¡Fiesta del Santo Cristo de La Grita!
Fotos: Prensa DSC
La
fiesta central del Santo Cristo de la Grita, en el estado Táchira, Venezuela se
celebró este 6 de agosto. Multitudes de creyentes acudieron al santuario para
venerar la talla de madera que ya cuenta con 406 años y que, según la tradición
fue “labrada por los propios ángeles”. A esta peregrinación también llegaron
los niños, el 5 de agosto.
Ese día, Mario del
Valle Moronta Rodríguez, obispo de San Cristóbal, una vez más se vistió de
payaso para compartir con los chiquillos llegados desde distintas zonas del
Táchira, de otras regiones del país bolivariano e incluso del extranjero.
Este año tuvo una
motivación adicional: “El Santuario del Santo Cristo permitió que los niños
celebraran el Jubileo de la Misericordia convocado por el Papa Francisco”,
según informó el padre Vicente Carvajal, responsable de prensa de la diócesis
andina.
“Una
vez más, monseñor Mario Moronta, lo hizo”, dijo el sacerdote. Se
vistió de payaso para alegrar a los chipilines y desde esa particular forma de
evangelizar, adentrarlos junto a sus padres, madres y abuelos en los caminos de
la fe cristiana.
En medio del
ambiente musical que reinaba en el Santuario, el obispo se presentó con su
traje de payaso en el que resaltaron los colores rojo, blanco y amarillo,
además de la famosa nariz roja y un gorro que le caía sobre el lado izquierdo
de la cabeza.
El vínculo payaso/niños
fue inmediato: los chipilines se le acercaron y comenzaron a compartir la
alegría que los embargaba, a saludarlo y tomarse fotografías.
Así, en medio de
tanta alegría, el prelado introdujo a los niños en un ambiente de oración e
inició la súplica a Dios que repetida por los adultos: “Nosotros los niños somos
importantes para Dios y por eso hoy le vamos a pedir al Santo Cristo que nos
bendiga”.
Exhortándolos a mantener las manos en alto, dijo la siguiente
oración:
“¡Qué lindo es
estar aquí! ¡Qué lindo es tener a papá Dios! ¡Qué lindo es tener a Jesús como
nuestro hermano! ¡Qué lindo es tener al Espíritu Santo! ¡Qué lindo es ser hijo
de Dios! ¡Qué lindo es también ser hijo de María la madre de Dios y madre
nuestra! ¡Qué lindo es que todos hoy podemos ser como niños!”.
Explicó que para
cumplir con la invitación del Papa Francisco, siguieran las indicaciones para
pasar por la Puerta Santa del Santuario. Y rezando el Padre Nuestro y el Ave
María, el obispo y el sacerdote rector del Santuario, padre Jesús Duque,
abrieron las puertas para que los niños pasaran seguidos de sus padres y demás allegados.
Frente al Santo
Cristo de La Grita, Mario Moronta invitó a los niños, adolescentes, jóvenes,
adultos y ancianos mantener sus manos en alto y rezar por la salud de los
papás, portarse bien, salir bien en los estudios y en general por cada uno de
ellos.
“Santo
Cristo, bendice a los abuelos, a las abuelas, ellos nos consienten y enseñan
muchas cosas, dales salud, fuerza y sabiduría. Amén”.
“Santo Cristo, tu
que nos dejaste a tu mamá como madre nuestra, bendice a nuestras madres y
ayúdalas para que sean maestras, para que tengan paciencia cuando hacemos
travesuras y para que nos enseñen a ser obedientes. Amén”.
“Santo Cristo, tu
que eres el hijo de Dios Padre, bendice nuestros padres, dales fuerzas en
sus trabajos para que con su amor nos ayuden a ser buenos, protégelos y
dales salud. Amén”.
“Santo
Cristo, tu que naciste en Belén y te conocimos como hijo de Dios, bendice a
nuestros niños y niñas, ayúdanos a crecer y a ser buenos ciudadanos,
pero sobretodo buenos cristianos, bendícelos y que la bendición tuya los
acompañe siempre. Amén”.
