Nacido
en Zaragoza, España en 1934, llega a Venezuela con diecinueve años para
cumplir con su noviciado. Hoy, con 89 años de edad, deja tras de sí innumerables investigaciones que le hacen ser considerado entre los grandes historiadores
de Venezuela
"Fallece el Padre del Rey
(SJ). Muy apreciados compañeros, en la mañana de hoy 28 de diciembre de 2023, a
las 8:50 AM, acaba de fallecer el padre Del Rey. Que el Señor Jesús lo acoja en
su Corazón y en Él contemple la luz de la Gloria”.
La información la hizo llegar Macky Arenas, una hora después de ocurrido el fallecimiento de este gran amigo de su familia.
Su muerte ha generado un gran dolor entre quienes lo conocieron. Fue un gran investigador
e historiador que, aunque nativo de España (Zaragoza), llegó a Venezuela en
1953 para nunca más dejarla.
“La Compañía de Jesús
comparte sentimientos de comunión y esperanzas por el sensible fallecimiento
del P. José del Rey Fajardo, S.J., quien descansó en la Paz del Señor el día de
hoy, 28 de diciembre de 3023 a los 89 años de edad en le enfermería Provincial”, confirmaron desde la congregación.
La misma Macky Arenas, le hizo, quizás, una de las mejores entrevistas en las este prolífico
autor, dio detalles de su compromiso con Dios y la realidad que como jesuita vivió. Por tanto, se reproduce el excelente trabajo publicado el 26 de septiembre de 2021, en el diario El
Nacional. RAP.
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Padre José del Rey: “La historia del Orinoco la
escriben los jesuitas”
Autor de una enorme e incomparable obra como
investigador y escritor, casi 90 libros publicados donde resaltan no menos de
30 dedicados a la historia de la Compañía de Jesús en Venezuela, José del Rey
Fajardo S.J. (Zaragoza, 1934) es doctor en Humanidades y Filosofía, doctor en
Letras, doctor en Teología, miembro correspondiente de la Academia Nacional de
Historia, miembro correspondiente de la Academia Venezolana de la Lengua,
rector fundador de la Universidad Católica del Táchira.
Por MACKY ARENAS
El padre José del Rey
Fajardo forma parte de un cuadro referencial en la Compañía de Jesús, donde
figuran los jesuitas históricos. Pertenece a esas generaciones que se formaron
“a sangre y fuego”. Y no sólo por la férrea disciplina propia de la formación
religiosa, sino por la exigencia académica de tiempos donde en las aulas
jesuíticas primaba la rigurosidad impuesta por eruditos y auténticos sabios.
Nació en Zaragoza, España, el 18 de abril de 1934. Es, como él mismo lo declara, un “hijo de la
guerra”, porque ni siquiera tenía uso de razón cuando comenzó el conflicto
civil que dividió a España en dos bandos que aún no se reconcilian. Pasó hambre
y sólo pudo conocer a su padre cuando los enfrentamientos terminaron. Un
sacerdote que vivió el tránsito del pre al post concilio desde una formación
recia que le permite una apreciación panorámica de la comunidad a la que se
debe, de su pasado, su presente y también de su futuro, al cual prefiere no
asomarse.
Sobre todas estas cuestiones
reflexiona, con ocasión de la celebración los 500 años de la conversión de
Ignacio de Loyola, que tiene alborotados a los jesuitas del mundo entero.
Hurgamos en su amplio bagaje como historiador y académico para emprender un viaje
hacia los nacientes de ese río grande y caudaloso que es hoy la presencia
jesuita en nuestro país. Su línea de investigación se focaliza en los orígenes
surcando, cómoda y profunda, las nada tranquilas aguas del siglo XIX. Como buen
historiador, maneja las fechas de memoria y las suelta con precisión
quirúrgica. La conversación fluyó holgada, como esa ropa oversize que hoy está
de moda.
Hombres del Renacimiento
Comenzó por el principio.
“Cuando nos enviaron a Venezuela, fueron muy claros: olvídense de España para
siempre. Su destino es y será Venezuela”.
Se adentra en la Venezuela profunda, de la que conoce todo, hasta las
lenguas indígenas, lo que le ha valido un sillón en la Academia Venezolana de
la Lengua. Ocupa otro en la Academia de Historia. Ha sido director del
Instituto de Investigaciones Históricas de la UCAB y rector de la Universidad
Católica del Táchira. Fundó las revistas Montalbán y Paramillo, y tiene 90
libros publicados.
