Las Siervas de Jesús arribaron a 53 años de fundadas por la primera
beata nacida en Caracas, ocasión en que las Reliquias “llegan para quedarse en
esta Santa Iglesia que es la madre de todas las iglesias católicas de Caracas y
gran parte de Venezuela”, dijo monseñor Adán Ramírez Ortiz
Ramón Antonio Pérez //
@GuardianCatolic
Caracas, 25 de
noviembre 2018
Fotos:
Adán Ramírez O.
La
Catedral Metropolitana de Caracas recibió este 23 de noviembre, las Reliquias
de la Beata Madre Carmen Rendiles, en el marco del 53 aniversario de la
Congregación Siervas de Jesús, fundada por la religiosa que nació en Caracas el
11 de agosto de 1903
La Madre María Eugenia Noreña, superiora general de la congregación, fue la
encargada de trasportar las Reliquias y entregarlas a monseñor Adán Ramírez
Ortiz, vicario episcopal general y moderador
de la curia arquidiocesana de Caracas.
La comitiva también estuvo integrada, entre otras religiosas, por la Madre Rosa
María Ríos, quien cumplió el papel de vice postuladora de la causa durante el
proceso de beatificación; y la doctora Trinette
Duran de Branger, la persona en quien recayó el portentoso milagro ocurrido
por intermediación de la Madre Carmen Rendiles.
La santidad es para todos
Monseñor Adan Ramirez O presidió la
misa agradeciendo a Dios por el regalo de contar en Venezuela con la tercera beata
y con las Siervas de Jesús fundadas hace 53 años.
“A menudo se piensa que la santidad es un objetivo reservado a unos pocos
elegidos", dijo Ramírez Ortiz durante la homilía. “Muchas veces nosotros
pensamos en la santidad como en algo extraordinario, como tener visiones u
oraciones elevadísimas”, acotó.
Citando al Papa Francisco, monseñor Adán, expresó: “algunos piensan que ser
santo significa tener una cara de estampita”. Pero, “ser santos es otra cosa:
es caminar sobre esto que el Señor nos dice sobre la santidad. Es poner toda
esperanza en esa gracia que se nos dará cuando Jesucristo se manifieste”.
De igual manera sostuvo que la iglesia católica durante el Año Litúrgico,
recuerda a muchos santos, quienes han vivido plenamente la caridad. Ejemplo de
esto es la Madre Carmen Rendiles, a quien describió como “una mujer sencilla,
con una limitación física que no la anuló en su deseo de luchar y hacer la voluntad
de Dios”.
HOMILÍA
MISA de ACCIÓN DE GRACIAS POR LA RECEPCIÓN EN LA CATEDRAL DE CARACAS DE
LAS RELIQUIAS AUTENTICAS DE 1° DE LA BEATA MADRE CARMEN
Con
profunda alegría recibimos en La Catedral de Caracas, las reliquias de primer
grado de la Beata Madre Carmen Rendiles, fundadora de la Congregación
venezolana Siervas de Jesús, luego de su Beatificación aquí en Caracas el 16 de
junio de este año. Llegan para quedarse en esta Santa Iglesia Catedral que es
la madre de todas las iglesias católicas de Caracas y gran parte de Venezuela.
No
voy a referirme a la vida y obra de esta insigne venezolana que hoy está en los
altares, ya que con ocasión de su beatificación mucho se ha dicho de ella,
aprovecho la ocasión más bien para despejar algunas interrogantes que más de
uno puede formularse con esta celebración de hoy aquí y ahora.
¿POR
QUÉ LOS CATÓLICOS VENERAMOS LAS RELIQUIAS DE LOS SANTOS?
Las
veneramos por la convicción que tenemos de que los santos cristianos, al haber
participado en la Resurrección de Cristo, no pueden ser considerados
simplemente como muertos.
El
Papa Benedicto XVI en una homilía en el encuentro con los jóvenes en Colonia
ante las reliquias de los reyes magos les decía: .
“Cuando
la Iglesia nos invita a venerar los restos mortales de los mártires y de los
santos, no olvida que, en definitiva, se trata de pobres huesos humanos, pero
huesos que pertenecían a personas en las que se ha posado la potencia viva de
Dios. Las reliquias de los santos son huellas de esa presencia invisible pero
real que ilumina las tinieblas del mundo, manifestando el Reino de los Cielos
que está dentro de nosotros. Proclaman, con nosotros y por nosotros: “Maranatha”
―”Ven, Señor Jesús.
En
definitiva las reliquias nos conducen a Dios mismo.
Muy
oportuna esta ocasión y el ejemplo de Madre Carmen para que reflexionemos a una
cosa que es y debe ser fundamental en nuestra vida de bautizados, me refiero a
la santidad.
¿QUÉ
QUIERE DECIR SER SANTOS? ¿QUIÉN ESTÁ LLAMADO A SER SANTO?
