El
Papa Francisco ha querido que el tema para la jornada de 2016 sea:
“Comunicación y Misericordia: un encuentro fecundo”
Ramón Antonio
Pérez // @GuardianCatolic
Nota de Prensa CEV
“Lo
que decimos y cómo lo decimos, cada palabra y cada gesto debería expresar la
compasión, la ternura y el perdón de Dios para con todos”, señala el
texto del mensaje del Papa Francisco con motivo de la 50° jornada mundial de
las comunicaciones sociales, celebración a la que la iglesia de Venezuela se
sumará con un conjunto de actividades el venidero 8 de mayo.
Una nota de
prensa de la Conferencia Episcopal Venezolana, indica que el próximo domingo 8
de mayo, día de la Ascensión del Señor, “las arquidiócesis y diócesis de
Venezuela se unen a la celebración de la 50º Jornada Mundial de las
Comunicaciones Sociales 2016, cuyo tema este año es “Comunicación y Misericordia:
un encuentro fecundo”.
La CEV explica que esta “Jornada Mundial de la Comunicación Social se viene celebrando
en la Iglesia desde 1967 y fue instituida por expresa voluntad del Concilio Vaticano II”. De igual manera indica que se “celebra
en numerosos países, por recomendación de los obispos del mundo (Inter
Mirífica, Art. 18; Instrucción Pastoral Comunión y Progreso Nos. 100 y 167).),
el domingo anterior a la fiesta de Pentecostés”.
El Mensaje del Santo Padre con
motivo de esta jornada se publica tradicionalmente con ocasión de la festividad
de San Francisco de Sales, patrono de los periodistas, cada 24 de enero, siendo
el tema de este año: “Comunicación y Misericordia: un encuentro fecundo”.
Entre los contenidos resalta que
“es
característico del lenguaje y de las acciones de la Iglesia transmitir
misericordia, para tocar el corazón de las personas y sostenerlas en el
camino hacia la plenitud de la vida, que Jesucristo enviado por el Padre ha
venido a traer a todos”.
El departamento de medios de la CEV ha dispuesto un conjunto de sonidos y dispositivas alusivas al mensaje del Papa Francisco para esta jornada y ha invitado a sumarse con la etiqueta #ComMisericordia50 que ha sido propuesto desde Roma "y a la cual nos unimos gratamente para estar en puentes de comunión", según la nota de prensa difundida.
El departamento de medios de la CEV ha dispuesto un conjunto de sonidos y dispositivas alusivas al mensaje del Papa Francisco para esta jornada y ha invitado a sumarse con la etiqueta #ComMisericordia50 que ha sido propuesto desde Roma "y a la cual nos unimos gratamente para estar en puentes de comunión", según la nota de prensa difundida.
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Comunicación
y Misericordia: un encuentro fecundo
Queridos
hermanos y hermanas:
El Año
Santo de la Misericordia nos invita a reflexionar sobre la relación entre la
comunicación y la misericordia. En efecto, la Iglesia, unida a Cristo,
encarnación viva de Dios Misericordioso, está llamada a vivir la misericordia
como rasgo distintivo de todo su ser y actuar. Lo que decimos y cómo lo
decimos, cada palabra y cada gesto debería expresar la compasión, la ternura y
el perdón de Dios para con todos. El amor, por su naturaleza, es comunicación,
lleva a la apertura, no al aislamiento. Y si nuestro corazón y nuestros gestos
están animados por la caridad, por el amor divino, nuestra comunicación será
portadora de la fuerza de Dios.
Como hijos
de Dios estamos llamados a comunicar con todos, sin exclusión. En particular,
es característico del lenguaje y de las acciones de la Iglesia transmitir
misericordia, para tocar el corazón de las personas y sostenerlas en el camino
hacia la plenitud de la vida, que Jesucristo, enviado por el Padre, ha venido a
traer a todos. Se trata de acoger en nosotros y de difundir a nuestro alrededor
el calor de la Iglesia Madre, de modo que Jesús sea conocido y amado, ese calor
que da contenido a las palabras de la fe y que enciende, en la predicación y en
el testimonio, la «chispa» que los hace vivos.
