Experimentar
el “encuentro personal con Jesucristo” es un motivo de fortaleza para seguir
fiel en sus caminos, asumiendo el amor y la solidaridad con el prójimo
Ramón
Antonio Pérez // @GuardianCatolic
Guarenas, 19 de marzo de 2019
Hoy
quiero traer a estas páginas la experiencia que unas 80 personas vivieron los
días 16 y 17 de marzo, durante el retiro básico de la Renovación Carismática
Católica, en la diócesis de Guarenas, Venezuela. Asistí ante la “disponibilidad
de tiempo” que tenía y por esa “necesidad de fortalecer” mi fe ante algunas
adversidades vividas a lo largo del camino transitado, y por qué no, para
conocer nuevas experiencias.
“La
RCC es parte del avivamiento que experimentó la Iglesia a partir del Concilio
Vaticano II, con el papa san Juan XXIII al frente”, dijo María Araminta Ramos,
la primera ponente de este encuentro. En esta “corriente de gracia” que es como
los “carismáticos” llaman al movimiento inspirado en la efusión del Espíritu
Santo, muchas personas han experimentado su retorno a la fe cristiana y a la
iglesia.
“Nada
extraordinario”, dirán algunos. Pero no fue lo mismo para aquellos estudiantes
que hace 52 años, durante el fin de semana del 17 al 19 de febrero de 1967, en
la Universidad de Duquesne, en Pittsburgh, Estados Unidos, experimentaron el
cambio en sus vidas, recordó Araminta. “Allí rezaron para pedir el bautismo en
el Espíritu; algo que sopló vida y aliento al pueblo de Dios desde las primeras
comunidades cristianas”.
La
llegada del Espíritu Santo ocurrió por primera vez en Pentecostés. “Desde
entonces han ocurrido conversiones impactantes. Ejemplos de este seguimiento a
Jesucristo son los cambios en Saulo de Tarso, Santa María de Egipto y San
Francisco de Asís”, ratificaba luego el padre José Antonio Barrera Ruiz, el
asesor diocesano de la RCC.
La meta: apartarnos del pecado
“Convertirse”
es más que superar una dura realidad personal y temporal, señaló el sacerdote.
“El cambio significa convertirme de lo que me aparta de Dios: el egoísmo, la vida
mundana y libertina, la mentira, la autosuficiencia y el reconocimiento”. “Muchas
veces estos pecados se hacen cotidianos en la vida del hombre”, como algo normal.
Monseñor
Gustavo García Naranjo tendría la responsabilidad de concluir el retiro con una
misa en la catedral de Guarenas. “La
meta es apartarnos del pecado y seguir a Jesucristo”, decía con relación al
retiro y la Cuaresma.
Explicó el evangelio del día donde se narra la
“transfiguración” de Jesús, enseñando que “nosotros también debemos tener momentos de
oración y recogimiento en nuestra vida”.
“La
clave está en el apóstol san Pablo”, agregaba citando a Filipenses: “Nosotros,
en cambio, somos ciudadanos del cielo de donde esperamos como Salvador al Señor
Jesucristo, el cual transfigurará este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo
glorioso como el suyo, en virtud del poder que tiene de someter a sí todas las
cosas”.
Encuentro personal con Cristo
Efectivamente,
durante la mañana del segundo día del retiro, los asistentes experimentaron el
momento más crucial de sus vidas: su “encuentro personal con Jesucristo”. Un
día antes, escucharon hablar del perdón de Dios Padre al hombre; del inmenso
amor de Jesucristo; y de la fuerza que significa para la Iglesia y para cada
cristiano el Espíritu Santo, el Paráclito o Consolador.
Para
algunos, su encuentro con Cristo, ocurrió durante la imposición de manos y de
la intensa oración donde “reconocieron a Jesucristo como salvador”. El bautismo
del Espíritu Santo no se trata de un segundo bautismo, explicarían con
anterioridad. “No se trata de volver a nacer de la madre. Es el momento de
entender la grandeza de ser y llamarse ‘cristianos’. Es entender que la
misericordia de Dios nos alcanza sin importar lo que hayamos sido en la vida.
Los
organizadores invitaron a sentarse en seis sillas dispuestas delante de la
asamblea. Detrás, una fila de personas esperaba a que oraran por ellas. Algunos
que iban por primera vez, eran los más sensibles. Otros, los más experimentados
en el camino de la renovación carismática, también querían mantener sus fuerzas
y seguir adelante.
El
padre José Antonio giraba instrucciones a las mujeres que le ayudaban y al coro
para que mantuviera el ambiente con inspiradoras canciones. “No se asusten si
sienten algo distinto a lo normal o si no sienten nada. El Espíritu Santo
estará trabajando en silencia sobre cada uno de Ustedes”, decía con
anterioridad en sus enseñanzas.
Llegado
el momento de la imposición de manos y de la oración intensa, algunos lloraron,
otros rieron, “hablaron en lengua” o emitían sonidos extraños, cantaban o enraban
en un profundo sueño que los carismáticos llaman: ”descanso en el Espíritu”.
No
hubo sobresaltos ni expresiones corporales al estilo de las creencias “tele cristianas”.
Sus cuerpos palpitaban aceleradamente pero se mantenían en sus asientos mientras
las “servidoras carismáticas” les colocaban las manos sobre el pecho, en
cabezas y los hombros. Estas les susurraban que Jesús los amaba y estaban
llamados a servirle.
Llorando de felicidad
Al
finalizar algunas jóvenes relataron su experiencia relató: “Inexplicablemente entré
en un profundo sueño y aunque estaba consciente de que ya habían terminado de
orar sobre mí, sentía que no me podía levantar de la silla”. A otra le dio un
deseo intenso de llorar, aunque internamente se sentía alegre. “Me siento como
libre y ligera, con una inmensa alegría y muchas ganas de amar”, repetía desde
el micrófono dispuesto para escucharlas.
Salvador
León Espejo, uno de los coordinadores explicaba que este “es un momento
especial en el arrepentimiento de nuestros pecados. En la misericordia de Dios
podemos renovar nuestra vida”. José Antonio, por su parte, motivó a recibir el
sacramento de la Confesión en esta Cuaresma para que “en nombre de Dios, el
sacerdote te diga: tus pecados te quedan perdonados”. “La conversión supone renacer de nuevo”,
acotó.
La
experiencia de este retiro ratificó que en “el encuentro personal con
Jesucristo” es un momento sublime en el “que reconoces que sin Dios no eres
nada”, más en esta época de Cuaresma cuando el llamado es a la conversión.
Quienes tuvieron esta primera experiencia jamás la olvidarán y los que la habían
vivido ratificaron que “experimentar ese encuentro con el Señor”, es una
fortaleza para mantenerse fieles y en su camino.
“Fue
el primer anuncio del Kerigma de Jesucristo y por eso le damos gracias a Dios”,
señalaba con alegría el padre José Antonio Barrera al culminar el retiro.
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