“SE HIZO POBRE PARA
ENRIQUECERNOS CON SU POBREZA”
Es el título del Mensaje del
Santo Padre para la Cuaresma de 2014, correspondiendo a una cita de la Segunda
Carta de San Pablo a los Corintios en la que el apóstol los alienta a mostrar
su generosidad ayudando a los hermanos de Jerusalén que están atravesando
dificultades. En el mensaje se explican conceptos fundamentales relativos a la
pobreza material, moral y espiritual.
Ramón Antonio Pérez
@GuardianCatolic
Con Información de VIS
Ciudad del Vaticano, 4 febrero 2014.- El Cardenal Robert Sarah, Presidente del Pontificio Consejo “Cor Unum”, desde la Oficina de Prensa de la Santa Sede dio a
conocer el Mensaje del Santo Padre para la Cuaresma de 2014, fundamentado en la pobreza como eje central en la vida de los cristianos; acompañado por los Monseñores Giampietro Dal Toso y Segundo Tejado Muñoz,
respectivamente, secretario y subsecretario del mismo dicasterio, y del
matrimonio formado por Davide Dotta y Anna Zumbo, misioneros en Haití.
Antes de la presentación el
Presidente de Cor Unum anunció que visitará nuevamente Haití en el mes de
marzo, para inaugurar una escuela financiada en nombre del Papa como signo de
su cercanía a la población haitiana, que no se recupera del terremoto que en
2010 causó más de 220.000 muertos y afectó a tres millones de personas.
El Cardenal explicó que el
texto del mensaje del Papa para la Cuaresma de este año se centra en la pobreza
y en la pobreza de Cristo en particular; un concepto muy apreciado por el Papa
Francisco, que desde el inicio de su pontificado ha puesto de relieve esta
dimensión de la vida cristiana.
“Ciertamente, la visión
cristiana de la pobreza no es la misma que rige el sentimiento común. Demasiado
a menudo se considera la pobreza simplemente en su dimensión sociológica y se
entiende como una falta de bienes”, dijo.
“Por otra parte, se recurre
a menudo al concepto de ´Iglesia pobre para los pobres´ como una forma de
contestación a la Iglesia, oponiendo a una Iglesia de los pobres, una Iglesia
buena...a una Iglesia de la predicación y de la verdad, dedicada a la oración y
a la defensa de la doctrina y de la moral”, agregó durante la rueda de prensa.
“La primera referencia para
que un cristiano entienda la pobreza es Cristo que se hizo pobre para
enriquecernos con su pobreza... La elección de la pobreza por parte de Cristo
nos dice que hay una dimensión positiva de la pobreza, que también resuena en
el Evangelio, que proclama bienaventurados a los pobres. Es obvio que en esta
dimensión de la pobreza hay un aspecto de despojo y renuncia. Pero es posible
porque la verdadera riqueza de Jesús es su ser Hijo... “No pensemos en
tranquilizar nuestras conciencias burguesas denunciando la falta de bienes o la
pobreza como un sistema... El mensaje de la Cuaresma que hoy presentamos hace
una distinción importante entre la pobreza y la miseria. No es la pobreza, que
es una actitud evangélica, sino la miseria la que queremos combatir.
Refirió que el “Santo Padre
en su discurso enumera tres tipos de miseria: la material, la moral y la
espiritual. La primera “afecta a cuantos viven en condiciones indignas de la
persona humana”... Frente a esta miseria, la Iglesia ofrece su servicio, su
diaconía, para salir al encuentro de las necesidades y sanar las heridas que
desfiguran el rostro de la humanidad. La miseria moral consiste en convertirse
en esclavos del vicio y el pecado. Esta forma de miseria que es también causa
de ruina económica, se relaciona siempre con la miseria espiritual que hace presa
en nosotros cuando nos alejamos de Dios y rechazamos su amor”.
