Monseñor Manuel Felipe Díaz Sánchez presidió Bajada de la Divina Pastora

La tradicional procesión del 14 de enero, nunca fue suspendida por las guerras ni las catástrofes naturales a lo largo de más de siglo y medio, "cosa que sí pudo hacer el COVID-19", resaltó el prelado

Ramón Antonio Pérez // @GuardianCatolic
Barquisimeto, 6 de enero de 2022
Fotos cortesía Arquidiócesis de Barquisimeto

“La bajada de la Divina Pastora se ha convertido, desde hace algunos años, en el primer capítulo del homenaje que el pueblo larense y junto con él millares de devotos de todo el país y de otras naciones dedica a esta advocación mariana desde los comienzos del año”, dijo monseñor Manuel Felipe Díaz Sánchez durante la misa que presidio este 5 de enero, en el santuario de Santa Rosa, estado Lara, durante la bajada de la Divina Pastora.

Destacó que la emoción “de contemplar de cerca la piadosa imagen de la Virgen zagala se mezcla con otras manifestaciones de la piedad popular, como la contemplación del nuevo vestido que luce la imagen, la ofrenda de flores u otros objetos, el pago de promesas o votos por favores recibidos, o de manera más general, la simple visita al templo para orar y para participar de las celebraciones litúrgicas”.

Expresó que ésta es la segunda celebración de la Divina Pastora afectada por la pandemia del coronavirus, algo que las guerras ni los desastres naturales habían conseguido. 

“Los devotos sienten, con razón, que esto no es ni normal ni deseable, y claman que se dé plena libertad a las manifestaciones piadosas, señaladamente la tradicional procesión del 14 de enero, que ni las guerras ni las catástrofes naturales habían detenido a lo largo de más de siglo y medio, cosa que sí pudo hacer el COVID-19”, expuso el arzobispo de Calabozo invitado a la ceremonia.

A continuación, su homilía completa:

EPIFANÍA DEL SEÑOR
Bajada de la imagen de la Divina Pastora
Parroquia Santa Rosa de Lima – Santuario de la Divina Pastora
Barquisimeto, 5 de enero de 2022 

Lecturas: Is 60, 1-6; Salmo 71, 1-2. 7-8. 10-13; Ef 3, 2-6; Mt 2, 1-12

Rvdo. Pbro. Owaldo Araque, Vicario General de la Arquidiócesis de Barquisimeto, Rvdo. Pbro. Humberto Tirado, Párroco de Santa Rosa de Lima; Rvdos. sacerdotes concelebrantes; estimados diáconos; religiosos, religiosas; personas consagradas; seminaristas; ministros y monaguillos; lectores, monitores e integrantes del coro; representantes de las instituciones; invitados especiales; hermanos y hermanas presentes y los que nos siguen a través de los medios de comunicación y de las redes sociales.

Con esta solemne misa de las vísperas de la Epifanía del Señor damos inicio a las actividades que tienen como centro la visita anual de la Divina Pastora a la ciudad de Barquisimeto. Es costumbre que en los santuarios la imagen del patrono, especialmente si se trata de una imagen mariana, sea bajada de su nicho o trono, donde se encuentra normalmente, para estar más cerca de los fieles, como una manera de simbolizar el encuentro anual entre el Patrono y su pueblo, en la común alegría de la festividad. Esta costumbre ha adquirido carta de ciudadanía en este santuario, por la multitudinaria devoción de que goza esta hermosa y antigua imagen de la Virgen María.

Todavía en el contexto del tiempo de Navidad, mañana 6 de enero celebramos la Epifanía, que nos recuerda la manifestación de Cristo recién nacido a las distintas naciones de la tierra, representadas por los Magos que fueron a adorarlo. Desde estas vísperas litúrgicamente nos encontramos ya en esa festividad, tan querida y entrañable para todos desde nuestra infancia. En efecto, en diversos lugares se celebra de manera popular la Epifanía como la fiesta de los “Santos Reyes Magos”, y con este motivo se hacen representaciones de su visita al portal de Belén, o fiestas infantiles en que aparecen estos personajes, vestidos con toda fantasía. Los mismos aparecen también con frecuencia en historias y leyendas.

