Biógrafo de José Gregorio Hernández: “El médico de los pobres merece ser imitado”


Alfredo Gómez y su esposa Milagros Sotelo revelaron anécdotas sobre este admirado médico del que Venezuela espera su pronta beatificación. “La segunda beata del país, Madre Candelaria de San José, ayudó a vestirlo para sus exequias”, narraron en conversación para Aleteia

Abr 23, 2019

Alfredo Gómez Bolívar se ha dedicado por treinta años a escudriñar el legado y la personalidad del doctor José Gregorio Hernández Cisneros. Todo comenzó como un pasatiempo pero luego se convirtió en su gran pasión. Cada día indaga más y profundiza en el “médico de los pobres”, cuyo testimonio de vida cristiana es analizada por la congregación para la causa de los Santos de la Santa Sede, y junto al estudio y posible aprobación de un presunto milagro, espera se produzca su pronta beatificación. En esta tarea de investigación de Alfredo, también está involucrada su esposa, Milagros Sotelo.
El deseo de conocer sobre el médico venezolano que nació en Isnotú, estado Trujillo, el 26 de octubre de 1864, comenzó cuando cierto día Alfredo descubrió la existencia de un libro denominado: El Siervo de Dios, José Gregorio Hernández Médico y Santo, redactado por Antonio Cacua Prada, historiador, periodista y diplomático colombiano que todavía vive, dijo en el preámbulo de la conversación con Aleteia.
“Me gustó el libro por su manera sencilla de presentar la vida y obra de nuestro José Gregorio, especialmente cuando reveló un milagro que recibió”, dijo acerca del texto publicado en 1987, por la editorial Planeta.
Contó que el escritor colombiano compartía con unos amigos en las playas de Costa Rica, cuando sintió que empezó a subir la marea de manera rápida. La resaca lo empujaba hacia adentro del mar. Trataba de nadar pero no conseguía avanzar. Por un momento pensó que moriría ahogado. Casi bajo el agua, se acordó de la devoción por el médico venezolano, y comenzó a orar desesperado “¡Santo venezolano sálvame! ¡Santo venezolano sálvame!”.
De pronto sintió una fuerza que lo empujaba hacia afuera llevándolo a la orilla de la playa y logró sobrevivir. Una vez superado el acontecimiento que casi le cuesta la vida, el escritor colombiano, cumplió su promesa: viajó a Venezuela y comenzó a investigar sobre el doctor José Gregorio Hernández para poder escribir su propio libro.

ALFREDO GOMEZ
@GuardianCatolic

Tanto a mi esposa como a mí, nos gustó el estilo del escritor, y los datos aportados a la historia, por lo que decidimos emprender este camino de conocer mejor al doctor José Gregorio Hernández que nos parecía que no se conocía mucho, pese a la cantidad abundante de biografías publicadas que se han escrito sobre él”, expresó.
El biógrafo del Doctor José Gregorio Hernández vive junto a su carismática esposa, con quien tiene 36 años de feliz matrimonio. En la entrada de su apartamento, yace un cuadro grande del eminente médico a quien se le atribuyen milagrosas curaciones. La presencia del Venerable en la vivienda, transmite la devoción por el “futuro beato”.
Milagros Sotelo nació en Maracaibo, estado Zulia, en 1962; Alfredo, por su parte, vino al mundo en Caracas, en 1952. Es decir, se llevan 10 años de vida, y de esta amorosa relación engendraron dos hijas de 35 y 33 años quienes actualmente viven fuera del país. La señora Sotelo de Gómez agregó que tiene un nieto de 13 años. Estos esposos forman parte de la Acción Católica de Venezuela en su Consejo Central.
Alfredo mostró durante la conversación la obra que publicó conjuntamente con su esposa, bajo el título: El Doctor Hernández es Nuestro. Tras los pasos de José Gregorio”, el cual fue editado en 2015, cuyas fotos de la bendición acompañan este trabajo. El libro consta de 198 páginas donde plasman de manera sencilla y comprensible la vida familiar, estudiantil, científica y médica del Venerable.
ALFREDO GOMEZ
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“Por cierto, en la última visita ad limina de nuestros obispos (2018) al Santo Padre, monseñor Tulio Luis Ramírez Padilla, vice postulador de la causa le obsequió personalmente un ejemplar al Papa Francisco”, aseguró Alfredo Gómez. 
Nuestro médico es digno de ser imitado, tanto en sus virtudes humanas, como en las espirituales, porque en su existencia cotidiana se conjugaron ambas con total naturalidad”, expuso.