A
menudo se piensa que la santidad es un objetivo reservado a unos pocos
elegidos.
Muchas
veces nosotros pensamos en la santidad como en algo extraordinario, como tener
visiones u oraciones elevadísimas Incluso como dice el Papa Francisco en su
estilo: “algunos piensan que ser santo significa tener una cara de estampita”
ser santos es otra cosa: es caminar sobre esto que el Señor nos dice sobre la
santidad. Es poner toda esperanza en esa gracia que se nos dará cuando
Jesucristo se manifieste.
Por
eso, caminar hacia la santidad es caminar hacia esa luz, esa gracia que viene a
nuestro encuentro. Y es curioso, cuando nosotros caminamos hacia la luz muchas
veces no vemos bien el camino, porque la luz nos deslumbra. Pero después «no
nos equivocamos porque vemos la luz y sabemos el camino».
Sin
embargo, caminando con la luz a la espalda el camino se ve bien, «pero delante
de nosotros no hay luz: hay sombra Por tanto caminar hacia la luz es caminar
hacia la santidad. Incluso si no siempre se diferencia bien el camino, pero es
caminar hacia la luz, hacia la esperanza. Por tanto, caminar hacia la santidad
es estar en tensión hacia el encuentro con Jesucristo.
San
Pablo, sin embargo, habla del gran diseño de Dios y afirma:
“En
él – Cristo – (Dios) nos ha elegido antes de la creación del mundo, y para que
fuéramos santos e irreprochables en su presencia, por el amor” (Ef 1,4). Y
habla de todos nosotros. En el centro del diseño divino está Cristo, en el que
Dios muestra su Rostro: el Misterio escondido en los siglos se ha revelado en
la plenitud del Verbo hecho carne. Y Pablo dice después: “porque Dios quiso que
en él residiera toda la Plenitud” (Col 1,19).
En
Cristo el Dios viviente se ha hecho cercano, visible, audible, tangible de
manera que todos puedan obtener de su plenitud de gracia y de verdad (cfr Jn
1,14-16). Por esto, toda la existencia cristiana conoce una única suprema ley,
la que san Pablo expresa en un fórmula que aparece en todos sus escritos: en Cristo
Jesús. La santidad, la plenitud de la vida cristiana no consiste en el realizar
empresas extraordinarias, sino en la unión con Cristo, en el vivir sus
misterios, en el hacer nuestras sus actitudes, sus pensamientos, sus
comportamientos. La medida de la santidad viene dada por la altura de la
santidad que Cristo alcanza en nosotros, de cuanto, con la fuerza del Espíritu
Santo, modelamos toda nuestra vida sobre la suya. Es el conformarnos a Jesús,
como afirma san Pablo: “En efecto, a los que Dios conoció de antemano, los
predestinó a reproducir la imagen de su Hijo” (Rm8, 29). Y san Agustín exclama:
“Viva será mi vida llena de Ti (Confesiones, 10,28).
El
Concilio Vaticano II, en la Constitución sobre la Iglesia, habla con claridad
de la llamada universal a la santidad, afirmando que nadie está excluido:
“Una
misma es la santidad que cultivan, en los múltiples géneros de vida y
ocupaciones, todos los que son guiados por el Espíritu de Dios …siguen a Cristo
pobre, humilde y cargado con la cruz, a fin de merecer ser hechos partícipes de
su gloria” (nº41).
Pero
permanece la pregunta: ¿Cómo podemos recorrer el camino de santidad, responder
a esta llamada? ¿Puedo hacerlo con mis fuerzas?
La
respuesta está clara: una vida santa no es fruto principalmente de nuestro esfuerzo,
de nuestras acciones, porque es Dios, el tres veces Santo ( (cfr Is 6,3), que
nos hace santos, y la acción del Espíritu Santo que nos anima desde nuestro
interior, es la vida misma de Cristo Resucitado, que se nos ha comunicado y que
nos transforma. La santidad tiene, por tanto, su raíz principal en la gracia
bautismal.
La
santidad es una ruptura de los esquemas mundanos que nos tienen prisioneros en
un aparente bienestar: este es el camino cristiano de esperanza.
La
llamada a la santidad, que es la llamada normal, es la llamada a vivir como
cristiano, es decir vivir como cristiano es lo mismo que decir “vivir como
santo”
Pero
hay otra cosa que no es fácil ya que para caminar así es necesario ser libres y
sentirse libres, y hay muchas cosas que nos esclavizan. A este propósito hay un
consejo que da San Pedro: “Como hijos obedientes, no se amolden a las
apetencias de antes, del tiempo en que vivian en la ignorancia”. La sugerencia
es no entrar «en estos deseos que llevan a otro camino: estaban en la ignorancia
e iban sobre los deseos» que no eran «los deseos de Dios».
Pablo
a los romanos usa la misma expresión como un consejo». no entréis en los
esquemas: en los esquemas del mundo, en la forma de pensar mundana, en el modo
de pensar y de juzgar que te ofrece el mundo, porque esto te quita la libertad.