Fiesta del Santo
Cristo de La Grita
El 7 de agosto al
conmemorarse los 406 años del Santo Cristo de La Grita, la feligresía se
congregó en el Santuario Diocesano “para acompañar, celebrar y rendir honor a
quien por generaciones ha concedido favores a numerosos devotos que peregrinan
a su encuentro”, dice una nota de prensa envida desde la diócesis de San Cristóbal.
La Misa Pontifical
empezó a las diez de la mañana y fue presidida por el Obispo Mario Moronta,
acompañado del Obispo emérito de Mérida, Luis Alfonso Márquez. Acompañaron 45
sacerdotes, dos diáconos, religiosas, y seminaristas.
Estuvo presente
también el gobernador del estado José Gregorio Vielma Mora, el alcalde del
municipio Jáuregui, Alirio Guerrero, Diputados del Consejo Legislativo y otras
autoridades de índole regional y municipal. Se contó también con presencia de
representantes de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana y el Pueblo de Dios en
general que, desde diversas parroquias del estado, hicieron acto de presencia
para participar con devoción de esta celebración.
Los cantos de la
celebración estuvieron a cargo del Coro Diocesano bajo la dirección de José
Lucio Duque León y José Salvador Castillo. La imagen tallada del Santo Cristo,
fue ubicada en la plaza techada del Santuario, momentos antes de la celebración
eucarística, a un lado del altar, espacio al que los fieles se acercaron para
dar gracias y hacer sus peticiones ante la imagen venerada, que vestía un
perizoma blanco con bordados, incrustaciones y adornos.
El Obispo del
Táchira en la homilía señaló que “que la premisa que ha permitido transitar el
año santo extraordinario de la misericordia convocado por el Santo Padre
Francisco es que «Cristo es el rostro de la misericordia»” y expresó “como
todos los años, en este día venimos a reafirmar nuestra fe y nuestro compromiso
de cristianos cuales peregrinos ante el Cristo de los Milagros, acá en La
Grita, ciudad santuario, Jerusalén del Táchira y de Venezuela”.
HOMILIA
FIESTA DEL SANTO CRISTO DE LA GRITA
6 AGOSTO 2016.
Cristo es el rostro de la misericordia del Padre. Desde esta premisa,
basada en la Palabra de Dios, hemos venido transitando las sendas del AÑO
SANTO EXTRAORDINARIO DE LA MISERICORDIA por invitación del Santo Padre
Francisco. En Jesús, podemos ver, más que reflejada, vivida la misericordia del
Padre, cuya voluntad salvífica es un designio de amor. Toda la acción realizada
por el Redentor es una manifestación de la Misericordia del Padre Dios,
refrendada por la Muerte y Resurrección de Cristo. Como todos los años, en este
día venimos a reafirmar nuestra fe y nuestro compromiso de cristianos cuales
peregrinos ante el Cristo de los Milagros, acá en La Grita, ciudad santuario,
Jerusalén del Táchira y de Venezuela. Acudimos a Él y al contemplarlo podemos
redescubrir el rostro sereno de la misericordia del Padre.
La Palabra de Dios, como siempre, nos ilumina para hacer de esta
celebración y peregrinar una reafirmación de nuestra vida como cristianos,
llamados a ser también “misericordiosos como Papá Dios”. Al venir
hoy –como en todos estos días se ha venido haciendo- no acudimos como turistas
de un evento religioso ni como espectadores de una jornada cultural más.
Venimos con la fe sembrada en nuestros corazones por nuestros padres y
enriquecida por la acción evangelizadora de nuestra Iglesia. Este año, además,
podemos conseguir una gracia especial para nuestra vida de creyentes, con la
indulgencia plenaria otorgada por el Papa Francisco. Pasamos por la “puerta
santa”, no por curiosidad o por un mero ejercicio religioso, sino como
signo de nuestro compromiso de ser más y mejores creyentes y dispuestos a
llenarnos del sentido y de la gracia de lo enseñado por el Maestro cuando nos
dijo “Felices los misericordiosos porque alcanzarán misericordia”.
Las lecturas recientemente proclamadas y que constituyen el sabroso pan
de la Palabra nos recuerdan algunos episodios donde podemos entender el
significado del “rostro de la misericordia”. En el Éxodo vemos cuando
Moisés bajó del Monte con las tablas de la Alianza. El haber podido ver a Yahvé
cara a cara, hizo que su faz se convirtiera en luminosa; esto es, radiante. Sus
colaboradores más cercanos sintieron miedo de acercarse a él. Moisés tuvo que
cubrirse el rostro para no causar desazón entre los suyos y sólo se quitaba el
velo que lo cubría cuando hablaba o se encontraba con Yahvé.
