Sobre el hecho histórico de la crucifixión de Jesús: una reseña para la meditación del Viernes Santo

 

La liturgia de Semana Santa nos introduce en la celebración de la muerte y resurrección de Cristo, acontecimiento de salvación en el cual hemos sido redimidos, porque en la cruz de Cristo, por nosotros crucificado, «Dios estaba reconciliando el mundo consigo, no tomando en cuenta las transgresiones de los hombres, sino poniendo en nosotros la palabra de la reconciliación» (2Cor 5,19).
Adolfo González Montes // Infovaticana
Publicado el 7 de abril 2023

La condena a muerte en cruz era la expresión de la maldición divina del malhechor, lo que constituía un grave obstáculo para la predicación de Cristo crucificado como enviado de Dios, mesías y salvador. Frente al rechazo de la predicación cristiana, san Pablo no dudará en radicalizar el anuncio en palabras que golpean tanto el corazón de cuantos obedecen al Evangelio como el de aquellos que lo resisten: 

Así, mientras los judíos piden signos y los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos a un Cristo crucificado, escándalo para los judíos, locura para los gentiles… (1Cor 1,22).

El Apóstol interpretará este acontecimiento en sí mismo desconcertante de nuestro rescate en la inmolación del Crucificado, viendo en su cruel e ignominiosa ejecución el precio de nuestra liberación de la ley, por cuyo logro Cristo se hizo por nosotros maldición (cf. Gál 3,13); y apoyando su discurso en las palabras del Deuteronomio: «Maldito el que cuelga del madero» (Dt 21,23).

El mismo texto resuena en los discursos pascuales de san Pedro dirigidos a los judíos, al referir que el Dios de los padres «resucitó a Jesús, a quien vosotros matasteis, colgándole de un madero» (Hch 5,30), en alusión a la crucifixión del Señor (cf. Hch 2,23).

No entramos aquí en los datos exegéticos que explanan la reflexión teológica que los autores sagrados nos ofrecen sobre la crucifixión de Jesús. Fue inmolado por nosotros, dice san Pablo, como «instrumento de propiciación por su propia sangre» (Rm 3,25), ofreciéndose a sí mismo y ejerciendo como «sumo sacerdote de los bienes venideros» (Hb 9,11). Entrega del Hijo unigénito en la que se revela el amor que Dios ha tenido al mundo (Jn 3,17).

Conmovidos por el amor divino que se revela en la cruz de Cristo, nos adentramos en el acontecimiento histórico de la crucifixión del Hijo de Dios, que ha hecho suya nuestra humanidad para que podamos acoger la vida divina en nosotros redimidos del pecado. 

Los evangelios se comenzaron a configurar textualmente a partir de la crónica de la pasión y la colección de palabras o dichos de Jesús, a los que los evangelistas según fuentes comunes y propias añadirán las narraciones de los milagros. La crucifixión de Jesús nos es atestiguada por los evangelios sinópicos (Mt 27,34-38; Mc 15,23-27; Lc 23,33-34.38), igual que por el evangelio de san Juan (Jn 19,17-19.23), el libro de los Hechos (Hch 2,22; 5,30; 10,39); así como por diversos pasajes de las cartas apostólicas, en las cuales la interpretación de la cruz de Jesús es elaborada teológicamente en perspectivas distintas y al tiempo convergentes.

Los evangelios sinópticos atestiguan las secuencias de la crucifixión conforme a un paradigma común en lo sustancial: el lugar de la crucifixión y su nombre hebreo Gólgota, que se traduce “lugar de cráneo” y de ahí Calvario; el hecho de la crucifixión, habiendo despojado a Jesús de sus vestiduras; junto a él crucificaron a dos malhechores; y que sobre la cruz de Jesús colocaron la causa de la condena: «El rey de los judíos» según Marcos, el más antiguo de los sinópticos. Mateo añade el nombre de Jesús para identificación del crucificado, y Juan el nombre y la procedencia geográfica de Jesús llamándolo “Jesús el Nazareno”. 

Jesús fue crucificado según los sinópticos el 15 de Nisán (marzo-abril), y según el cuarto evangelio el 14 de dicho mes, víspera de preparación para la Pascua o Parasceve judía. 