Y aquí está, a sus 88 años
de edad, siguiendo un trayecto que comenzó en 1953 cuando pisó por primera vez
tierra venezolana. Pero los jesuitas fueron siempre incómodos, por lo que, en
épocas pasadas, no andaban mucho tiempo sobre un mismo terreno. Era frecuente
sufrir expulsiones y Venezuela no fue la excepción. Y se va a la raíz: “Mira,
la Compañía de Jesús nace en el Renacimiento; en otras palabras, son mentes
nuevas que dejan atrás la Edad Media y dan un paso hacia adelante. En el
Renacimiento surgen las naciones, los idiomas locales se imponen, la ciencia
avanza considerablemente y llegan los grandes descubrimientos”. La resistencia
a los cambios es una constante, a pesar de los cambios. El Renacimiento fue
rupturista. Eso era incómodo. Y los jesuitas también.
Grandes misioneros
Venezuela —según explica—
fue uno de los países a los que llegó tarde el influjo jesuítico. Podemos decir
que en 1621 se abre el colegio San José de Mérida, el cual tuvo un gran
significado. Pero fundamentalmente la acción jesuítica estuvo en el Orinoco, en
las misiones de la Orinoquia. Los jesuitas fueron grandes misioneros, cosa que
hoy muchos no conocen. “Ante todo, ellos trabajaban en la educación, tenían
escuelas para formar ciudadanos. El solo hecho de que una persona pudiera
hablar y escribir bien el castellano implicaba poder defenderse y era un
importante agregado a sus habilidades”.
De hecho, cuando uno piensa
en un jesuita lo piensa educador, no evoca a un misionero. Pero primero que
nada fueron eso, misioneros.
Si te cuento —prosigue— que la historia del Orinoco la escriben los jesuitas, es una verdad como un templo. Llegan por primera vez en 1621 y de forma estable en 1631, diez años después. Fue muy duro, los Caribes no les dejaban entrar. Y los mataron. Hay que esperar hasta 1730 cuando realmente los jesuitas deciden volver. Sigue siendo difícil, son perseguidos, deben formar sus tribus militares y se defienden. Hasta que, en 1740, el padre Manuel Román —quien luego sería rector de la Javeriana— descubre el Brazo Casiquiare y se queda seis meses con los jesuitas brasileños. Allí hace amistad con una tribu muy dura, los Guaipunabis, los cuales generan lealtad hacia él. Así que vienen hacia Venezuela y matan a muchos Caribes, los cuales ceden y se van.
Así, en 1750, se limpió la
maldad que había caído sobre el Orinoco. Los Caribes, cada año, sacaban a la
venta unos veinte mil jóvenes indígenas como esclavos. “Es por ello —anota— que llama la atención el hecho de que los
habitantes de Guayana nunca pasaron del millón. Los Caribes los llevaban a las
islas y allá los vendían”. Acabaron con ese tráfico de esclavos y es
otra historia que valdría la pena contar.
Dos grandes hombres
“El gran legado de los
jesuitas es la Orinoquia, sin la menor duda. Baste recordar al padre José
Gumilla, quien escribió en 1741 El
Orinoco Ilustrado. La segunda edición sale en 1745. Luego hubo varias
ediciones en Francia. Venezuela, en
aquel entonces, era chiquita, llegaba hasta el Orinoco; y Gumilla concibe a
Venezuela como la tenemos hoy. Su lucha fue hermosa y sostenida, pero sólo en
1777 se lograría ese ideal”.
“El padre Felipe Salvador
Gilly, italiano, escribe el Ensayo de Historia Americana, fue quizá el
talento mayor que tuvieron los jesuitas. Sus cuatro tomos, escritos entre 1780
y 1784, impactaron en Europa. Fue un gran conocedor de las lenguas y fue quien
clasificó las lenguas del Orinoco. Es el que deja la puerta abierta a nuevas
investigaciones pues ya había fijado la metodología. Esos son los dos grandes
hombres que han pasado a la historia de Venezuela”.