Esto cambia de manera radical con Jesucristo. Bien sabemos cómo Él es el
Dios humanado, el cual, antes de la encarnación, habitaba en comunión con el
Padre. Por eso, mediante su Persona, con sus palabras y acciones, iba dando a
conocerlo, así como su designio de salvación. Los evangelios nos narran cómo en
algunas oportunidades, tanto sus enseñanzas como sus acciones, motivaban serias
interrogantes: “¿Quién es Éste? ¿De dónde vienen sus enseñanzas?”Incluso,
de parte de sus adversarios provocaba una fuerte reacción, pues le acusaban de
blasfemo, al perdonar o al decir cosas que sólo son de Dios. Lo acusaron y lo
llevaron al suplicio: por hacerse pasar cual Hijo de Dios.
Se requería por la fe ir descubriendo el rostro del Padre reflejado en
el de Cristo. Poco antes de ir a su Pasión, ante una petición de Felipe, le
responde hasta en forma de reclamo:”Hace tanto tiempo que estoy con
ustedes ¿y todavía no me conoces Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto al
Padre ¿Cómo, pues, dices “muéstranos al Padre”? ¿No crees que yo estoy en el
Padre, y que el Padre está en mí?”
Por otra parte, al identificarnos con Jesús y ser revestidos de Él por
el Bautismo, adquirimos el compromiso de ser sus testigos. Esto significa que “todos
nosotros andamos con el rostro descubierto, reflejando como un espejo la Gloria
del Señor, y nos vamos transformando en imagen suya y más resplandecientes por
la acción del Señor que es espíritu”. Por esta misma razón, somos fiel
reflejo de la misericordia del Padre, al hacerla brillar desde nuestros
rostros, imagen del de Cristo. En nuestro caso, hoy, reflejo de un rostro
sereno, cumplidor del designio de salvación, feliz en sus expresiones por
haber hecho realidad la gran obra de misericordia del Padre en la Cruz.
Nuestro encuentro eucarístico de hoy, al peregrinar ante el Santo
Cristo, permite que su Palabra nos ilumine en nuestra fe. En primer lugar
contemplamos el rostro sereno de la misericordia del Padre. Como lo
hemos sugerido, está bien delineado en la faz del Santo Cristo de los Milagros.
Es el rostro del Siervo sufriente de Yahvé quien ofreció su existencia por la
salvación de la humanidad. Éste es el mayor gesto de amor y, por tanto, de la
misericordia del Padre, quien mandó a su Hijo para salvar –no para condenar- al
mundo. Así se cumple lo enseñado por el mismo Maestro: “Tanto amó Dios al
mundo que envió a su Hijo para salvarlo”.
Sus mejillas muestran los golpes de los torturadores, como también el
cumplimiento de una de sus enseñanzas: no dudó en ponerla dos y más veces, sin
rencores y sin odios. Sus ojos cerrados hablan de su muerte, con la cual
entregó su espíritu en las manos del Padre. Así, sencillamente se confirmaba su
doble condición de sacerdote (oferente) y víctima (ofrecida). Su cabeza levemente
inclinada hacia abajo, nos indica la intención y objetivo de su entrega en la
Cruz: salvar a la humanidad siendo el Cordero de Dios que quita el pecado del
mundo. Sus labios, entreabiertos, casi a punto de cerrarse, delinean una
especie de sonrisa: ésta habla de la misión realizada, por lo que Él mismo
minutos antes ha dicho “todo está cumplido”.
Es el rostro aparentemente desdibujado del Siervo Sufriente. Rostro que,
en su expresión, es todo un discurso del amor misericordioso del Padre. Lo más
impresionante será cuando, tres días después, ese mismo rostro, lleno de la
vida por la Resurrección, irradiará la gloria del Padre…entonces muchos
comprenderán que Dios ha estado inmensamente grande con ellos. Será el rostro
del Resucitado, con una mayor sonrisa y con cicatrices que hablan de un dolor
redentor, pero desde donde surgen los rayos de un nuevo resplandor. Entonces,
Felipe y quienes vendrán después terminarán de ver al Padre. El Hijo
glorificado muestra al Dios de la vida y del perdón.
