“La Iglesia no está al servicio del Estado, debe defender su
libertad y su independencia”, expresó el cardenal Gerhard Müller, durante una entrevista que realizó Riccardo Cascioli para Brújula Cotidiana
Ramón Antonio Pérez // @GuardianCatolic
Venezuela,
10 de mayo 2020
La pandemia del Covid-19 ha generado una serie de cambios en
el cumplimiento de la liturgia que dentro de la propia iglesia también produjo
voces contrarias a los normativos impuestos en algunas arquidiócesis y diócesis
del mundo. Entre las voces que han cuestionado los cambios está la del cardenal
Gerhard Müller, considerado de talante conservador por algunos medios liberales
allegados a la fe católica.
En la entrevista para Brújula Cotidiana, el purpurado, que
fue prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, dejó claro su
rechazo a que los planes de prevención del coronavirus de algunos gobiernos,
aunque en su caso habló directamente del italiano.
“Suspender las misas es abdicar de nuestro
deber, que es leer también los sufrimientos de este periodo a la luz de la fe,
del misterio de la Muerte y Resurrección de Jesús”, es una de las frases que
más resuenan. (…) “La suspensión de las
misas con el pueblo es abdicar de nuestro deber, es reducir a la Iglesia a las
dependencias del Estado. Es inaceptable”.
El cardenal
Gerhard Müller, es muy claro en su juicio acerca de lo que está sucediendo en
Italia y en muchos otros países, consideró Riccardo Cascioli, autor de la
entrevista que a continuación se publica:
Eminencia, para muchos fieles, al
sufrimiento de la enfermedad se añade, ahora, el sufrimiento de la prohibición
de participar en la misa, incluso la negación de celebrar los funerales y,
sobre todo, la justificación de todo ello por parte de la jerarquía eclesiástica.
Es algo muy
grave, es el pensamiento laicista que ha entrado en la Iglesia. Una cosa es
tomar medidas cautelares para minimizar los riesgos de contagio, otra muy
distinta es prohibir la liturgia. La Iglesia no es cliente del Estado, y ningún
obispo tiene derecho a prohibir la Eucaristía de este modo. Incluso hemos visto
a sacerdotes castigados por sus obispos por haber celebrado la misa con pocas
personas: todo esto significa verse como funcionarios del Estado. Pero nuestro
pastor supremo es Jesucristo, no Giuseppe Conte. El Estado tiene su tarea y la
Iglesia la suya.
A muchos les parece difícil conciliar el
deber hacia el Estado con la exigencia del culto público a Dios.
Hay que rezar
también públicamente porque nosotros sabemos que todo depende de Dios. Dios es
la causa universal; después tenemos la causa secundaria que pasa por nuestra
libertad. En todo lo que sucede, nosotros, criaturas finitas, no sabemos cuánto
depende de la causalidad de Dios y cuánto de la nuestra: este es el punto de la
oración. Debemos rezar a Dios para superar los desafíos de nuestra vida
personal y social, pero sin olvidarnos de la dimensión transcendente, la visión
de la vida eterna y de la unión íntima con Dios y con Jesucristo también en
nuestro sufrimiento. Estamos llamados a cargar sobre nuestros hombros, cada
día, nuestra cruz, pero también tenemos que explicar a los fieles sus
sufrimientos con los conceptos del Evangelio. Prohibir la participación a la
liturgia va en dirección opuesta. Tomar determinadas medidas externas es tarea
del Estado; la nuestra es defender la libertad e independencia de la Iglesia y
su superioridad en la dimensión espiritual. No somos una agencia subordinada al
Estado.
Muchos, también entre los sacerdotes y
obispos, se están dando cuenta de que se corre el riesgo evidente de confundir
el sentido de la liturgia con toda esta proliferación de misas televisadas y en
streaming.
Estas formas no
pueden ser consideradas una sustitución de la misa. Ciertamente, si estás en la
cárcel o en un campo de concentración o en otras circunstancias excepcionales,
se puede participar espiritualmente en la Eucaristía, pero no es una situación
normal. Dios nos ha creado alma y cuerpo. Dios ha acompañado a su pueblo en la
historia, lo liberó realmente de la esclavitud de Egipto, no fue una liberación
virtual. Jesús, hijo de Dios, se hizo carne, y nosotros creemos en la
resurrección de la carne. Por eso, la presencia corporal es totalmente
necesaria para nosotros. Para nosotros, no para Dios. Dios no necesita los
sacramentos, somos nosotros los que los necesitamos. Dios ha instituido los
sacramentos para nosotros. El matrimonio no funciona sólo espiritualmente, se
necesita la unión del cuerpo y el alma. No somos idealistas platónicos, no se
puede seguir la misa desde casa, salvo en situaciones particulares. No, hay que
ir a la iglesia, reunirse con los demás, comunicar la Palabra de Dios. Todo el
vocabulario de la Iglesia nos indica esta necesidad: la Sagrada Comunión;
comunión es convenir; la Iglesia es el pueblo de Dios convocado, junto. Dice el
salmo: «Ved qué dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos».
Hay teólogos y obispos que opinan que la
Eucaristía está sobrevalorada, que no es necesaria la misa dominical.
Hay también un
obispo y teólogo como Víctor Fernández que presume de ser el ghost writer del
papa Francisco, que sostiene que el deber de ir a misa el domingo es un
mandamiento introducido por la Iglesia. Es otro ejemplo de la desastrosa
formación teológica. El tercer mandamiento tiene fundamento en el derecho
divino: obliga a los judíos a santificar el día del Señor. Para nosotros,
cristianos, es el día de la Resurrección. Es también el mandamiento de Jesús:
«Haced esto en memoria mía». Y dice san Pablo: «Por eso, cada vez que coméis de
este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor» (1 Cor 11, 26).