“Creo que esta visión muy
amplia de la pobreza, de la miseria, y, en consecuencia de la ayuda que la
Iglesia ofrece a los hombres, contribuya también a dar una visión más completa
de quien es el ser humano y cuáles son sus necesidades, sin caer en una visión
antropológica reductiva que pretende resolver los problemas de la persona sólo
porque ha resuelto los problemas de su bienestar físico y material”.
El presidente de Cor Unum,
ha recordado a este propósito que en la exhortación apostólica Evangelii
Gaudium, el Papa Francisco escribía que la opción preferencial por los pobres
debería traducirse principalmente en una atención religiosa privilegiada y
prioritaria. Es -ha afirmado- un concepto fundamental “para no transformar la
Iglesia en una de esas ONGs de las que habló en su primera Misa como Papa los
cardenales. ¡Ay de nosotros si nuestros mirada a los necesitados prescindiera
de la miseria espiritual que a menudo se esconde en el corazón del hombre y lo
hace sufrir profundamente, aunque posea bienes materiales!...
Pero si queremos comprender
plenamente el mensaje del Papa “debemos declinarlo en su valencia
antropológica. El hombre es por naturaleza hijo de Dios ¡Esta es su riqueza! La
gran culpa de la cultura moderna es haber pensado en un hombre feliz sin Dios,
negando lo más profundo de la persona, que es su vínculo existencial con un
Padre que le da la vida ...Así como es un delito privar al pobre de la
presencia de Dios, también lo es considerar al hombre y hacerle vivir como si
Dios no existiera, y por lo tanto negar su ser criatura y, así, su profunda
pertenencia, la filiación del hombre con Dios...Por eso, ayudar al desarrollo
no debe traducirse en crear nuevas necesidades, sino en tomar en serio lo que
es la persona”.
Cabe resaltar que el
documento está fechado el 26 de diciembre, festividad de San Esteban
Protomártir, el Papa se interroga sobre el significado de la invitación a la
pobreza evangélica de San Pablo en nuestros días.
Ofrecemos a continuación el
texto completo del Mensaje.
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Mensaje del Papa Francisco para la Cuaresma de 2014
“SE HIZO POBRE PARA ENRIQUECERNOS CON SU POBREZA”
Con ocasión de la Cuaresma
os propongo algunas reflexiones, a fin de que os sirvan para el camino personal
y comunitario de conversión. Comienzo recordando las palabras de san Pablo:
“Pues conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, se
hizo pobre por vosotros para enriqueceros con su pobreza”. El Apóstol se dirige
a los cristianos de Corinto para alentarlos a ser generosos y ayudar a los
fieles de Jerusalén que pasan necesidad. ¿Qué nos dicen, a los cristianos de
hoy, estas palabras de san Pablo? ¿Qué nos dice hoy, a nosotros, la invitación
a la pobreza, a una vida pobre en sentido evangélico?
La gracia de Cristo
Ante todo, nos dicen cuál es
el estilo de Dios. Dios no se revela mediante el poder y la riqueza del mundo,
sino mediante la debilidad y la pobreza: “Siendo rico, se hizo pobre por vosotros…".
Cristo, el Hijo eterno de Dios, igual al Padre en poder y gloria, se hizo
pobre; descendió en medio de nosotros, se acercó a cada uno de nosotros; se
desnudó, se “vació”, para ser en todo semejante a nosotros. ¡Qué gran misterio
la encarnación de Dios! La razón de todo esto es el amor divino, un amor que es
gracia, generosidad, deseo de proximidad, y que no duda en darse y sacrificarse
por las criaturas a las que ama. La caridad, el amor es compartir en todo la
suerte del amado. El amor nos hace semejantes, crea igualdad, derriba los muros
y las distancias. Y Dios hizo esto con nosotros. Jesús, en efecto, “trabajó con
manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre,
amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente
uno de nosotros, en todo semejante a nosotros excepto en el pecado".
