Aunque estos fueron los
temas presentes en las personas que estuvieron atentas a sus discusiones y
resultados, solo reconocen haber reflexionado sobre los divorciados. Una frase: " Cristo quiso que su Iglesia sea una casa con la puerta siempre abierta, recibiendo a todos sin excluir a nadie", debe ser un buen síntoma de lo que definitivamente se apruebe.
Ramón Antonio Pérez
@GuardianCatolic
Ciudad del Vaticano, 18 de octubre de 2014.- La Oficina de Prensa de la
Santa Sede fue el lugar escogido para dar a conocer el Mensaje de la III
Asamblea Extraordinaria del Sínodo de los Obispos dedicada a “Los
desafíos pastorales de la familia en el contexto de la evangelización”, realizado
en El Vaticano del 5 al 19 de octubre.
En la presentación del
Mensaje del Sínodo han intervenido los cardenales Raymundo Damasceno Assis, arzobispo
de Aparecida (Brasil), Presidente delegado; Gianfranco Ravasi, Presidente del
Pontificio Consejo para la Cultura, Presidente de la Comisión para el Mensaje y
Oswald Gracias, arzobispo de Bombay (India), según ha difundido el Servicio Informativo
del Vaticano (VIS, por sus siglas en inglés).
Tras las primeras lecturas
del mensaje, los “expertos” no coinciden tanto en los puntos de vista ni en las
aportaciones hechas por los padres sinodales en algunos de los temas vinculados
a la familia. El portal InfoCatólica
resalta que no se habla de la comunión de divorciados vueltos a casar, que era
uno de los puntos más álgidos para la prensa antes del sínodo. Momentos previos
el portal dio a conocer una declaraciones del delegado ortodoxo en el Sínodo Hilarion de Volokolamsk,
quien estimó que sobre las uniones homosexuales que “la Iglesia no puede traicionar
la verdad”.
Entretanto, otro portal de
habla española: Periodista
Digital Religión, sí considera que el mensaje final del Sínodo confirma el
camino abierto para el acceso a la comunión de los divorciados vueltos a casar.
La línea de este portal más liberal valoraba en todos su trabajos una postura
más abierta de la Iglesia para estos temas tan candentes.
Por su parte, Aleteia ha indicado
que “luego de dos intensas semanas de sesiones en presencia de Francisco, en
las cuales los Padres Sinodales han analizado los desafíos pastorales de la
familia en el contexto de la nueva evangelización, los prelados manifiestan
admiración y gratitud a las familias por el testimonio cotidiano que ofrecen a
la Iglesia y al mundo, recorriendo muchas veces un camino lleno de
contrariedades”.
Este portal de la Iglesia
que elabora contenidos en 6 idiomas, resalta del mensaje que “Cristo
quiso que su Iglesia sea una casa con la puerta siempre abierta durante este
camino”, afirman que “nosotros, pastores de la Iglesia, también
nacimos y crecimos en familias con las más diversas historias y desafíos. Como
sacerdotes y obispos nos encontramos y vivimos junto a familias que, con sus
palabras y sus acciones, nos mostraron una larga serie de esplendores y también
de dificultades”.
En fin, variedad y riqueza de interpretación dentro de la Iglesia.
No obstante, el
mensaje final permite conocer que en relación a los divorciados vueltos a
casar, el mensaje simplemente constata que los obispos han “reflexionado sobre el acompañamiento pastoral y sobre el acceso a los
sacramentos” de dichos fieles. Allí, sencillamente, como muchos esperaban no se menciona
a los homosexuales, aunque a consideración
del Papa Francisco durante el Sínodo: “Cristo quiso que su Iglesia sea una casa con
la puerta siempre abierta, recibiendo a todos sin excluir a nadie”.
En todo caso, el Sínodo
sigue adelante “con la reflexión sobre la comunión a los divorciados vueltos a
casar y al reconocimiento de las uniones no conyugales, mientras que desaparece
del mensaje cualquier referencia a los homosexuales y se potencia la belleza
del matrimonio canónico”. Concluye entonces la primera etapa de reflexión todavía
con muchos caminos no despejados. Según el Padre Federico Lombardi, se estimó
una decisión de 158 votos a favor de 174 votos, de 191 posibles.
Texto Completo Enviado Por VIS
«Los Padres Sinodales,
reunidos en Roma junto al Papa Francisco en la Asamblea Extraordinaria del
Sínodo de los Obispos, nos dirigimos a todas las familias de los distintos
continentes y en particular a aquellas que siguen a Cristo, que es camino,
verdad y vida. Manifestamos nuestra admiración y gratitud por el testimonio
cotidiano que ofrecen a la Iglesia y al mundo con su fidelidad, su fe, su
esperanza y su amor.