Para entender porqué ese rostro es el de la misericordia del Padre,
hemos de recordar cómo Jesús pasó su existencia terrena haciendo el bien. No es
una simple manera de hablar. Su bondad superaba los parámetros humanos. Sus
acciones y sus dichos nos hacían entender la voluntad del Padre. Por eso, sin
discriminar a nadie, supo ir adonde más se le necesitaba: a las ovejas perdidas
de Israel a fin de llevarlas al redil seguro; a los más pobres, los abandonados
de la sociedad, para brindarles su consuelo; a los pecadores para ofrecerles su
mano amiga y reconciliadora, para hacer que la salvación entrara en su casa; a
quienes les oían sus enseñanzas para hacerles sentir que sus palabras eran de
vida eterna. Sintió alegría con sus hermanos, tristeza por la muerte de su
amigo, compasión ante quienes tenían hambre… pero sobre todo, amor hacia todos
los seres humanos, sin distinción de ningún tipo, para redimirlos del pecado y
hacer que fueran auténticamente libres.
Cristo, desde Belén hasta el Calvario y luego con su Ascensión fue dando
a conocer a su Padre, sin velo alguno que le cubriera su rostro. Más bien, con
sus obras y sus palabras fue dando a conocer el designio de Papá Dios y, por
ende, manifestando su amor misericordioso. Esa fue su vida y su misión en medio
de la humanidad.
El artista de la hermosa talla del Santo Cristo –según la leyenda
histórica- no pudo hacer el rostro sereno que lo caracteriza; habrían sido unos
ángeles quienes lo hicieron. El Dios humanado, sin bien nació de la Virgen
María, se encarnó por obra y gracia del Espíritu Santo. Como dice muy bien el
profeta, ese Espíritu estuvo siempre con Él y lo ungió para una misión:
anunciar el evangelio a los pobres, dar la vista a los ciegos y libertad a los
cautivos, abrir un nuevo tiempo de gracia y salvación. Esa fue la hermosa talla
del Espíritu en el rostro sereno de Jesús… y sin velo alguno,
así fue como mostró la misericordia del Padre Dios.
La misericordia no es un simple sentimiento de lástima para provocar
resignación o actitudes sentimentalistas. Es el amor llevado a términos
precisos de perdón, de reconciliación, de liberación… La misericordia consiste
en buscar el bien de los demás sin pedirle nada a cambo; implica, a la vez,
identificarse con quien sufre y con quien contagia esperanza, con quien es
necesitado de amor y con quien es compasivo… Misericordia, de parte de Dios en
Jesús, es salir al encuentro de los alejados, de los menospreciados, de quienes
incluso no crean en Él, para brindarles el calor del abrazo reconfortante del
Padre misericordioso de la parábola, o las atenciones cariñosas del buen
samaritano, o los brazos abiertos y seguros para cargar la oveja perdida. La
misericordia es grande e incluso perdona al enemigo o aquel a quien ofende,
como nos lo enseña el Crucificado con sus primeras palabras en la Cruz: “Padre
perdónalos porque no saben lo que hacen”.
Fruto de esa misericordia es el maravilloso regalo de habernos
convertido en “hijos de Dios”. No es cualquier cosa. Como nos enseña San Pedro
es “participar en la naturaleza divina, después de rechazar la corrupción
y los malos deseos de este mundo” (2Pe 1,4). Esta transformación
radical de nuestras existencias nos identifica con Cristo –de allí el nombre de
“cristianos”- y nos convierte en sus discípulos misioneros. Al
identificarnos con el Señor, todo hemos de hacerlo en su nombre, cuales
testigos convincentes del Evangelio. El ser testigos nos hace ser también
rostros viviente de Cristo. Como nos lo ha enseñado Pablo, “nosotros
andamos con el rostro descubierto, reflejando como un espejo la Gloria del
Señor”.