Sin embargo, el relato evangélico es muy escueto: apenas dice que eran “unos Magos” procedentes de Oriente, sin precisar cuántos eran, ni sus nombres, ni de qué lugar venían. En Caldea, la antigua Babilonia, los astrólogos se dedicaban a estudiar los astros, en los que creían ver el destino de los hombres. En esos lugares existía la expectativa por la llegada de un Rey Salvador, tal vez por haber oído hablar de ello a los mismos judíos. Probablemente de esos lugares procedían aquellos magos.

El título de reyes dado a estos hombres proviene de la profecía de Isaías, que hemos oído en la primera lectura. Allí se anuncia que los reyes caminarán al resplandor de la aurora que se levantará en Jerusalén. También el salmo responsorial nos recuerda esta idea, al decirnos que ante el Mesías se postrarán todos los reyes de la tierra. El número tres se deduce de los dones que llevan los Magos al portal: oro, incienso y mirra. Además, los distintos nombres y procedencias que la tradición atribuye a los Reyes Magos hacen referencia al papel que ellos tenían ante el Niño Dios recién nacido: representar a las distintas naciones y razas de la tierra.

De acuerdo a esto, la Epifanía tiene la finalidad de mostrarnos que Dios quiere salvar a toda la humanidad, y no sólo al pueblo judío. Eso es lo que nos dice San Pablo en el trozo de la carta a los Efesios que hemos escuchado. Dios tenía un plan, un designio de salvación, que era desconocido para la humanidad, y de pronto decide darlo a conocer. Ese designio es que todas las naciones tengan la oportunidad de salvarse, de pertenecer al reino de Dios. Nosotros somos precisamente de esas naciones no judías, de modo que con todo derecho podemos sentirnos representados en los Magos. Eso hace que también seamos parte integrante de esta festividad, y nos lleva a agradecer el don inmenso que se nos ha hecho de escuchar el mensaje cristiano y pertenecer a la Iglesia católica.

Según nos narra San Mateo, los Magos acuden al portal desde lugares lejanos, para reconocer a un Rey del que no sabían mayor cosa, y que además era extranjero. Los dones que llevan a Jesús, sin embargo, nos hablan de su fe, pues comúnmente se relaciona el oro con la realeza, el incienso con la divinidad, y la mirra, que es una hierba amarga, con las amarguras de la condición humana: se trata, pues, de un homenaje hecho a un Rey que es Dios y hombre. El esfuerzo que hacen, y la fe que muestran contrasta con la indiferencia de los habitantes de Jerusalén, empezando por el rey Herodes, que no mueven un dedo para acudir a conocer al Mesías. Es signo del rechazo del pueblo de Israel hacia Cristo.

Herodes incluso se hace culpable de la primera persecución que sufre nuestro Señor, y de la que fueron víctimas los niños de Belén.

El viaje de los Magos fue un sacrificio que no quedaría sin recompensa. La tradición cuenta que años después estos mismos hombres oyeron el anuncio del Evangelio, recibieron el bautismo, se convirtieron en predicadores de la fe cristiana, y finalmente derramaron su sangre por Cristo. Su sepulcro se conserva en la antigua catedral de Colonia, en Alemania.

Ese viaje viene a ser también un ejemplo del camino espiritual de todo cristiano, que a veces puede ser también un camino físico. Representa el itinerario que cada uno sigue para encontrarse con Dios, para crecer en la fe, para llegar a cumplir finalmente la Pascua en el reino celestial. Es símbolo de todo viaje que se realiza en actitud religiosa: para convertirse, para pedir la misericordia o el favor divinos; para peregrinar a un santuario lejano, y venerar alguna imagen o reliquia insigne, para ir al encuentro de alguna forma especial de vida que quiere abrazar, para ir a lugares lejanos a anunciar el Evangelio.