José Gregorio no sintió vocación para casarse

Alfonso José Rodríguez Mejías / dignacultura.com.ve
Describió que el Doctor Hernández tuvo en total trece hermanos y él fue el segundo de los siete hijos de Benigno María Hernández Manzaneda y Josefa Antonia Cisneros Mancilla; la primera hija del matrimonio solo vivió unos meses. Cuando José Gregorio tenía ocho años de edad falleció su madre tras dar a luz a una hermanita que llevaría el mismo nombre de su progenitora. Debido a esta pérdida irreparable, su tía paterna María Luisa Hernández Manzaneda, se hizo cargo de la crianza de José Gregorio, como del resto de sus hermanos en forma admirable, llegando a ser para toda la familia como una segunda madre.
“La señora María Luisa fue una mujer muy espiritual que le transmitió muchos valores humanos y éticos a su sobrino”, precisó. “A los tres años, Benigno contrajo segundas nupcias con María Hercilia Escalona, de cuya unión nacieron otros seis hermanos”.
El 8 de marzo de 1890 murió el papá de JGH, su hermana más pequeña tenía tres años de edad, por tanto, él se hizo cargo de sus hermanos menores. Gómez afirmó que “José Gregorio nunca se casó, no sentía vocación para ser esposo; y, por el contrario, se dedicó en cuerpo y alma a educar a todos sus hermanos y sobrinos”.
De acuerdo al testimonio emitido por la señora Magdalena Mogollón -descrito en la obra- José Gregorio se había constituido en el protector de sus hermanos. Les hacía los juguetes a los varones que consistían en gorros para desfiles marciales que llenaban la casa de alboroto, y muñecas de trapo con las que jugaban sus hermanitas. Se contentaba con encender la chispa, y luego se retiraba como un hombre consciente de su deber a su cuarto a leer y escribir porque él quería ir a Caracas y ser un sabio como su papá.
Alfredo Gómez matizó que José Gregorio Hernández creció en un hogar que era verdaderamente una “Iglesia doméstica”, y escuela de formación de esa vida equilibrada, austera y fructuosa que conocen los venezolanos. “Heredó de su mamá un sereno fervor religioso, la facilidad para acercarse a Dios, y la inclinación de socorrer a los pobres”.
Acerca de su progenitora, José Gregorio dijo una vez: “mi madre que me amaba desde la cuna me enseñó la virtud, me crió en la ciencia de Dios, y me puso por guía la santa caridad”, indicó el biógrafo. De su padre, adoptó el ejemplo de voluntad, fidelidad a sus deberes y compromisos, así como el sentido de la prudencia, y la justicia.
Alfredo Gómez dio gracias a Dios, y a San Juan Pablo II, por haber otorgado al médico de los pobres, la distinción de “Venerable”, que concede la Iglesia a aquellas personas que dejan constancia de sus virtudes de fe para con Dios y el prójimo en su vida terrenal.
En la conversación, Milagros Sotelo, dijo: Si comparamos un proceso de beatificación con los estudios de medicina, ya JGH tiene aprobada toda la parte teórica de la carrera; que es lo que se constata en el Decreto de Virtudes Heroicas. Solo le falta la parte práctica, es decir: la comprobación indubitable de un milagro concedido por su intercesión”. Gómez asomó que “Dios tiene la última palabra para lograr la beatificación de nuestro doctor Hernández, y los venezolanos esperamos ansiosos que sea pronto”.
Reseña la obra de los esposos Gómez Sotelo, que en 1894, Benjamín su hermano menor falleció a consecuencia de la fiebre amarilla, y José Gregorio se recriminaba a sí mismo sobre lo que no pudo hacer como médico para sanarlo. En 1918 falleció otro de sus hermanos llamado Pedro Luis, situación que le dolió mucho a José Gregorio, y a la vez, se molestó porque le avisaron tarde de su enfermedad.
En las exequias le expresó a un amigo sacerdote: “Este año le tocó a Pedro Luis, pero el próximo me tocará a mí”. Su hermana María Isolina había escuchado la lapidaria frase emitida por el galeno, y esto la conmovió profundamente, tanto así que vivía muy preocupada, pensando que en cualquier momento podría ocurrir lo inevitable.