El Espíritu Santo, con su fuerza y sus dones, ha sabido tallar en cada
uno de nosotros el rostro de Cristo. Como lo hicieron los ángeles de la leyenda
del Santo Cristo, asimismo el Consolador lo ha realizado en nosotros mediante
el Bautismo y la Confirmación. Y lo ha hecho para que podamos de verdad
manifestarlo en medio de la gente, así al ser vistos por los demás, éstos
podrán también conocer al Padre Dios, de quien somos hijos.
Somos, pues, reflejo viviente del rostro de la misericordia del Padre.
Pero no por tener un maquillaje especial, sino por nuestra forma de vivir y de
actuar. En el fondo, nos hemos convertido en una página viva de la Palabra de
Dios. Mediante nuestras acciones de amor y de misericordia, damos a conocer la
razón y fuente de todo ello: Dios. Es nuestra vocación si queremos ser felices
de verdad: ser misericordiosos para obtener misericordia. Y la forma única de
hacerlo es con el amor fraterno, identidad propia de todo discípulo de Jesús.
Ese amor no tiene barreras ni límites y se manifiesta en las acciones concretas
de dar de comer al hambriento, de beber al sediento, de vestir al desnudo, de
curar a los enfermos, de perdonar a quien nos ofende… Ese amor no rehúye el
compromiso de solidaridad con quienes están necesitados, de sanar los corazones
afligidos… Ese amor nos impulsa a salir en búsqueda de los alejados y de los
que aún no conocen a Cristo para atraerlos al único redil bajo un único Pastor
que es Cristo.
Hoy el mundo está urgentemente necesitado de misericordia. Los
cristianos no podemos dejar esto como una tarea para unos cuantos. Todos, desde
nuestros hogares y comunidades, hasta nuestras instituciones donde trabajamos o
compartimos la vida con otros, desde nuestras parroquias hasta la Iglesia en
los confines del mundo… Somos nosotros los llamados por Dios para hacer
realidad la misericordia que sana, la misericordia que provoca esperanza, la
misericordia que une en vez de discriminar, la misericordia con los más
pequeños, pobres y excluidos de la tierra, la misericordia que se acerca a los
poderosos para que no opriman sino sean servidores de todos…es urgente la
misericordia y los cristianos estamos llamados a ser fuente de donde mane las
consecuencias de la misma misericordia hacia la humanidad.
Hoy Venezuela está tremendamente urgida de misericordia. Esta no se
conseguirá con falsos mesianismos ni con los mezquinos intereses de grupos con
ansia de poder. Esta misericordia se conseguirá con el concurso y la acción
decidida de todos los cristianos. La Iglesia debe jugársela en este sentido y
sin pedir nada a cambio. La Iglesia somos todos los bautizados; y cada uno, con
su propia responsabilidad, debe hacer sentir cómo la misericordia es
capaz de ayudar a superar la crisis que vivimos.
Todos los cristianos, cualquiera sea nuestra condición, en Venezuela –y
particularmente en nuestra región- nos debemos presentar como el rostro de la
misericordia de Dios… pero no como una cosa pasajera o anecdótica. Ser rostro
de Dios misericordioso es hacer realidad el amor de Dios que todo lo puede y
transforma. No tenemos excusa.
· Los cristianos católicos que están en las
esferas del poder nacional, regional y municipal, de la tendencia política que
sea, deben sentir los clamores del pueblo y atenderlos sin condicionamientos y
sin exigencias mezquinas. Ya es hora de ponerse al lado del pueblo y dejar de
buscar sus propios intereses. Una muestra de esa misericordia que busca atender
los clamores del pueblo es un diálogo eficaz sin condiciones y capaz de mostrar
humildad, sentido común y sentido de pertenencia al pueblo.
· Los cristianos católicos que,
lamentablemente, se han dedicado a la corrupción, al “bachaqueo”, al
contrabando, al narcotráfico, al cobro de vacunas, a la promoción y ejecución
del aborto, al acaparamiento y a la especulación, al tráfico de personas y al
negocio de la prostitución, a la destrucción del matrimonio y dela familia…
están invitados a dejarse lavar por la misericordia de Dios. Es hora de que
cambien, se conviertan y se reconcilien con Dios. Son muchos los brazos de
pastores dispuestos a recibirlos y ayudarlos a una auténtica reconciliación.