La acción de los jesuitas en
el Orinoco es, por decir lo menos, increíble. “La gente —subraya— no cae en
cuenta de lo que significa pasar de indígena a súbdito español, que domina el
castellano y disfruta de los mismos
derechos. Esa condición comienza a multiplicarse, ya que los jesuitas abren colegios
totalmente gratuitos. Para ello comenzaron a hacerse de grandes haciendas,
propiedades donde desarrollaban sus proyectos educativos. Los jesuitas se
distinguieron por tener extensas propiedades y esa era la razón. Por ejemplo,
curiosamente la hacienda Caribabare, que actualmente se encuentra en los llanos
colombianos, constaba de un millón de kilómetros cuadrados”.
Allí aprendieron los
indígenas a montar a caballo, a cultivar la tierra y a desarrollar toda clase
de destrezas. Era una especie de educación para la libertad y la dignidad.
Tan es así que los jesuitas abarcaron con sus misiones el corazón de América, lo que les ocasionó grandes problemas con la corona española porque los brasileros fueron penetrando, poco a poco, hasta que los jesuitas se armaron. El resultado fue que en 1750 el rey de España retira a los misioneros jesuitas del sur del Orinoco. Los portugueses exigieron sacarlos de allí. Por ello en 1767 aquello quedó abierto y, a grandes trazos, 150 mil kilómetros se llevaron los colombianos y 350 mil se llevaron los brasileños. Es triste pero ahí quedaron esas grandes obras, El Orinoco Ilustrado y el Ensayo de Historia Americana.
“No querían jesuitas”
Allí trabajaron mucho los
jesuitas. Esa provincia abarcaba Panamá, Colombia, Venezuela y República
Dominicana. En 1696 se divide y quedan Bogotá, Tunja, Pamplona, es decir, la
mitad de Colombia, Venezuela y República Dominicana. “Venezuela siempre fue un
punto atractivo para los jesuitas, pero el tema de los Caribes y las
situaciones que se presentaron en el Orinoco impidieron hacer más.
Mérida fue el punto de
entrada en Occidente. Luego se desplazan hacia Maracaibo debido a que, para ir
a República Dominicana, los vientos alisios y contralisios hacían muy difícil
la navegación. Es por ello que los jesuitas buscaron la ruta Pamplona,
Maracaibo y, de allí, por mar, a Dominicana”.
La educación comienza en
1628 en Mérida. “En Maracaibo hubo muchas dificultades, muchas”. ¿Cuáles?
—preguntamos—. No querían jesuitas, responde riendo. Así de simple. Y volvemos
al inicio, a la raíz: “Los jesuitas
cultivaron las ciencias. Yo publicaré en el próximo número de la revista
Montalbán el aporte científico de los jesuitas y se podrá apreciar lo que
hicieron 400 de ellos que trabajaron en la ciencia”.
Pero en el siglo XVIII,
hacia 1720, se instalaron en Maracaibo y en
Caracas, aunque seguían trabajando en las grandes haciendas del Orinoco
y poblados que quedaron y que habían
fundado en la zona colombiana. Fue poco lo que pudieron hacer. “Pero, fíjate, a
pesar de todo, de Mérida van a estudiar a la universidad Javeriana y de Caracas
iban a la universidad jesuítica de República Dominicana. En 1725 se funda la Universidad de Caracas,
pero civil. Los jesuitas estuvieron a punto de abrir, pero no se pudo. Querían
dedicarse a la ciencia, a la investigación desde el ámbito universitario, pero
el Estado español prefirió que fuera de esa manera”. Ellos vieron que su misión
era secundaria en ese sentido, aunque dejaron su huella, pues fueron muchos los
hombres ilustres que egresaron del colegio jesuita.
La ventaja comparativa de saber latín
Recalca: “Fundamental fue lo
que hicieron en la Orinoquia. Gracias a ellos se pudo saber la riqueza y
diversidad que encerraba ese territorio. La presencia científica es crucial.
Escribí un libro hace poco con un gran médico colombiano que se titula La medicina en el Nuevo Reino de Granada y
en las Misiones del Orinoco. Es
impresionante el capítulo del Orinoco. La medicina influyó mucho y cuenta el
Padre Gilly que los indígenas estaban más inclinados a preguntar al misionero
que tenía su botica antes que ir con los propios médicos” (risas).