La finalidad de Jesús al
hacerse pobre no es la pobreza en sí misma, sino —dice san Pablo—"...para
enriqueceros con su pobreza". No se trata de un juego de palabras ni de
una expresión para causar sensación. Al contrario, es una síntesis de la lógica
de Dios, la lógica del amor, la lógica de la Encarnación y la Cruz. Dios no
hizo caer sobre nosotros la salvación desde lo alto, como la limosna de quien
da parte de lo que para él es superfluo con aparente piedad filantrópica. ¡El
amor de Cristo no es esto! Cuando Jesús entra en las aguas del Jordán y se hace
bautizar por Juan el Bautista, no lo hace porque necesita penitencia,
conversión; lo hace para estar en medio de la gente, necesitada de perdón,
entre nosotros, pecadores, y cargar con el peso de nuestros pecados. Este es el
camino que ha elegido para consolarnos, salvarnos, liberarnos de nuestra
miseria. Nos sorprende que el Apóstol diga que fuimos liberados no por medio de
la riqueza de Cristo, sino por medio de su pobreza. Y, sin embargo, san Pablo
conoce bien la “riqueza insondable de Cristo”, “heredero de todo”.
¿Qué es, pues, esta pobreza
con la que Jesús nos libera y nos enriquece? Es precisamente su modo de amarnos,
de estar cerca de nosotros, como el buen samaritano que se acerca a ese hombre
que todos habían abandonado medio muerto al borde del camino. Lo que nos da
verdadera libertad, verdadera salvación y verdadera felicidad es su amor lleno
de compasión, de ternura, que quiere compartir con nosotros. La pobreza de
Cristo que nos enriquece consiste en el hecho que se hizo carne, cargó con
nuestras debilidades y nuestros pecados, comunicándonos la misericordia
infinita de Dios. La pobreza de Cristo es la mayor riqueza: la riqueza de Jesús
es su confianza ilimitada en Dios Padre, es encomendarse a Él en todo momento,
buscando siempre y solamente su voluntad y su gloria. Es rico como lo es un
niño que se siente amado por sus padres y los ama, sin dudar ni un instante de
su amor y su ternura. La riqueza de Jesús
radica en el hecho de ser el Hijo, su relación única con el Padre es la
prerrogativa soberana de este Mesías pobre. Cuando
Jesús nos invita a tomar su “yugo llevadero”, nos invita a enriquecernos con
esta “rica pobreza” y “pobre riqueza” suyas, a compartir con Él su espíritu
filial y fraterno, a convertirnos en hijos en el Hijo, hermanos en el Hermano
Primogénito.
Se ha dicho que la única
verdadera tristeza es no ser santos; podríamos decir también que hay
una única verdadera miseria: no vivir como hijos de Dios y hermanos de Cristo.
Nuestro testimonio
Podríamos pensar que este
“camino” de la pobreza fue el de Jesús, mientras que nosotros, que venimos
después de Él, podemos salvar el mundo con los medios humanos adecuados. No es
así. En toda época y en todo lugar, Dios sigue salvando a los hombres y
salvando el mundo mediante la pobreza de Cristo, el cual se hace pobre en los
Sacramentos, en la Palabra y en su Iglesia, que es un pueblo de pobres. La
riqueza de Dios no puede pasar a través de nuestra riqueza, sino siempre y
solamente a través de nuestra pobreza, personal y comunitaria, animada por el
Espíritu de Cristo.
A imitación de nuestro
Maestro, los cristianos estamos llamados a mirar las miserias de los hermanos,
a tocarlas, a hacernos cargo de ellas y a realizar obras concretas a fin de
aliviarlas. La miseria no coincide con la pobreza; la
miseria es la pobreza sin confianza, sin solidaridad, sin esperanza.
