le admiré carácter, le aprecie compañero, le respete justo y bueno, como arrastrado a amarle y venerable por una inclinación inconsciente, y hoy incapaz de trazar unos rasgos que le representen y le expliquen, suelto la pluma impotente, en espera de que un día, disipado el torbellino del desastre y asentadas las ideas que atropellan, psicólogo más hábil o pluma más discreta delinee la personalidad culminante y enigmática del Doctor José Gregorio Hernández.
Para realizar este artículo, he tomado como referencia las biografías y trabajos de estas grandes personalidades como lo fueron: de izquierda a derecha. |
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