Nosotros, pastores de la
Iglesia, también nacimos y crecimos en familias con las más diversas historias
y desafíos. Como sacerdotes y obispos nos encontramos y vivimos junto a
familias que, con sus palabras y sus acciones, nos mostraron una larga serie de
esplendores y también de dificultades.
La misma preparación de esta
asamblea sinodal, a partir de las respuestas al cuestionario enviado a las
Iglesias de todo el mundo, nos permitió escuchar la voz de tantas experiencias
familiares. Después, nuestro diálogo durante los días del Sínodo nos ha
enriquecido recíprocamente, ayudándonos a contemplar toda la realidad viva y
compleja de las familias.
Queremos presentarles las
palabras de Cristo: «Yo estoy ante la puerta y llamo, Si alguno escucha mi voz
y me abre la puerta, entraré y cenaré con él y él conmigo». Como lo hacía
durante sus recorridos por los caminos de la Tierra Santa, entrando en las
casas de los pueblos, Jesús sigue pasando hoy por las calles de nuestras
ciudades. En sus casas se viven a menudo luces y sombras, desafíos emocionantes
y a veces también pruebas dramáticas. La oscuridad se vuelve más densa, hasta
convertirse en tinieblas, cundo se insinúan el el mal y el pecado en el corazón
mismo de la familia.
Ante todo, está el desafío
de la fidelidad en el amor conyugal. La vida familiar suele estar marcada por
el debilitamiento de la fe y de los valores, el individualismo, el
empobrecimiento de las relaciones, el stress de una ansiedad que descuida la
reflexión serena. Se asiste así a no pocas crisis matrimoniales, que se
afrontan de un modo superficial y sin la valentía de la paciencia, del diálogo
sincero, del perdón recíproco, de la reconciliación y también del sacrificio.
Los fracasos dan origen a nuevas relaciones, nuevas parejas, nuevas uniones y
nuevos matrimonios, creando situaciones familiares complejas y problemáticas
para la opción cristiana.
Entre tantos desafíos
queremos evocar el cansancio de la propia existencia. Pensamos en el
sufrimiento de un hijo con capacidades especiales, en una enfermedad grave, en
el deterioro neurológico de la vejez, en la muerte de un ser querido. Es
admirable la fidelidad generosa de tantas familias que viven estas pruebas con
fortaleza, fe y amor, considerándolas no como algo que se les impone, sino como
un don que reciben y entregan, descubriendo a Cristo sufriente en esos cuerpos
frágiles.
Pensamos en las dificultades
económicas causadas por sistemas perversos, originados «en el fetichismo del
dinero y en la dictadura de una economía sin rostro y sin un objetivo
verdaderamente humano», que humilla la dignidad de las personas. Pensamos en el
padre o en la madre sin trabajo, impotentes frente a las necesidades aun
primarias de su familia, o en los jóvenes que transcurren días vacíos, sin
esperanza, y así pueden ser presa de la droga o de la criminalidad.
Pensamos también en la
multitud de familias pobres, en las que se aferran a una barca para poder
sobrevivir, en las familias prófugas que migran sin esperanza por los
desiertos, en las que son perseguidas simplemente por su fe o por sus valores
espirituales y humanos, en las que son golpeadas por la brutalidad de las
guerras y de distintas opresiones. Pensamos también en las mujeres que sufren
violencia, y son sometidas al aprovechamiento, en la trata de personas, en los
niños y jóvenes víctimas de abusos también de parte de aquellos que debían
cuidarlos y hacerlos crecer en la confianza, y en los miembros de tantas
familias humilladas y en dificultad. Mientras tanto, «la cultura del bienestar
nos anestesia y […] todas estas vidas truncadas por la falta de posibilidades
nos parecen un mero espectáculo que de ninguna manera nos altera». Reclamamos a
los gobiernos y a las organizaciones internacionales que promuevan los derechos
de la familia para el bien común.
Cristo quiso que su Iglesia
sea una casa con la puerta siempre abierta, recibiendo a todos sin excluir a
nadie. Agradecemos a los pastores, a los fieles y a las comunidades dispuestos
a acompañar y a hacerse cargo de las heridas interiores y sociales de los
matrimonios y de las familias.