· Los cristianos católicos que trabajan en las
diversas empresas públicas y privadas, desde la educación hasta la más
sofisticada de las industrias, también están llamados a ser rostro del Padre
misericordioso con la práctica de la solidaridad, de la fraternidad. Por eso,
con la conciencia de un trabajo cooperador con la obra Creadora de Dios,
fortalezcan las redes de encuentro, de comunión y participación y de un
auténtico desarrollo humano y social.
· Los cristianos católicos que son autoridades
militares y policiales deben saber que también son rostro del amor
misericordioso del Padre cuando ejercen sus funciones en beneficio y servicio
de todo el pueblo, al cual ellos mismos pertenecen. Cumplir con sus deberes de
proteger a la población sin distingos y de asegurar la sana convivencia y
la paz social ofrecen una garantía de confianza a la ciudadanía. No olviden que
son pueblo, el mismo pueblo urgido de atenciones y al cual pertenecen sus
cónyuges, padres, hijos familiares y amigos… el mismo pueblo que hace largas
horas de cola para adquirir lo poco que reciben… el mismo pueblo que pide
protección ante los delincuentes y violentos. Ustedes deben ser un ejemplo para
todos: no caigan más en las tentaciones de autoritarismo, de “matraqueo” ni de
autosuficiencia. Sean de verdad imagen de la misericordia de Dios.
· Los cristianos católicos sacerdotes y
religiosas hemos de ser un rostro brillantísimo de la misericordia de Dios. No
somos funcionarios ni hemos de pensar en nuestros intereses particulares. Ser
imagen de Cristo es serlo como pobres, castos y obedientes, sin pretensiones
antievangélicas ni dominados por la “mundanidad espiritual” tan
denunciada por el Papa Francisco. Debemos asumir la propuesta del mismo
Pontífice y manifestar “el gozo espiritual de ser pueblo”. Por
eso, en el fiel cumplimiento de nuestra misión evangelizadora, la gente debe
sentir nuestra opción preferencial por los pobres y excluidos. No podemos estar
alejados ni separados de la gente, ni podemos presentarnos como si fuéramos más
que los demás… Si somos configurados a Cristo es para jugárnosla por la gente.
Hoy en Venezuela y en nuestra región, esto es necesario e irrenunciable: dejar
a un lado el clericalismo para ir al encuentro de todos, no buscar nuestras
propias seguridades, sino sentirnos copartícipes de las alegrías y penas, gozos
y esperanzas, angustias y problemas de nuestra gente. No hacerlo es traicionar
al Maestro quien nos llamó a ser sus servidores. La gente que pide misericordia
debe sentir en cada uno de nosotros la seguridad de nuestra entrega generosa
como el mismo Señor lo hizo en favor de la humanidad.
· Los cristianos católicos si de verdad
manifestamos el rostro de Dios Padre no podemos ir en contra de su designio
amoroso ni de la ley natural. Por eso defendemos como verdad de fe
irrenunciable que el matrimonio sólo se puede dar entre un hombre y una mujer.
Desde este horizonte proclamamos el evangelio de la vida y de la familia.
Lamentablemente inspirados y hasta financiados por transnacionales antivida y
antifamilia existen grupos que buscan la aprobación del aborto y del mal
llamado matrimonio igualitario en nuestro país basándose en la denominada
ideología de género. Se han venido abriendo espacios en ámbitos culturales y
legislativos. Un auténtico católico si es miembro de la Iglesia y dice creer en
el Dios de la vida, Creador, Redentor y Santificador, no debe prestarse a que
se le dé carta de ciudadanía a lo antes expuesto. Hay quienes defienden la
antivida y antifamilia apelando a argumentos discutibles, pero sí le exigen a
la Iglesia que les apoye en otros campos. Ser rostro misericordioso del Padre y
actuar en nombre de Jesucristo conlleva reconocer que la vida, el matrimonio y
la familia deben realizarse según el plan de Dios y no trastocándolo ni
cambiándolos al son de planteamientos nacidos de ideologías con poco fundamento
filosófico y religioso.