Esta es la representación real y sacramental de la muerte salvifica de Jesús y
de su resurrección. En la misa participamos en el misterio pascual. El Concilio
Vaticano II lo dejó muy claro en la Sacrosanctum Concilium y en Lumen Gentium
(n. 11). Y sin embargo, hay obispos que dicen que algunos fieles están
demasiado obsesionados por la Eucaristía. Es absurdo. La Eucaristía es la única
verdadera adoración de Dios por medio de Jesucristo. No es una entre las muchas
formas de liturgia; y, en cambio, todas las formas de la liturgia tienen en la
Eucaristía la razón de su existencia. Todo recibe fuerza y consistencia de la
Eucaristía.
¿Usted también ve que se está
manifestando un claro ataque a la Eucaristía, corazón de la Iglesia?
Sí. Sólo hay que
pensar en quienes, antes y durante el Sínodo para la Amazonia, decían con
firmeza que los pueblos indígenas tenían una necesidad absoluta de la
Eucaristía y por este motivo era necesario ordenar a los hombres casados.
Ahora, esas mismas personas sostienen descaradamente lo opuesto, que no
necesitamos la Eucaristía. Razonan como protestantes, ignorando que desde el
principio de la Reforma protestante la Eucaristía fue, precisamente, el punto
central de la controversia. Y ahora hay obispos, que se autodenominan
católicos, que no comprenden el valor central que tiene la Eucaristía. Es un
verdadero escándalo: son estos los verdaderos rígidos, los verdaderos
clericales, no los que se toman en serio la palabra de Jesús y la doctrina de
la Iglesia. Es una perversión real del pensamiento. Sin embargo, este
catolicismo "moderno" es una ideología autodestructiva. Se necesitan,
sobre todo en Italia, obispos de la categoría de san Carlos Borromeo, y los que
están en la curia deberían tomar ejemplo del cardenal Roberto Belarmino.
En estos meses hemos oído a menudo
afirmar a los vértices del episcopado que el primer deber es salvaguardar la
salud.
Es una Iglesia
burguesa, secularizada, no una Iglesia que vive de la palabra de Jesucristo.
Jesús dijo «buscad primero el Reino de Dios». ¿Qué vale la vida, todos los
bienes del mundo, incluida la salud, si después se pierde el alma?
Esta crisis ha
puesto en evidencia que muchos de nuestros pastores piensan como el mundo, se ven
más como funcionarios de un sistema religioso social que no como pastores de
una Iglesia que es comunión íntima con Dios y con los hombres. Siempre debemos
conjugar fe y razón. Obviamente, no somos fideístas, no somos como esas sectas
cristianas que dicen que no tenemos necesidad de la medicina, que basta con
encomendarnos a Dios. En cambio, encomendarnos a Dios no contradice que
valoremos todas las posibilidades que nos ofrece la medicina moderna. Pero la
medicina moderna no sustituye la oración: son dos dimensiones que no deben
separarse, pero tampoco superponerse.
Para justificar la suspensión de las
misas con el pueblo, algunos dice que si contagiamos a los demás, somos
nosotros los responsables de su posible muerte.
También los
médicos corren este riesgo; hay un riesgo en toda actividad humana. Es cierto
que debemos tener cuidado y no poner en peligro la vida y la salud de los
demás, pero este no es el valor supremo. Por desgracia, esta situación nos ha
hecho ver que muchos sacerdotes y obispos de buenas cualidades carecen de las
bases teológicas suficientes para reflexionar sobre esta situación y ofrecer un
juicio coherente con el Evangelio y la doctrina de la Iglesia.
Tal vez sea también por esto por lo que
tantos obispos han desdeñado la petición de los fieles de la consagración al
Corazón Inmaculado de María. Que, en el caso italiano, se ha convertido en
encomendamiento, llevándose a cabo de manera negligente y engañosa.
Se infravalora
el aspecto sobrenatural. Estamos inmersos en la concepción naturalista que
viene de la Ilustración. No se puede explicar la Iglesia, la Gracia y los
sacramentos según la dimensión natural. El corazón de nuestra religión
cristiana es el Dios transcendente que se hace inmanencia en nuestra vida, es
Cristo verdadero hombre y verdadero Dios a través de la Encarnación.
Parece casi que estamos resignados a
seguir un mundo que razona sólo según la dimensión natural, y a esto lo
llamamos realismo.
Es la ideología
del pragmatismo. Hoy, por ejemplo, prevalece en la Iglesia la idea de que se
necesitan obispos que sean sólo pastores, es decir, pragmáticos. Sin embargo,
el obispo es ministro de la Palabra, debe reflexionar sobre la Palabra. San
Pablo y san Pedro no eran unos cabezas huecas, los padres de la Iglesia no han
sido sólo pragmáticos, han reflexionado sobre la fe cristiana y sus
implicaciones. Un buen maestro de fe debe ser capaz de explicar una situación
como la actual partiendo de la fe, en su sentido sobrenatural, no con el
naturalismo. De nuevo, hay que mantener juntas las dos dimensiones: no podemos
reducir la existencia humana a mera naturaleza y, al mismo tiempo, tampoco
pensar -como sostienen los marxistas- que el cristianismo tiene que ver sólo
con el más allá. En Jesucristo tenemos la unidad entre el más allá y la
inmanencia de la vida. Un buen cristiano debe saber ser un médico y científico
óptimo, pero esto no contradice la confianza en Dios. Hay integración entre fe
y razón, entre confianza en Dios y competencia en las ciencias naturales.
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