También está la luz que
resplandece al atardecer detrás de las ventanas en los hogares de las ciudades,
en las modestas casas de las periferias o en los pueblos, y aún en viviendas
muy precarias. Brilla y calienta cuerpos y almas. Esta luz, en el compromiso
nupcial de los cónyuges, se enciende con el encuentro: es un don, una gracia
que se expresa –como dice el Génesis– cuando los dos rostros están frente a
frente, en una »ayuda adecuada«, es decir semejante y recíproca. El amor del
hombre y de la mujer nos enseña que cada uno necesita al otro para llegar a ser
él mismo, aunque se mantiene distinto del otro en su identidad, que se abre y
se revela en el mutuo don. Es lo que expresa de manera sugerente la mujer del
Cantar de los Cantares: «Mi amado es mío y yo soy suya… Yo soy de mi amado y él
es mío».
El itinerario, para que este
encuentro sea auténtico, comienza en el noviazgo, tiempo de la espera y de la
preparación. Se realiza en plenitud en el sacramento del matrimonio, donde Dios
pone su sello, su presencia y su gracia. Este camino conoce también la
sexualidad, la ternura y la belleza, que perduran aun más allá del vigor y de
la frescura juvenil. El amor tiende por su propia naturaleza a ser para
siempre, hasta dar la vida por la persona amada. Bajo esta luz, el amor
conyugal, único e indisoluble, persiste a pesar de las múltiples dificultades
del límite humano, y es uno de los milagros más bellos, aunque también es el
más común.
Este amor se difunde
naturalmente a través de la fecundidad y la generatividad, que no es sólo la
procreación, sino también el don de la vida divina en el bautismo, la educación
y la catequesis de los hijos. Es también capacidad de ofrecer vida, afecto,
valores, una experiencia posible también para quienes no pueden tener hijos.
Las familias que viven esta aventura luminosa se convierten en un testimonio
para todos, en particular para los jóvenes.
Durante este camino, que a
veces es un sendero de montaña, con cansancios y caídas, siempre está la presencia
y la compañía de Dios. La familia lo experimenta en el afecto y en el diálogo
entre marido y mujer, entre padres e hijos, entre hermanos y hermanas. Además
lo vive cuando se reúne para escuchar la Palabra de Dios y para orar juntos, en
un pequeño oasis del espíritu que se puede crear por un momento cada día.
También está el empeño cotidiano de la educación en la fe y en la vida buena y
bella del Evangelio, en la santidad. Esta misión es frecuentemente compartida y
ejercitada por los abuelos y las abuelas con gran afecto y dedicación. Así la
familia se presenta como una auténtica Iglesia doméstica, que se amplía a esa
familia de familias que es la comunidad eclesial. Por otra parte, los cónyuges
cristianos son llamados a convertirse en maestros de la fe y del amor para los
matrimonios jóvenes.
Hay otra expresión de la
comunión fraterna, y es la de la caridad, la entrega, la cercanía a los
últimos, a los marginados, a los pobres, a las personas solas, enfermas,
extrajeras, a las familias en crisis, conscientes de las palabras del Señor:
«Hay más alegría en dar que en recibir». Es una entrega de bienes, de compañía,
de amor y de misericordia, y también un testimonio de verdad, de luz, de
sentido de la vida.
La cima que recoge y unifica
todos los hilos de la comunión con Dios y con el prójimo es la Eucaristía
dominical, cuando con toda la Iglesia la familia se sienta a la mesa con el
Señor. Él se entrega a todos nosotros, peregrinos en la historia hacia la meta
del encuentro último, cuando Cristo «será todo en todos». Por eso, en la
primera etapa de nuestro camino sinodal, hemos reflexionado sobre el
acompañamiento pastoral y sobre el acceso a los sacramentos de los divorciados
en nueva unión.
Nosotros, los Padres
Sinodales, pedimos que caminen con nosotros hacia el próximo Sínodo. Entre
ustedes late la presencia de la familia de Jesús, María y José en su modesta
casa. También nosotros, uniéndonos a la familia de Nazaret, elevamos al Padre
de todos nuestra invocación por las familias de la tierra:
Padre, regala a todas las
familias la presencia de esposos fuertes y sabios, que sean manantial de una
familia libre y unida.
Padre, da a los padres una
casa para vivir en paz con su familia.
Padre, concede a los hijos
que sean signos de confianza y de esperanza y a jóvenes el coraje del
compromiso estable y fiel.
Padre, ayuda a todos a poder
ganar el pan con sus propias manos, a gustar la serenidad del espíritu y a
mantener viva la llama de la fe también en tiempos de oscuridad.
Padre, danos la alegría de
ver florecer una Iglesia cada vez más fiel y creíble, una ciudad justa y
humana, un mundo que ame la verdad, la justicia y la misericordia».
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