Estudió medicina por recomendación de su padre

Otro de los episodios contados por la familia Gómez Sotelo, tiene que ver con la formación de JGH. Antes de marcharse a Caracas para proseguir con sus estudios universitarios, José Gregorio le confesó a su padre que quería estudiar derecho, pero Don Benigno lo hizo cambiar de opinión, y lo convenció de que estudiara medicina “para que ayudara a muchos de sus paisanos de Isnotú”. Durante los seis años que duraron sus estudios se destacó como un alumno brillante, de un gran talento, y se ganó el aprecio de todos sus profesores. Cultivó amistades duraderas de por vida, cosa natural en él por su forma de ser.
De todas sus amistades se destacó Santos Aníbal Dominici, quien fue para José Gregorio como un hermano y con quien compartió confidencias, estudios, inquietudes intelectuales y aspiraciones. La familia Dominici Otero lo acogió y lo trataba como a un hijo más; con ellos pasaba gratas veladas y tocaba música para las niñas de la casa.
Santos Aníbal se graduó de médico dos años después que José Gregorio. Compartieron siempre el gusto por aprender y compraban publicaciones para estar enterados de las novedades médicas en Europa. Se esforzaron en aprender inglés, francés y alemán.
¿Cómo fue la muerte del Doctor Hernández?
La señora Milagros Sotelo reveló en la conversación, que el doctor Hernández no le gustaba subirse a los carros, y que todas las diligencias las realizaba caminando. Su esposo añadió que “un día le regalaron una carroza de caballos y la obsequió”; además, detalló una anécdota ocurrida el día de la trágica muerte del Venerable.
“Era el 28 de junio de 1919, día en que se firmó el Tratado de Paz que pone fin a la Primera Guerra Mundial. El doctor Hernández, al siguiente día muy temprano, como era su costumbre asistió a misa. Esa mañana tuvo un diálogo con un amigo que le preguntó: ¿Qué le pasa doctor? ¿Por qué está tan contento?”
Ante la interrogante respondió alborozado: “¡Cómo no voy a estar contento, se ha firmado el Tratado de Paz! ¡La paz del mundo! ¿Tú sabes lo que eso significa para mí?”, contaba.
“Mira, te voy a hacer una confidencia. Yo he ofrecido mi vida en holocausto por la paz del mundo. Ahora solo falta… Una sonrisa alegre y presentida iluminó su semblante. El amigo tembló ante lo profético de su muerte. ¿Cómo podría explicarse que ese mismo día el doctor Hernández, muriera atropellado por un automóvil?”, narró Alfredo Gómez.
En efecto, ese 29 de junio de 1919, luego de examinar a una anciana enferma, fue a la farmacia a comprarle sus medicamentos. De regreso a casa de su paciente, fue golpeado por un vehículo que pasaba por la Esquina de Amadores, ubicada en la populosa zona de La Pastora, en el oeste de Caracas, quedando mortalmente herido, a causa del golpe que recibió en la base del cráneo, al caer de espalda sobre la acera, describe el investigador.
Acotó que a través de los años este accidente lo han narrado un gran número de biógrafos del doctor Hernández. “Pero las descripciones auténticas de cómo ocurrieron los hechos están recogidas en el expediente jurídico No. 32 que se abrió sobre el caso al señor Fernando Bustamante, de 24 años, quien conducía el automóvil por el lugar, y, por accidente le quitó la vida al insigne médico”, enfatizó.
Señaló que en una de las secciones del voluminoso expediente, el abogado defensor del señor Bustamante, doctor Pedro Manuel Arcaya, expuso que José Gregorio Hernández había sido observado por sus conciudadanos, como siempre, caminando por las calles de la ciudad concentrado en sus pensamientos.