El Colegio de Mérida fue la
primera institución educativa fundada en Venezuela. “Allí la visión de los
jesuitas fue acertada. Mérida tenía 300 habitantes. Al colegio iban 20 alumnos
y así en la mayoría de las ciudades. El
latín era como el inglés hoy y lo enseñaban a la perfección, de manera que de
los colegios jesuitas podían irse a Europa o donde quisieran a estudiar porque
tenían la preparación necesaria para ingresar en cualquier universidad.
Esa visión no la tuvieron las otras órdenes religiosas. Era muy duro enseñar
latín. Imagina lo que significaba un sabio metido en Pamplona, con 300 o 400
habitantes enseñando latín. Eso era duro, tanto, que al profesor de Gramática
le daban un día libre a la semana para que tomara un descanso”.
Hacia 1600 se abre la
Universidad Javeriana de Bogotá. A
partir de ese año, 28 universidades jesuíticas comienzan labores en México,
Guatemala, Panamá, Colombia; y luego en el Sur, sobre todo en Chile y
Argentina. En Venezuela querían también pero no fue posible pues se adelantó el
Estado y fundó. Lo importante es lo que se hizo por la ciencia, a pesar de
todo.
Un decreto fatal
En 1767, un decreto del 31 de julio firmado por el rey
Carlos III expulsa a la Compañía de Jesús de todos sus territorios.
“La razón era que toda la
educación superior estaba en manos de los jesuitas y eso no les gustaba.
Pensaron que eso era un poder y que había que acabar con él. Y lo acabaron.
Cerraron universidades y colegios. Todo. Esa fase entre 1767 y 1810, tiempo
en que está suprimida la Compañía de Jesús, sufre la producción científica.
Carlos III no veía con buenos ojos a los jesuitas. Eso fue fatal para América
Latina porque, de pronto, en 1767, se quedan las universidades sin el sólido
apoyo científico-académico de los jesuitas”.
Es interesante mencionar que
los jesuitas ubicaban sus misiones en las fronteras para ser un escudo de
defensa contra los brasileros y, aún hoy, se mantienen en pie las bellas
iglesias que construyeron y la gente va allí a rezar igual que lo hacían
durante las misiones.
“Tú ves lo que eran antes y
lo que hay ahora y todo está intacto. Existen tal cual y la gente va lo mismo.
Es una gran satisfacción que ello sea así. Te diré algo: si los jesuitas
hubieran seguido allí, habríamos heredado países muy cultos. Pero el señor
Carlos III resolvió otra cosa”.
En 1815 el papa Pío VII restauró la orden el 7 de
agosto. En 1915 regresaron los jesuitas a Venezuela.
“Se instalan en Caracas y
fundan el Seminario. Es la gran estructura-Iglesia que se ve a la derecha, al
tomar la Cota Mil desde la Avenida Baralt.
Trajeron grandes personalidades a enseñar allí, de tal manera que el
Seminario fue una gran fuerza, pero también un problema para el Estado. Allí se
fundó la Revista SIC. Hasta 1953 los jesuitas gestionaron el seminario. El
obispo no nos quería, así que lo dejamos y fundamos la Universidad Católica
Andrés Bello. Fue una salida honrosa, después de todo”.
Un dato curioso es que uno
de los primeros provinciales que hubo en España era de Puerto Cabello, se fue a
estudiar a España y llegó a esa posición.
En 1962, con el Concilio
Vaticano II, se produce un «quiebre jesuítico» en Venezuela, considera Del
Rey. “Dejaron de venir jesuitas, la
formación de los locales no es la misma, los profesores tampoco y las
vocaciones mermaron. Se cierran Mérida y Barquisimeto. En estos momentos, en
los colegios hay solo un jesuita. En las universidades la investigación no tiene
el mismo rigor académico”.
La Revista SIC ya tiene 80
años. “En su primera etapa esa publicación fue firme, muy definida
combatiendo el comunismo, con plumas de gran calidad, gente muy formada. Eran
momentos difíciles en aquella etapa entre 1930 y 1950 que fue muy problemática.
Y todo aquello se vivió intensamente en el Seminario, que era un fortín
intelectual, moral y religioso para Venezuela. Después del Vaticano II mucha
gente perdió el rumbo”.
Y termina: “Mejor no me
sigas buscando la lengua. Del siglo XX no hablaré porque tendría que exorcizar
a unos cuántos diositos”.
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