Cálculos astronómicos de los calendarios permiten suponer que pudo ser hacia el 7 de abril del año 30, según el cómputo de la era cristiana, que oscila entre 3 y 6 años

Hoy disponemos de datos acerca de la historicidad incontrovertible de la crucifixión de Jesús, conocemos antecedentes suficientes sobre la práctica de la misma en el Oriente Próximo y durante el Imperio Romano, y sobre su práctica en Palestina en tiempos de Jesús. Conocemos además la práctica de las torturas que precedían al suplicio de la cruz.

La exégesis histórico crítica del Nuevo Testamento cuenta con los conocimientos de las ciencias auxiliares, incluyendo entre ellas no sólo las que propician el análisis textual y lingüístico de la narración evangélica, también la contribución de la historia y de la arqueología. Ayuda inestimable para una evaluación de los evangelios canónicos y de la información complementaria que pueden ofrecernos los textos apócrifos.

La literatura judía ofrece información, empezando por pasajes del Talmud que hacen alusión a la pena capital y a su aplicación a Jesús Nazareno, al que «colgaron en la víspera de la Pascua», y siguiendo por Flavio Josefo y Filón, entre otros.

También los clásicos griegos y latinos son una fuente de información importante para la investigación prácticamente acabada en lo fundamental. Una síntesis de la misma puede hallarse en el extenso capítulo que la cristología fundamental dedica a los supuestos histórico críticos del acceso a Jesús, en cuanto indagación de los fundamentos históricos de la fe cristológica, para la explicación del paso conocido del Jesús de la historia al Cristo de la fe; y para poder concluir afirmando el dogma de Cristo, Dios y hombre, en el sentido comprensible de que la interpretación del acontecimiento histórico que hace la fe está motivada por argumentos razonablemente fundamentados. 

Además de la fijación textual de la narración y de la hermenéutica, la arqueología nos ofrece hoy testimonios preciosos que nos permiten precisar los elementos siguientes: 1) Dar contorno y figura del estado del cuerpo de quien ha padecido la crucifixión, recorriendo su “topografía corporal”: las lesiones infligidas por las torturas, cuya finalidad es la debilitación ignominiosa de la resistencia física y ánima de la víctima, y el suplicio final que provocará su muerte tras los sufrimientos ocasionados por las heridas, escoriaciones, hendiduras, penetraciones y mutilaciones, resultado de las agresiones y golpes acompañados por las vejaciones que el reo ha de padecer; 2) describir su situación agónica, pronosticando su fatal desenlace; y 3) examinar su cadáver, pudiendo incluso levantando acta diagnóstica médica de su defunción.

Esto supuesto, podemos considerar y meditar en la pasión del Señor, tomando como certeza de partida que, en verdad, Jesús fue crucificado. En favor de la historicidad de la crucifixión hablan los siguientes elementos: 

1.        Los evangelistas no hubieran deseado tener que afrontar un hecho imposible de ocultar por su objetiva realidad como fue la muerte padecida por Jesús, aun cuando anuncian su resurrección y exaltación. Los evangelistas no narrarían la crucifixión de Jesús, si ésta no hubiera tenido lugar y constituyese un incontrovertible factum histórico. De ello hemos partido, la crucifixión de Jesús representaba un grave obstáculo para la difusión del mensaje evangélico, era una permanente piedra de tropiezo: el escándalo que hacía ver la predicación evangélica como una pretensión de todo punto absurda. Algunos textos muy significativos, como, por ejemplo, el que ofrece el pasaje de Hechos 17,31: Pablo evita hablar de la crucifixión en el areópago, sin poder dejar de mencionar su resurrección, lo que equivale a hablar de la resurrección de un muerto. Jesús había sido efectivamente ejecutado por la autoridad religiosa y política. De explicar la muerte de Jesús sin lograr el asentimiento de sus oyentes, Pablo pasa en 1Cor 1,18; 2,2 a su proclamación provocativa: «… nosotros predicamos a un Cristo crucificado»; y lo hace convencido de que sólo la fe puede superar el que constituye principal obstáculo para la aceptación de la predicación del mensaje evangélico. Es el reto que pretende lograr con éxito: suscitar la fe en el acontecimiento de muerte y resurrección como obra de Dios prevista en su misterioso designio de salvación, y que el Apóstol anuncia dando cuenta de la historia sucedida de Jesús: que, en el Crucificado, muerto y resucitado, Dios ha perdonado los pecados de los hombres y ha abierto el mundo a la esperanza viva de su pasajes regeneración.

