José Gregorio Salazar Monroy dice que los
indígenas son los más pobres entre los pobres. En Venezuela, a raíz del
ecocidio del Arco Minero del Orinoco, abandonan sus tierras ancestrales para
ser víctimas del propio Estado
Publicado el 7 de febrero de 2022
El sur de Venezuela es un hervidero.
Las violaciones de los derechos humanos por parte de la Guardia Nacional
Bolivariana (GNB) y otros cuerpos de seguridad del Estado, están a la orden del
día. La violencia desatada entre fuerzas oficiales y las bandas delictivas
vinculadas al narcotráfico, parece no tener fin. Las matanzas van en aumento.
A esto se suma la explotación del
llamado Arco Minero de Orinoco, un proyecto lanzado el 24 de febrero de 2016
para extraer oro, diamantes, coltán y otros minerales. Los resultados han sido
catastróficos para la biodiversidad y sus “pueblos originarios”.
La situación obliga al
desplazamiento de los indígenas que, separados de sus tierras, buscan cómo
sobrevivir aguas arriba. Por ejemplo, desde el Delta del Orinoco los aborígenes
emigran a lo largo del río ante la desigual lucha que les plantea el “hombre
civilizado” contra su naturaleza. Son desterrados de sus propios espacios de
vida.
Al llegar a poblados supuestamente “desarrollados”,
son segregados porque no hablan español y sus costumbres son distintas. Sin
embargo, intentan adaptarse. En este caso, apegados al Orinoco, viven en Cambalache,
municipio Caroní del estado Bolívar.
La fortuna que encuentran en
Cambalache es un vertedero de basura. De allí extraen algunas cosas para
revender. Otros viven de la caridad pública. La adaptación es lenta.
Son los más pobres entre los pobres
“Los indígenas son los más afectados
porque sencillamente no hablan español, y al verse obligados a escapar de sus
tierras, se refugian en cualquier lugar sin seguridad”, dice para Aleteia, el
padre José Gregorio Salazar Monroy, quien no niega sus vínculos waraos.
“Siempre caen víctimas de grupos delictivos que los extorsionan o asesinan. Otras veces, como en este caso, son los cuerpos de seguridad del Estado”, agrega.
En ese orden, relata que el 3 de
febrero, la GNB abrió fuego contra unas “curiaras” de los indígenas.
“El argumento era el decomiso de
chatarras metálicas que para los militares es supuesto material estratégico”,
precisa el sacerdote y activista de los derechos humanos.
Asegura que la información recibida
es que “esos materiales eran propiedad de los indígenas, porque ellos
trabajan con desechos de la basura para poder subsistir”.
“Al ver que la GNB les decomisó sus
dos curiaras con las chatarras, salieron detrás y las recuperan con sus objetos
de donde las tenían. Los militares abren fuego contra ellos”.
Como resultado de esta violencia
militar, cuatro personas quedaron heridas –entre ellos dos menores de edad- por
armas de fuego de alto calibre ya que les dispararon desde unas lanchas
llamadas “Pirañas” con las que la GNB patrulla el río Orinoco.
Son lanchas que están equipadas con armamento de alta potencia, indica.
De acuerdo con la información, de
los cuatro heridos tres se encuentran en su residencia tras recibir los
primeros auxilios. “Pero un niño de 12 años, tiene alojada una bala en el
estómago y requiere ser operado con urgencia. Posiblemente el lunes 7 de febrero”.
También algunos vecinos denunciaron
que hay dos niños desaparecidos como consecuencia de los disparos hechos por la
GNB, confirmó un medio local.
Consagrados para servir al prójimo
Explica que, aunque los hechos
ocurrieron en jurisdicción de la parroquia “Nuestra Señora de Fátima”, siempre
hay que brindar apoyo porque las carencias están en todas partes. “Más,
cuando se trata de personas indígenas que son considerados por la iglesia como
los más pobres entre los pobres”.
Algunas fotografías enviadas desde
Nuestra Señora de Coromoto, dan cuenta del auxilio que hace el sacerdote a una
joven indígena herida en este suceso.
En reiteradas ocasiones, como
ocurrió el 4 de febrero, en nombre de la iglesia entregó insumos en los centros
médicos de la zona que, “como en toda Venezuela, no escapan de las calamidades
de la crisis sanitaria”, dijo para Aleteia.
Con treinta años en el sacerdocio, José Gregorio
Salazar Monroy es párroco de “Nuestra Señora de Coromoto” de Los Olivos en
Puerto Ordaz, siendo conocido como “El cura de Ciudad Guayana”, diócesis a la
que pertenece. Ha sido vice secretario del Episcopado Venezolano.
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