Para
ir sobre la santidad es necesario ser libres: la libertad de ir mirando la luz,
de ir adelante Y cuando nosotros volvemos, al modo de vivir que teníamos antes
del encuentro con Jesucristo o cuando nosotros volvemos a los esquemas del
mundo, perdemos la libertad.
¿Cómo
puede suceder que nuestro modo de pensar y nuestras acciones se conviertan en
el pensar y en el actuar con Cristo y de Cristo? ¿Cuál es el alma de la
santidad?
De
nuevo el Concilio Vaticano II precisa; nos dice que la santidad no es otra cosa
que la caridad plenamente vivida.
“Nosotros
hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él. Dios es amor, y
el que permanece en el amor permanece en Dios, y Dios permanece en él” (1Jn
4,16). Ahora, Dios ha difundido ampliamente su amor en nuestros corazones por
medio del Espíritu Santo, que nos ha sido dado (cfr Rm 5,5).
¿QUÉ
ES LO MÁS ESENCIAL?
Esencial es no dejar nunca un domingo sin un encuentro con
el Cristo Resucitado en la Eucaristía, esto no es una carga, sino que es luz
para toda la semana. No comenzar y no terminar nunca un día sin al menos un
breve contacto con Dios. Y, en el camino de nuestra vida, seguir las “señales
del camino” que Dios nos ha comunicado en el Decálogo leído con Cristo, que es
simplemente la definición de la caridad en determinadas situaciones. Me parece
que esta es la verdadera sencillez y grandeza de la vida de santidad: el
encuentro con el Resucitado el domingo; el contacto con Dios al principio y al
final de la jornada; seguir, en las decisiones, las “señales del camino” que
Dios nos ha comunicado, que son sólo formas de la caridad. De ahí que la caridad
para con Dios y para con el prójimo sea el signo distintivo del verdadero
discípulo de Cristo. (Lumen gentium, 42). Esta es la verdadera sencillez,
grandeza y profundidad de la vida cristiana, del ser santos.
He
aquí el porqué de que San Agustín, comentando el cuarto capítulo de la 1ª Carta
de San Juan puede afirmar una cosa sorprendente: “Ama y haz lo que quieras”. Y
continúa: “Si callas, calla por amor; si hablas, habla por amor, si corriges,
corrige por amor, si perdonas, perdona por amor, que esté en ti la raíz del
amor, porque de esta raíz no puede salir nada que no sea el bien” (7,8: PL 35).
Quien
se deja conducir por el amor, quien vive la caridad plenamente es Dios quien lo
guía, porque Dios es amor. Esto significa esta palabra grande: “Ama y haz lo
que quieras”.
Quizás
podríamos preguntarnos: ¿podemos nosotros, con nuestras limitaciones, con
nuestra debilidad, llegar tan alto?
La
Iglesia, durante el Año Litúrgico, nos invita a recordar a una fila de santos,
quienes han vivido plenamente la caridad, como por ejemplo Madre Carmen una
mujer sencilla, con una limitación física que no la anuló en su deseo de luchar
y hacer la voluntad de Dios. En fin hombres y mujeres que han sabido amar y
seguir a Cristo en su vida cotidiana. Ellos nos dicen que es posible para todos
recorrer este camino. En todas las épocas de la historia de la Iglesia, en toda
latitud de la geografía del mundo, los santos pertenecen a todas las edades y a
todo estado de vida, son rostros concretos de todo pueblo, lengua y nación. Y
son muy distintos entre sí. En realidad, debo decir que también según mi fe
personal muchos santos, no todos, son verdaderas estrellas en el firmamento de
la historia. Y quisiera añadir que para mí no sólo los grandes santos que amo y
conozco bien son “señales en el camino”, sino que también los santos sencillos,
es decir las personas buenas que veo en mi vida, que nunca serán canonizados.
Son personas normales, por decirlo de alguna manera, sin un heroísmo visible,
pero que en su bondad de todos los días, veo la verdad de la fe.
En
la comunión con los santos, canonizados y no canonizados, que la Iglesia vive
gracias a Cristo en todos sus miembros, nosotros disfrutamos de su presencia y
de su compañía y cultivamos la firme esperanza de poder imitar
Quisiera
invitarlos a todos a abrirnos a la acción del Espíritu Santo, que transforma
nuestra vida, para ser, también nosotros, como piezas del gran mosaico de
santidad que Dios va creando en la historia, para que el Rostro de Cristo
resplandezca en la plenitud de su fulgor. No tengamos miedo de mirar hacia lo
alto, hacia la altura de Dios; no tengamos miedo de que Dios nos pida
demasiado, sino que dejemos guiarnos en todas las acciones cotidianas por su
Palabra, aunque si nos sintamos pobres, inadecuados, pecadores: será Él el que
nos transforme según su amor. Viva Jesús Hostia.!!! Amen.
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