La
comunicación tiene el poder de crear puentes, de favorecer el encuentro y la
inclusión, enriqueciendo de este modo la sociedad. Es hermoso ver personas
que se afanan en elegir con cuidado las palabras y los gestos para superar las
incomprensiones, curar la memoria herida y construir paz y armonía. Las
palabras pueden construir puentes entre las personas, las familias, los grupos
sociales y los pueblos. Y esto es posible tanto en el mundo físico como en el
digital. Por tanto, que las palabras y las acciones sean apropiadas para
ayudarnos a salir de los círculos viciosos de las condenas y las venganzas, que
siguen enmarañando a individuos y naciones, y que llevan a expresarse con
mensajes de odio. La palabra del cristiano, sin embargo, se propone hacer
crecer la comunión e, incluso cuando debe condenar con firmeza el mal, trata de
no romper nunca la relación y la comunicación.
Quisiera,
por tanto, invitar a las personas de buena voluntad a descubrir el poder de la
misericordia de sanar las relaciones dañadas y de volver a llevar paz y armonía
a las familias y a las comunidades. Todos sabemos en qué modo las viejas
heridas y los resentimientos que arrastramos pueden atrapar a las personas e
impedirles comunicarse y reconciliarse.
Esto vale también para las relaciones entre los pueblos. En todos estos casos la misericordia es capaz de activar un nuevo modo de hablar y dialogar, como tan elocuentemente expresó Shakespeare: «La misericordia no es obligatoria, cae como la dulce lluvia del cielo sobre la tierra que está bajo ella. Es una doble bendición: bendice al que la concede y al que la recibe» (El mercader de Venecia, Acto IV, Escena I).
Esto vale también para las relaciones entre los pueblos. En todos estos casos la misericordia es capaz de activar un nuevo modo de hablar y dialogar, como tan elocuentemente expresó Shakespeare: «La misericordia no es obligatoria, cae como la dulce lluvia del cielo sobre la tierra que está bajo ella. Es una doble bendición: bendice al que la concede y al que la recibe» (El mercader de Venecia, Acto IV, Escena I).
Es
deseable que también el lenguaje de la política y de la diplomacia se deje
inspirar por la misericordia, que nunca da nada por perdido. Hago un
llamamiento sobre todo a cuantos tienen responsabilidades institucionales,
políticas y de formar la opinión pública, a que estén siempre atentos al modo
de expresase cuando se refieren a quien piensa o actúa de forma distinta, o a
quienes han cometido errores. Es fácil ceder a la tentación de aprovechar estas
situaciones y alimentar de ese modo las llamas de la desconfianza, del miedo,
del odio.
Se necesita, sin embargo, valentía para orientar a las personas hacia procesos de reconciliación. Y es precisamente esa audacia positiva y creativa la que ofrece verdaderas soluciones a antiguos conflictos así como la oportunidad de realizar una paz duradera. «Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. […] Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios» (Mt 5,7.9).
Se necesita, sin embargo, valentía para orientar a las personas hacia procesos de reconciliación. Y es precisamente esa audacia positiva y creativa la que ofrece verdaderas soluciones a antiguos conflictos así como la oportunidad de realizar una paz duradera. «Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. […] Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios» (Mt 5,7.9).
Cómo
desearía que nuestro modo de comunicar, y también nuestro servicio de pastores
de la Iglesia, nunca expresara el orgullo soberbio del triunfo sobre el
enemigo, ni humillara a quienes la mentalidad del mundo considera perdedores y
material de desecho. La misericordia puede ayudar a mitigar las adversidades de
la vida y a ofrecer calor a quienes han conocido sólo la frialdad del juicio.
Que el estilo de nuestra comunicación sea tal, que supere la lógica que separa
netamente los pecadores de los justos. Nosotros podemos y debemos juzgar
situaciones de pecado –violencia, corrupción, explotación, etc.–, pero no
podemos juzgar a las personas, porque sólo Dios puede leer en profundidad sus
corazones. Nuestra tarea es amonestar a quien se equivoca, denunciando la
maldad y la injusticia de ciertos comportamientos, con el fin de liberar a las
víctimas y de levantar al caído. El evangelio de Juan nos recuerda que «la
verdad os hará libres» (Jn 8,32).
Esta verdad es, en definitiva, Cristo mismo, cuya dulce misericordia es el
modelo para nuestro modo de anunciar la verdad y condenar la injusticia.
