Recuerda que Francisco en su mensaje para la Jornada
Mundial de las Comunicaciones del 29 de mayo de 2022, invita a “escuchar con los oídos
del corazón”
Caracas, 25 de enero de 2022
“Comuniquemos también la confianza y
honestidad en el mensaje que transmitimos a los demás”, es parte del
mensaje que este 24 de enero, dirigió monseñor Tulio Luis Ramírez Padilla a los
periodistas, en especial a los comunicadores católicos, con motivo de la 56°
Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, que se celebrará el venidero 29
de mayo.
“Que
el Señor ilumine sus vidas y su camino, que el Espíritu Santo guíe sus
corazones (…) que el Señor bendiga su misión como periodistas y comunicadores
en este día, y en todos los días de sus vidas”, dice en la nota enviada a El Guardián Católico desde la Conferencia
Episcopal Venezolana (CEV).
El
24 de enero de 2022, es el día en que se celebra la memoria litúrgica de San Francisco de Sales, patrono de los
periodistas, explica la CEV. Por ello, monseñor Ramírez Padilla, obispo de
Guarenas y presidente de la comisión episcopal de comunicación de la CEV, dirigió
sus felicitaciones a los comunicadores sociales.
En
especial, se dirigió a aquellos que se dedican a disponer su profesión al
servicio de la Iglesia, con motivo de la publicación del Mensaje del
Papa Francisco para la 56° Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales,
indica la CEV.
“El
Papa Francisco nos pide a todos los comunicadores que escuchemos con los oídos
del corazón”, expresó monseñor Tulio Ramírez. “Que escuchen con el corazón lo que el Señor quiere comunicar”,
animó el prelado.
Escuchar con los oídos del corazón
El
Papa Francisco compartió el Mensaje para
la 56° Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, que se celebrará
cada 29 de mayo. El mensaje se ha hecho público, como es tradición, el 24 de enero, día en que se celebra la
memoria de San Francisco de Sales, patrono de los periodistas.
“Escuchar con los oídos del corazón” es
el título de este texto en el que, siguiendo la línea de “ir y ver” para
descubrir las realidades de los demás, como invitaba en el mensaje publicado en
2021. En esta oportunidad, el Pontífice Romano motivó a “escuchar”, una acción
y condición decisiva “para un diálogo auténtico”, escribe en el mensaje.
“De los cinco
sentidos, parece que el privilegiado por Dios es precisamente el oído, quizá
porque es menos invasivo, más discreto que la vista, y por tanto deja al ser
humano más libre”, afirma el papa Francisco.
A continuación, el Mensaje del
Santo Padre:
MENSAJE DEL SANTO
PADRE FRANCISCO PARA LA 56 JORNADA MUNDIAL DE LAS COMUNICACIONES SOCIALES
Escuchar con
los oídos del corazón
Queridos hermanos y hermanas:
El año pasado
reflexionamos sobre la necesidad de “ir y ver” para descubrir la realidad y
poder contarla a partir de la experiencia de los acontecimientos y del
encuentro con las personas. Siguiendo en esta línea, deseo ahora centrar la
atención sobre otro verbo, “escuchar”, decisivo en la gramática de la
comunicación y condición para un diálogo auténtico.
En efecto, estamos
perdiendo la capacidad de escuchar a quien tenemos delante, sea en la trama
normal de las relaciones cotidianas, sea en los debates sobre los temas más
importantes de la vida civil. Al mismo tiempo, la escucha está experimentando
un nuevo e importante desarrollo en el campo comunicativo e informativo, a
través de las diversas ofertas de podcast y chat audio,
lo que confirma que escuchar sigue siendo esencial para la comunicación humana.
A un ilustre médico,
acostumbrado a curar las heridas del alma, le preguntaron cuál era la mayor
necesidad de los seres humanos. Respondió: “El deseo ilimitado de ser
escuchados”. Es un deseo que a menudo permanece escondido, pero que interpela a
todos los que están llamados a ser educadores o formadores, o que desempeñen un
papel de comunicador: los padres y los profesores, los pastores y los agentes
de pastoral, los trabajadores de la información y cuantos prestan un servicio
social o político.
Escuchar con los oídos del corazón
En las páginas bíblicas
aprendemos que la escucha no sólo posee el significado de una percepción
acústica, sino que está esencialmente ligada a la relación dialógica entre Dios
y la humanidad. «Shema’ Israel - Escucha, Israel» (Dt 6,4),
el íncipit del primer mandamiento de la Torah se propone continuamente en la
Biblia, hasta tal punto que san Pablo afirma que «la fe proviene de la escucha»
(Rm 10,17). Efectivamente, la iniciativa es de Dios que nos habla,
y nosotros respondemos escuchándolo; pero también esta escucha, en el fondo,
proviene de su gracia, como sucede al recién nacido que responde a la mirada y
a la voz de la mamá y del papá. De los cinco sentidos, parece que el
privilegiado por Dios es precisamente el oído, quizá porque es menos invasivo,
más discreto que la vista, y por tanto deja al ser humano más libre.