2.        Como motivos de la dificultad que la historia de Jesús plantea a la fe se pueden mencionar al menos algunos: 

a) Un elemento cosmovisivo. Lo constituye la imposibilidad para la filosofía antigua (y en general toda filosofía no motivada teológicamente por el cristianismo) de concebir una conciliación de Dios con la pasión, el dolor, la muerte inevitable del ser humano; en definitiva, su caducidad. Un problema que sigue siendo objeto de reflexión teológica hoy. El gnosticismo actual igual que el de la antigüedad tropieza con la dificultad de conciliar a Dios con el mundo y la historia de la humanidad. 

b) Un elemento de carácter teológico. Es la vinculación del dolor, la enfermedad y la muerte al castigo y la maldición divina que caen sobre los pecadores, acorde con la mentalidad religiosa de quienes no pueden aceptar la condición divina del que ha sido ejecutado como malhechor. Jesús se opuso a esta vinculación, reflejada en el pasaje de Jn 9,2-3, de la curación del ciego de nacimiento: «Le preguntaron sus discípulos: “Maestro, ¿quién pecó éste o sus padres para que naciera ciego?” Respondió Jesús: “Ni pecó éste ni sus padres; es para que se manifiesten en él las obras de Dios”». La cruz significaba la máxima expresión del castigo divino contra el pecador, que si podía ser castigo injustamente infligido contra el inocente, en cuanto ejecución de una sentencia contra el criminal llevaba al extremo la manifestación de la justicia divina contra el pecador, tal como queda recogido en Dt 21,22-23. Los cadáveres de los ejecutados en cruz no podían dejarse pendiendo del madero de la ejecución, pues se convertían en un elemento de contaminación de impureza legal para todos los piadosos.

c) Un elemento jurídico (político) - antropológico. Lo representa el carácter lesivo para la dignidad humana que revestía la cruz, lo cual impedía conciliar tan ignominioso castigo con la condición de un hombre libre. En pocos lugares hallamos una argumentación tan contundente y persuasivo como en la defensa que hizo Cicerón del senador Cayo Rabirio (a. 62 a.C.). Un ciudadano romano no podía ser crucificado, debía ser decapitado, en caso de condena a muerte, y la crucifixión quedaba reservada a los esclavos de acuerdo con el derecho romano. Aunque tenemos muchas descripciones de este suplicio en el mundo antiguo, no disponemos de muchas ejemplificaciones de la arqueología, fuera del testimonio arqueológico del siglo I, descubierto en 1968 en un osario del cementerio de Giv’at ha-Mivtar al norte de Jerusalén. Entre los restos óseos del joven judío crucificado, “Jehohanan el hijo de Hagkol”, según reza la inscripción del osario, se encuentra un pie clavado en el madero longitudinal de la cruz, que está sujeto por el talón taladrado con un clavo de unos 15 cm. Fue analizado por el Departamento de Anatomía de la Universidad Hebrea de Jerusalén en 1970, y posteriormente por la Autoridad de Antigüedades de Israel en 1985, realizando algunas correcciones al informe anterior.

3. Finalmente, gracias a las investigaciones sobre algo que toca tan de lleno la fe cristiana y la predicación evangélica, disponemos de informaciones documentales literarias (históricas y narrativas) precisas sobre la práctica de la crucifixión en el mundo antiguo. Hay estudios documentados, entre los que se pueden contar los relativos a la crucifixión en Palestina y los diversos estudios sobre el hecho de la crucifixión en el mundo antiguo, particularmente en el romano. No es este el lugar para su anotación y, más bien, hemos de terminar estas observaciones sobre el suplicio de la cruz movidos por la fe en el misterio de nuestra salvación que en este acontecimiento estremecedor se encierra, para que por la fe podamos conocer «la anchura, y la longitud, la altura y la profundidad, y conocer el amor de Cristo que excede a todo conocimiento, y así llenarnos de toda plenitud de Dios» (Ef 3,18-19). 

Quien tanto amor contemple en el Crucificado, que cargó sobre sí todos los sufrimientos de los hombres y vejaciones padecidas, crímenes e injusticias de lesa humanidad, no podrá sino confiado a la oración de la Iglesia, unir su voz a la recitación del himno que estos días unimos a los salmos:

¡Oh, cruz fiel, árbol único en nobleza!
Jamás el bosque dio mejor tributo
En hoja, en flor y en fruto.
¡Dulces clavos! ¡Dulce árbol donde
La vida empieza
con un peso tan dulce en su corteza!

 

Adolfo González Montes
Obispo emérito de Almería, España 



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