Nuestra primordial tarea es afirmar la verdad con amor (cf. Ef 4,15). Sólo palabras pronunciadas
con amor y acompañadas de mansedumbre y misericordia tocan los corazones
de quienes somos pecadores. Palabras y gestos duros y moralistas corren el
riesgo hundir más a quienes querríamos conducir a la conversión y a la
libertad, reforzando su sentido de negación y de defensa.
Algunos
piensan que una visión de la sociedad enraizada en la misericordia es
injustificadamente idealista o excesivamente indulgente. Pero probemos a
reflexionar sobre nuestras primeras experiencias de relación en el seno de la
familia. Los padres nos han amado y apreciado más por lo que somos que por
nuestras capacidades y nuestros éxitos. Los padres quieren naturalmente lo
mejor para sus propios hijos, pero su amor nunca está condicionado por el
alcance de los objetivos. La casa paterna es el lugar donde siempre eres
acogido (cf. Lc 15,11-32). Quisiera alentar a
todos a pensar en la sociedad humana, no como un espacio en el que los extraños
compiten y buscan prevalecer, sino más bien como una casa o una familia, donde
la puerta está siempre abierta y en la que sus miembros se acogen mutuamente.
Para esto
es fundamental escuchar. Comunicar significa compartir, y para compartir se
necesita escuchar, acoger. Escuchar es mucho más que oír. Oír hace referencia
al ámbito de la información; escuchar, sin embargo, evoca la comunicación, y
necesita cercanía. La escucha nos permite asumir la actitud justa, dejando
atrás la tranquila condición de espectadores, usuarios, consumidores. Escuchar
significa también ser capaces de compartir preguntas y dudas, de recorrer un
camino al lado del otro, de liberarse de cualquier presunción de omnipotencia y
de poner humildemente las propias capacidades y los propios dones al servicio
del bien común.
Escuchar
nunca es fácil. A veces es más cómodo fingir ser sordos. Escuchar significa
prestar atención, tener deseo de comprender, de valorar, respetar, custodiar la
palabra del otro. En la escucha se origina una especie de martirio, un
sacrificio de sí mismo en el que se renueva el gesto realizado por Moisés ante la
zarza ardiente: quitarse las sandalias en el «terreno sagrado» del encuentro
con el otro que me habla (cf. Ex 3,5). Saber escuchar es una gracia
inmensa, es un don que se ha de pedir para poder después ejercitarse
practicándolo.
También los correos electrónicos, los mensajes de texto, las redes sociales, los foros pueden ser formas de comunicación plenamente humanas. No es la tecnología la que determina si la comunicación es auténtica o no, sino el corazón del hombre y su capacidad para usar bien los medios a su disposición. Las redes sociales son capaces de favorecer las relaciones y de promover el bien de la sociedad, pero también pueden conducir a una ulterior polarización y división entre las personas y los grupos. El entorno digital es una plaza, un lugar de encuentro, donde se puede acariciar o herir, tener una provechosa discusión o un linchamiento moral. Pido que el Año Jubilar vivido en la misericordia «nos haga más abiertos al diálogo para conocernos y comprendernos mejor; elimine toda forma de cerrazón y desprecio, y aleje cualquier forma de violencia y de discriminación» (Misericordiae vultus, 23). También en red se construye una verdadera ciudadanía. El acceso a las redes digitales lleva consigo una responsabilidad por el otro, que no vemos pero que es real, tiene una dignidad que debe ser respetada. La red puede ser bien utilizada para hacer crecer una sociedad sana y abierta a la puesta en común.
La
comunicación, sus lugares y sus instrumentos han traído consigo un alargamiento
de los horizontes para muchas personas. Esto es un don de Dios, y es también
una gran responsabilidad. Me gusta definir este poder de la comunicación como
«proximidad». El encuentro entre la comunicación y la misericordia es fecundo
en la medida en que genera una proximidad que se hace cargo, consuela, cura,
acompaña y celebra. En un mundo dividido, fragmentado, polarizado, comunicar
con misericordia significa contribuir a la buena, libre y solidaria cercanía
entre los hijos de Dios y los hermanos en humanidad.
Vaticano,
24 de enero de 2016
Francisco
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