Contemplando la imagen de los Magos ofreciendo sus dones, convendría que nos preguntáramos qué le vamos a ofrecer al Niño Jesús como fruto de esta Navidad. El Señor espera de nosotros no la ofrenda de dones materiales, que Él no necesita. Más bien espera que le ofrezcamos nuestro amor, el servicio a los demás, en especial a los necesitados, el apostolado en cualquiera de sus manifestaciones, una actitud distinta frente a las personas que nos rodean, empezando por nuestros familiares y allegados.

En todo ello ponemos por intercesores a estos Santos hombres que hoy recordamos.

La bajada de la Divina Pastora se ha convertido, desde hace algunos años, en el primer capítulo del homenaje que el pueblo larense y junto con él millares de devotos de todo el país y de otras naciones dedica a esta advocación mariana desde los comienzos del año. La emoción de contemplar de cerca la piadosa imagen de la Virgen zagala se mezcla con otras manifestaciones de la piedad popular, como la contemplación del nuevo vestido que luce la imagen, la ofrenda de flores u otros objetos, el pago de promesas o votos por favores recibidos, o de manera más general, la simple visita al templo para orar y para participar de las celebraciones litúrgicas.

Lo que fueron a ver los Magos al pesebre de Belén se nos presenta de manera muy hermosa en la imagen de la Divina Pastora. Es la Virgen que lleva en brazos a Jesucristo niño, quien más tarde se llamaría a sí mismo el Buen Pastor. Nuestro pecho se ensancha de gozo al acudir a venerar esta bella y antigua imagen que año tras año recorre la ciudad, la Arquidiócesis y el país entero.

Desde el año pasado, muchas de estas formas de piedad se han visto obstaculizadas o disminuidas por la pandemia del coronavirus. Esta misma Eucaristía, que normalmente convocaba una apreciable cantidad de fieles, llenando las naves e incluso las calles adyacentes al Santuario, se ve hoy limitada a una celebración a puertas cerradas, la cual, no obstante, gracias a los medios de comunicación y a las redes sociales, puede ser seguida por miles de personas en sus hogares y en sus desplazamientos.

Los devotos sienten, con razón, que esto no es ni normal ni deseable, y claman que se dé plena libertad a las manifestaciones piadosas, señaladamente la tradicional procesión del 14 de enero, que ni las guerras ni las catástrofes naturales habían detenido a lo largo de más de siglo y medio, cosa que sí pudo hacer el COVID-19. Este sentimiento se hace aún más vivo sabiendo que otras actividades sí son permitidas, tanto en el ámbito político, como en el cultural, el artístico y por supuesto en el comercial. La Iglesia, sin embargo, quiere en esto ser muy responsable y no exponer al contagio a los devotos, que como sabemos, se congregan no sólo por miles, sino por millones, en la procesión más concurrida del país. De manera que necesitamos llenarnos de paciencia, y orar con más insistencia a Dios por intercesión de la Virgen, para que pronto nos veamos libres de la pandemia y de las limitaciones que la misma nos ha impuesto.

En todo caso, con todos estos condicionamientos, no queremos desvirtuar el gozo que sentimos por la presencia de la Madre común. El corazón de todo hijo de la Iglesia es mariano, y a ello nos impulsa el mismo regalo que desde la cruz nos hiciera Cristo moribundo, al concedernos una madre espiritual en la persona de su Madre Santísima. Ya que este año no puede ser llevada sobre los hombros de sus hijos, que ella pase espiritualmente por nuestras vidas, y con su presencia materna derrame sobre nosotros su bendición. Que nos valga su intercesión ante su Divino Hijo, y que ruegue por nuestras familias, por nuestros niños, jóvenes, ancianos y enfermos.

Ven, pues, María, desde tu trono, y baja hasta nuestras vidas, con tu hijo en brazos. Vuelve a mostrarlo a todos como luz de las naciones, como esperanza de los pueblos, para que nuestra vida se fundamente cada vez más en su persona y en su palabra y podamos gozarnos en la infinita misericordia que sobre nosotros derrama desde su divino corazón. Amén.

Monseñor Manuel Felipe Díaz Sánchez,
Arzobispo de Calabozo
5 de enero de 2022

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