La escucha corresponde
al estilo humilde de Dios. Es aquella acción que permite a Dios revelarse como
Aquel que, hablando, crea al hombre a su imagen, y, escuchando, lo reconoce
como su interlocutor. Dios ama al hombre: por eso le dirige la Palabra, por eso
“inclina el oído” para escucharlo.
El hombre, por el
contrario, tiende a huir de la relación, a volver la espalda y “cerrar los
oídos” para no tener que escuchar. El negarse a escuchar termina a menudo por
convertirse en agresividad hacia el otro, como les sucedió a los oyentes del
diácono Esteban, quienes, tapándose los oídos, se lanzaron todos juntos contra
él (cf. Hch 7,57).
Así, por una parte está
Dios, que siempre se revela comunicándose gratuitamente; y por la otra, el
hombre, a quien se le pide que se ponga a la escucha. El Señor llama
explícitamente al hombre a una alianza de amor, para que pueda llegar a ser
plenamente lo que es: imagen y semejanza de Dios en su capacidad de escuchar,
de acoger, de dar espacio al otro. La escucha, en el fondo, es una dimensión
del amor.
Por eso Jesús pide a sus
discípulos que verifiquen la calidad de su escucha: «Presten atención a la
forma en que escuchan» (Lc 8,18); los exhorta de ese modo
después de haberles contado la parábola del sembrador, dejando entender que no
basta escuchar, sino que hay que hacerlo bien. Sólo da frutos de vida y de
salvación quien acoge la Palabra con el corazón “bien dispuesto y bueno” y la
custodia fielmente (cf. Lc 8,15). Sólo prestando
atención a quién escuchamos, qué escuchamos
y cómo escuchamos podemos crecer en el arte de comunicar, cuyo
centro no es una teoría o una técnica, sino la «capacidad del corazón que hace
posible la proximidad» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 171).
Todos tenemos oídos,
pero muchas veces incluso quien tiene un oído perfecto no consigue escuchar a
los demás. Existe realmente una sordera interior peor que la sordera física. La
escucha, en efecto, no tiene que ver solamente con el sentido del oído, sino
con toda la persona. La verdadera sede de la escucha es el corazón. El rey
Salomón, a pesar de ser muy joven, demostró sabiduría porque pidió al Señor que
le concediera «un corazón capaz de escuchar» ( 1 Re 3,9). Y
san Agustín invitaba a escuchar con el corazón ( corde audire), a
acoger las palabras no exteriormente en los oídos, sino espiritualmente en el
corazón: «No tengan el corazón en los oídos, sino los oídos en el
corazón» [1]. Y
san Francisco de Asís exhortaba a sus hermanos a «inclinar el oído del
corazón» [2].
La primera escucha que
hay que redescubrir cuando se busca una comunicación verdadera es la escucha de
sí mismo, de las propias exigencias más verdaderas, aquellas que están
inscritas en lo íntimo de toda persona. Y no podemos sino escuchar lo que nos
hace únicos en la creación: el deseo de estar en relación con los otros y con
el Otro. No estamos hechos para vivir como átomos, sino juntos.
La escucha como condición de la buena
comunicación
Existe un uso del oído
que no es verdadera escucha, sino lo contrario: el escuchar a escondidas. De
hecho, una tentación siempre presente y que hoy, en el tiempo de las redes
sociales, parece haberse agudizado, es la de escuchar a escondidas y espiar,
instrumentalizando a los demás para nuestro interés. Por el contrario, lo que
hace la comunicación buena y plenamente humana es precisamente la escucha de
quien tenemos delante, cara a cara, la escucha del otro a quien nos acercamos
con apertura leal, confiada y honesta.
Lamentablemente, la
falta de escucha, que experimentamos muchas veces en la vida cotidiana, es
evidente también en la vida pública, en la que, a menudo, en lugar de oír al
otro, lo que nos gusta es escucharnos a nosotros mismos. Esto es síntoma de
que, más que la verdad y el bien, se busca el consenso; más que a la escucha,
se está atento a la audiencia. La buena comunicación, en cambio, no trata de
impresionar al público con un comentario ingenioso dirigido a ridiculizar al
interlocutor, sino que presta atención a las razones del otro y trata de hacer
que se comprenda la complejidad de la realidad. Es triste cuando, también en la
Iglesia, se forman bandos ideológicos, la escucha desaparece y su lugar lo
ocupan contraposiciones estériles.
En realidad, en muchos
de nuestros diálogos no nos comunicamos en absoluto. Estamos simplemente
esperando que el otro termine de hablar para imponer nuestro punto de vista. En
estas situaciones, como señala el filósofo Abraham Kaplan [3], el
diálogo es un “duálogo”, un monólogo a dos voces. En la verdadera comunicación,
en cambio, tanto el tú como el yo están “en
salida”, tienden el uno hacia el otro.
Escuchar es, por tanto,
el primer e indispensable ingrediente del diálogo y de la buena comunicación.