· Los cristianos católicos padres de familia,
responsables de servicios, maestros, dirigentes políticos, militares y
policías, sacerdotes y religiosas, catequistas y comprometidos en tareas
eclesiales, jóvenes y adultos… hemos recibido la llamada de parte de Dios para
mostrar su rostro de misericordia con nuestro testimonio viviente del
Evangelio. Esa misericordia también tiene que ver con la esperanza, la que
edifica y hace crecer. Esa misericordia debe hacernos acercar a los enfermos, a
los desprotegidos, a los pobres, a los encarcelados, a los abandonados y a
quienes buscan el reino de Dios y su justicia. Por tanto, debemos poner en
práctica la Palabra de Dios que nos pide poner todos nuestros esfuerzos, bienes
espirituales y materiales en común al servicio de los más necesitados para que
nadie pase necesidad alguna. Contraria a la misericordia es la actitud de
quienes pretenden tomar en sus manos los destinos de la vida de otros,
desde la naciente en el vientre materno hasta la de los ancianos desprotegidos;
la actitud de quienes atentan de diversos modos contra los demás y el bien
común a través de injusticias y un desmedido afán de poder y de dinero fácil.
· Los cristianos católicos, con nuestras
acciones de solidaridad, caridad, reconciliación y misericordia, tenemos la
obligación de hacer sentir en Venezuela el “gozo espiritual de ser pueblo”.
Una manifestación concreta de esa misericordia es promover y realizar la
vocación del pueblo como sujeto social. El pueblo es quien va a salvar al
pueblo, el pueblo nace del mismo corazón de Dios, el pueblo debe construir la
paz. No hemos de pensar más en mesianismos ni populismos. Tampoco se debe
pensar en propuestas falaces y ocultas detrás de intereses mezquinos y
egoístas. Este año de la Misericordia una tremenda oportunidad de gracia que el
mismo Señor nos ha dado para renovarnos, cambiar de rumbo y buscar las “cosas
de arriba” que nos engrandezcan acá en nuestro caminar por esta tierra
de gracia que es Venezuela.
Ante el Cristo del rostro sereno de la misericordia del
Padre venimos como peregrinos. El peregrino no es un turista ni un deportista.
Es un creyente que hace la opción por tomar la cruz de Cristo y seguirlo. Por
tanto, cuales peregrinos acudimos a esta cita anual para reafirmar nuestra
vocación de hijos de Dios y discípulos misioneros de Jesús. Ante las urgencias
que vivimos en Venezuela debido a la grave crisis que nos golpea, presentarnos
ante el Cristo del rostro sereno de la misericordia del Padre es asumir los
desafíos de la hora presente: ya es la hora de una transformación profunda que
nos lleve a superar las graves dificultades, pero a la vez a edificar las
relaciones de hermanos para lograr la paz. Es el momento oportuno para decirle
al mundo nuestras propias capacidades para superar las amenazas a la paz
social. Es la hora para exigir a nuestra dirigencia política, social, religiosa
y económica la atenta escucha de los clamores del pueblo. Es el momento
oportuno para ser misericordiosos Papá Dios: para derribar todo muro de
división, para superar las diferencias, para pedirles a los dirigentes y
gobernantes dejar sus posturas individualistas a fin de tener sentimientos de
compasión: mucha gente está pasando hambre, muchas personas se sienten solas y
abandonadas, muchos hermanos se sienten defraudados, muchísimos claman por
justicia… no olvidemos que en el juicio final no seremos juzgados por nuestras
ideas o por las apariencias, sino por nuestro amor, cuando el Padre nos diga
tuve hambre y me diste o no me diste de comer…
Dentro de unos momentos, con el pan y el vino nos ofreceremos al Señor.
Somos ofrenda viva. Alimentados por el pan eucarístico volveremos a nuestros
hogares, comunidades y ocupaciones… pero no podemos regresar como simples
devotos de un Cristo alejado de la gente. Regresaremos comprometidos a hacer
sentir el peso de la misericordia de Dios a través de nuestros gestos amorosos
y de nuestra mayor cercanía y fraternidad con todos. El Santo Cristo de los
Milagros sigue confiando en nosotros. En esta hora de Venezuela –hora de la
Iglesia- acompañados por la maternal protección de María del Táchira, Nuestra
Señora de la Consolación, hagamos sentir de verdad la fuerza renovadora de esa
misericordia para bien de todos y gloria de Dios. Amén
+Mario Moronta R., Obispo de San Cristóbal
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