DOCTOR HERNANDEZ
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Su forma de caminar era con la cabeza baja observando el suelo. Su estilo de andar por la calle no necesariamente revela que es una persona distraída, por lo que resulta simplista afirmar que eso causó el accidente”, dejó claro Gómez para Aleteia.
“También se sabe que el doctor Hernández aprovechaba el tiempo en sus desplazamientos para rezar el rosario y los laudes antes de llegar a su destino: visitar los enfermos o impartir sus clases”, agregó muy convencido.
Explicó que en este juicio se tomaron 13 declaraciones de los testigos presenciales del trágico suceso, y otros que no lo fueron, pero colaboraron con la absolución del señor Bustamante, de quien se comprobó su inocencia. “En el juicio se demostró con lujo de detalles, que José Gregorio queriendo atravesar la calle y adelantar el tranvía que en ese momento se estaba deteniendo, no ve el automóvil que lo impacta y tampoco lo oye. El ruido que ocasionaba el frenado del tranvía opacó el sonido del vehículo, contribuyendo al accidente”, reveló el biógrafo del Venerable médico de los pobres.
“El duro golpe le causó traumatismos a su cráneo, al impactar su cabeza sobre la orilla de la calzada del peatón. Botó sangre por la nariz y sus oídos. El chofer nervioso, salió de su auto y auxilió al médico moribundo. Lo subió en su coche, para lo cual contó con la ayuda de un pasajero del tranvía y fue llevado al Hospital Vargas para que fuera atendido. Al llegar al centro asistencial, se encontraron con que no había médicos, sino pasantes y enfermeras. Inmediatamente fueron a buscar al doctor Luis Razetti, amigo de José Gregorio, para que lo atendiera”, narró con lujo de detalles Alfredo Gómez.
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Tía María Luisa Hernández Manzaneda 
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 Fue vestido por la beata Madre Candelaria
Aquí viene un detalle que pasará a la historia de ser nombrado beato el doctor José Gregorio. “En el recinto hospitalario se encontraba hospitalizada la Madre Candelaria de San José”. Se trata de la segunda beata venezolana (27 de abril de 2008) fundadora de las Hermanas Carmelitas Venezolanas. “Ante la gritería de los pacientes al enterarse del accidente que sufrió el médico de los pobres, la religiosa fue a su encuentro”, dijo.
“La Madre Candelaria se arrodilló frente al cuerpo del insigne científico y pidió a Dios por su sanación”, añadió Gómez. “En esos instantes, El Venerable entregó su alma al Creador. Inmediatamente, la religiosa se abocó a colaborar en su vestimenta para sus exequias”.
Comentó que el Capellán del Hospital Vargas, presbítero Tomás García Pompa, le administró los Santos Óleos y le dio la absolución. Por su parte, el doctor Razetti se encargó de certificar su defunción. El cadáver le fue entregado a su familia para ser velado. El Inspector General de los Hospitales Civiles y otros médicos allí presentes pidieron permiso para embalsamar su cuerpo, y rendirle así los honores de tres días de capilla ardiente. Su hermano César después de haber agradecido el gesto de los que tanto amaban a José Gregorio, se opuso a ello, interpretando la voluntad del extinto médico que siempre fue en su vida tan ajeno a toda clase de honores.
“El lunes 30 de junio fue un día de duelo no decretado”, cuentan los esposos Gómez Sotelo. “De manera espontánea los comercios, oficinas, teatros, y demás establecimientos públicos se unieron en un cierre de 24 horas. A las 7 de la mañana, el arzobispo de Caracas, monseñor Felipe Rincón González ofició la misa de cuerpo presente ante la multitud allí reunida. El entierro fue todo un acontecimiento público que mantuvo paralizada a la ciudad capital. De la casa de su hermano José Benigno, el féretro fue trasladado hasta el paraninfo de la Universidad Central de Venezuela, donde luego de recibir honores, fue llevado por sus colegas y estudiantes hasta la Catedral.
Afuera, en la Plaza Bolívar de Caracas, se calculaba que había unas 30 mil personas congregadas. A las puertas de la Iglesia Metropolitana la gente pedía a gritos que los universitarios le entregaran el ataúd, al grito de ¡El doctor Hernández es Nuestro! Exigían ser ellos, el pueblo, quienes a hombros lo llevaran hasta su última morada, y así fue, cuando por fin sus restos llegaron al Cementerio General del Sur, a las nueve de la noche.

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