No se comunica si antes no se ha escuchado, y no se hace buen periodismo sin la
capacidad de escuchar. Para ofrecer una información sólida, equilibrada y
completa es necesario haber escuchado durante largo tiempo. Para contar un
evento o describir una realidad en un reportaje es esencial haber sabido
escuchar, dispuestos también a cambiar de idea, a modificar las propias
hipótesis de partida.
En efecto, solamente si
se sale del monólogo se puede llegar a esa concordancia de voces que es
garantía de una verdadera comunicación. Escuchar diversas fuentes, “no
conformarnos con lo primero que encontramos” —como enseñan los profesionales
expertos— asegura fiabilidad y seriedad a las informaciones que transmitimos.
Escuchar más voces, escucharse mutuamente, también en la Iglesia, entre
hermanos y hermanas, nos permite ejercitar el arte del discernimiento, que
aparece siempre como la capacidad de orientarse en medio de una sinfonía de
voces.
Pero, ¿por qué afrontar
el esfuerzo que requiere la escucha? Un gran diplomático de la Santa Sede, el
cardenal Agostino Casaroli, hablaba del “martirio de la paciencia”, necesario
para escuchar y hacerse escuchar en las negociaciones con los interlocutores más
difíciles, con el fin de obtener el mayor bien posible en condiciones de
limitación de la libertad. Pero también en situaciones menos difíciles, la
escucha requiere siempre la virtud de la paciencia, junto con la capacidad de
dejarse sorprender por la verdad — aunque sea tan sólo un fragmento de la
verdad— de la persona que estamos escuchando. Sólo el asombro permite el
conocimiento. Me refiero a la curiosidad infinita del niño que mira el mundo
que lo rodea con los ojos muy abiertos. Escuchar con esta disposición de ánimo
—el asombro del niño con la consciencia de un adulto— es un enriquecimiento,
porque siempre habrá alguna cosa, aunque sea mínima, que puedo aprender del
otro y aplicar a mi vida.
La capacidad de escuchar
a la sociedad es sumamente preciosa en este tiempo herido por la larga
pandemia. Mucha desconfianza acumulada precedentemente hacia la “información
oficial” ha causado una “infodemia”, dentro de la cual es cada vez más difícil
hacer creíble y transparente el mundo de la información. Es preciso disponer el
oído y escuchar en profundidad, especialmente el malestar social acrecentado
por la disminución o el cese de muchas actividades económicas.
También la realidad de
las migraciones forzadas es un problema complejo, y nadie tiene la receta lista
para resolverlo. Repito que, para vencer los prejuicios sobre los migrantes y
ablandar la dureza de nuestros corazones, sería necesario tratar de escuchar
sus historias, dar un nombre y una historia a cada uno de ellos. Muchos buenos
periodistas ya lo hacen. Y muchos otros lo harían si pudieran. ¡Alentémoslos!
¡Escuchemos estas historias! Después, cada uno será libre de sostener las
políticas migratorias que considere más adecuadas para su país. Pero, en
cualquier caso, ante nuestros ojos ya no tendremos números o invasores
peligrosos, sino rostros e historias de personas concretas, miradas,
esperanzas, sufrimientos de hombres y mujeres que hay que escuchar.
Escucharse en la Iglesia
También en la Iglesia
hay mucha necesidad de escuchar y de escucharnos. Es el don más precioso y
generativo que podemos ofrecernos los unos a los otros. Nosotros los cristianos
olvidamos que el servicio de la escucha nos ha sido confiado por Aquel que es
el oyente por excelencia, a cuya obra estamos llamados a participar. «Debemos
escuchar con los oídos de Dios para poder hablar con la palabra de Dios» [4]. El
teólogo protestante Dietrich Bonhoeffer nos recuerda de este modo que el primer
servicio que se debe prestar a los demás en la comunión consiste en
escucharlos. Quien no sabe escuchar al hermano, pronto será incapaz de escuchar
a Dios [5].
En la acción pastoral,
la obra más importante es “el apostolado del oído”. Escuchar antes de hablar,
como exhorta el apóstol Santiago: «Cada uno debe estar pronto a escuchar, pero
ser lento para hablar» (1,19). Dar gratuitamente un poco del propio tiempo para
escuchar a las personas es el primer gesto de caridad.
Hace poco ha comenzado
un proceso sinodal. Oremos para que sea una gran ocasión de escucha recíproca.
La comunión no es el resultado de estrategias y programas, sino que se edifica
en la escucha recíproca entre hermanos y hermanas. Como en un coro, la unidad
no requiere uniformidad, monotonía, sino pluralidad y variedad de voces, polifonía.
Al mismo tiempo, cada voz del coro canta escuchando las otras voces y en
relación a la armonía del conjunto. Esta armonía ha sido ideada por el
compositor, pero su realización depende de la sinfonía de todas y cada una de
las voces.
Conscientes de participar
en una comunión que nos precede y nos incluye, podemos redescubrir una Iglesia
sinfónica, en la que cada uno puede cantar con su propia voz acogiendo las de
los demás como un don, para manifestar la armonía del conjunto que el Espíritu
Santo compone.
Roma, San Juan de
Letrán, 24 de enero de 2022, Memoria de san Francisco de Sales.
Francisco
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