La beatificación de Guadalupe Ortiz de Landázuri está prevista para el sábado, 18 de mayo, en el Palacio
Vistalegre Arena, en Madrid, siendo “la
primera mujer y la primera persona laica del Opus Dei en llegar a los
altares”. La periodista venezolana Beatriz Briceño Picón, quien la conoció,
comparte algunas experiencias
Beatriz Briceño Picón
El mundo actual nos pide síntesis. Y he querido en el
título tratar de unir varios aspectos importantes para la beatificación, en
Madrid el próximo 18 de mayo, de la primera química, laica del Opus Dei, que
llega a esa plenitud dentro de la Iglesia católica.
Guadalupe Ortiz de Landázuri
(1916-1975) es, sin duda, una gran representante de la primavera secular del
pre y post Concilio Vaticano II. Tuve la dicha de conocerla y tendré el regalo
de estar en su beatificación. Esta doctora en Ciencias químicas es una de las
cinco primeras Numerarias de esa Obra de Dios. Nacida en Madrid, pidió la
admisión con 27 años y murió a los 59 en Pamplona, siendo testimonio de lo que
significaba confiar en San Josemaría cuando todo parecía un sueño del joven
sacerdote aragonés que hoy es reconocido en los cinco continentes.
Mi colega Mercedes Eguibar, con
quien conviví junto a Guadalupe, el verano de 1964 en Premiá de Mar -en la
Costa Brava catalana- y luego en otros momentos, ha escrito una biografía
muy iluminadora sobre nuestra futura beata y ha estado presente en diferentes
momentos del proceso. A ella nuestro agradecimiento desde América, conscientes
de que se trata de la primera que vino a nuestro continente en 1950. A
Guadalupe le tocó ser primera en muchos momentos históricos. Formó parte de las
tres que hicieron la expansión de Madrid a Bilbao el año 1944, y en 1947
recibió la misión de dirigir Zurbarán, la primera Residencia universitaria femenina
del Opus Dei en el mundo. El 6 de marzo de 1950 llegó a América, concretamente
a México, adelantándose dos meses y medio a Nisa González Guzmán que fue la
roturadora de los Estados Unidos, en Chicago, el mes de mayo de ese año.
Guadalupe y Nisa, en español e inglés sembraron a manos llenas en ese norte de
América. Las jóvenes del Siglo XXI piensan que eso fue hace siglos, pero
sabemos todos que fue ayer cuando el Fundador del Opus Dei les dio su bendición
para llevar su espiritualidad y su cariño humanísimo a todo el continente
americano. Luego otras mujeres: Sabina Alandes y Dorita Calvo, empezaron las
actividades en Argentina y Chile los años 1952 y 1953, siguieron otras, las
labores en Venezuela Colombia y Perú; algo más tarde Guatemala, Ecuador y
Brasil. En apenas siete años fue evidente la actividad del Opus Dei en Norte,
Centro y Sur América. Pero Guadalupe fue nuestra pionera continental. Y así lo sentimos en el umbral de la beatificación.
Si a San Josemaría, a pesar de su
vivo temperamento aragonés, le reconocemos como maestro de buen humor, a
Guadalupe la recordamos como maestra de la sonrisa, la afabilidad, la
constancia, la tenacidad, el servicio y sin duda, también, del buenísimo
humor. No hay un solo gesto de ella, durante los diez años que estuve
cerca, que me recuerde algo negativo. Y no es porque todo haya sido color de
rosas o no haya compartido dolores con ella. Sí, la vi sufrir, en el alma y en
el cuerpo, pero con amor de Dios y abandono.
En la voz Guadalupe, del
Diccionario de San Josemaría Escrivá de Balaguer, hay unas palabras del 15 de
mayo de 1974, del Fundador del Opus Dei que me gusta recordar. Le dijo: tú fuiste a México únicamente con tu alma
joven, la bendición del Padre y con deseos de pegar la divina locura de nuestra
vocación…Aquello ahora es espléndido…Así están en otras partes del mundo:
esperando, esperando. El 4 de enero de 1980, el Obispo
de Tacámbaro (México) escribió en el Diario de Yucatán: “Aún recuerdo a la
doctora Guadalupe Ortiz de Landázuri, que murió santamente hace cuatro años:
una mujer de gran distinción y elegancia, y amplia cultura, y cosa poco
frecuente en aquellos tiempos, química de profesión, recorriendo poblados,
muchas veces por caminos de brecha a caballo, hablando con aquellas queridas
gentes de mi tierra. Qué bien entendían y asimilaban lo que les trasmitía.”
En el año 1972 o 1973 la acompañé a
visitar al Señor Arzobispo de Madrid Alcalá. Era una visita de cortesía e
información. Al finalizar ese entrañable rato me preguntó: ¿Bea, y por qué
estabas tan sería? A lo que yo respondí: Guadalupe, porque me limité a la
información mientras tú hiciste todo lo referido a la afabilidad y cordialidad.
Simplemente sonrió y regresamos al CEICID y a Zurbano, donde yo trabajaba en la
primera Oficina de Información de las mujeres que había erigido San Josemaría.
Y este puede ser el cuento maravilloso de nunca acabar…
Beatriz Briceño Picón
Periodista UCV-CNP
Fundación Mario Briceño-Iragorry
E-mail:
iragorry@cantv.net
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