Podemos distinguir tres tipos de miseria: la miseria material, la miseria moral
y la miseria espiritual. La miseria
material es la que habitualmente llamamos pobreza y toca a cuantos viven en una
condición que no es digna de la persona humana: privados de sus derechos fundamentales y de los bienes de primera
necesidad como la comida, el agua, las condiciones higiénicas, el trabajo, la
posibilidad de desarrollo y de crecimiento cultural. Frente a
esta miseria la Iglesia ofrece su servicio, su diaconía, para responder a las
necesidades y curar estas heridas que desfiguran el rostro de la humanidad. En
los pobres y en los últimos vemos el rostro de Cristo; amando y ayudando a los
pobres amamos y servimos a Cristo. Nuestros esfuerzos se orientan asimismo a
encontrar el modo de que cesen en el mundo las violaciones de la dignidad
humana, las discriminaciones y los abusos, que, en tantos casos, son el origen
de la miseria. Cuando el poder, el lujo y el dinero se convierten en ídolos, se
anteponen a la exigencia de una distribución justa de las riquezas. Por tanto,
es necesario que las conciencias se conviertan a la justicia, a la igualdad, a
la sobriedad y al compartir.
No es menos preocupante la miseria moral, que consiste en convertirse en esclavos del
vicio y del pecado. ¡Cuántas familias viven angustiadas
porque alguno de sus miembros —a menudo joven— tiene dependencia del alcohol,
las drogas, el juego o la pornografía! ¡Cuántas personas han perdido el sentido
de la vida, están privadas de perspectivas para el futuro y han perdido la
esperanza! Y cuántas personas se ven obligadas a vivir esta miseria por
condiciones sociales injustas, por falta de un trabajo, lo cual les priva de la
dignidad que da llevar el pan a casa, por falta de igualdad respecto de los
derechos a la educación y la salud. En estos casos la miseria moral bien podría
llamarse casi suicidio incipiente. Esta forma de miseria, que también es causa
de ruina económica, siempre va unida a la miseria
espiritual, que nos golpea cuando nos alejamos de Dios y rechazamos su amor. Si consideramos que no necesitamos a Dios, que en
Cristo nos tiende la mano, porque pensamos que nos bastamos a nosotros mismos,
nos encaminamos por un camino de fracaso. Dios es el único que verdaderamente
salva y libera.
El Evangelio es el verdadero
antídoto contra la miseria espiritual: en cada ambiente el cristiano está
llamado a llevar el anuncio liberador de que existe el perdón del mal cometido,
que Dios es más grande que nuestro pecado y nos ama gratuitamente, siempre, y
que estamos hechos para la comunión y para la vida eterna. ¡El Señor nos invita
a anunciar con gozo este mensaje de misericordia y de esperanza! Es hermoso
experimentar la alegría de extender esta buena nueva, de compartir el tesoro
que se nos ha confiado, para consolar los corazones afligidos y dar esperanza a
tantos hermanos y hermanas sumidos en el vacío. Se trata de seguir e imitar a
Jesús, que fue en busca de los pobres y los pecadores como el pastor con la
oveja perdida, y lo hizo lleno de amor. Unidos a Él, podemos abrir con valentía
nuevos caminos de evangelización y promoción humana.
Queridos hermanos y
hermanas, que este tiempo de Cuaresma encuentre a toda la Iglesia dispuesta y
solícita a la hora de testimoniar a cuantos viven en la miseria material, moral
y espiritual el mensaje evangélico, que se resume en el anuncio del amor del
Padre misericordioso, listo para abrazar en Cristo a cada persona. Podremos
hacerlo en la medida en que nos conformemos a Cristo, que se hizo pobre y nos
enriqueció con su pobreza. La Cuaresma es un tiempo adecuado para despojarse; y
nos hará bien preguntarnos de qué podemos privarnos a fin de ayudar y
enriquecer a otros con nuestra pobreza. No olvidemos que la verdadera pobreza
duele: no sería válido un despojo sin esta dimensión penitencial. Desconfío
de la limosna que no cuesta y no duele.
Que el Espíritu Santo,
gracias al cual "[somos] como pobres, pero que enriquecen a muchos; como
necesitados, pero poseyéndolo todo" sostenga nuestros propósitos y
fortalezca en nosotros la atención y la responsabilidad ante la miseria humana,
para que seamos misericordiosos y agentes de misericordia. Con este deseo,
aseguro mi oración por todos los creyentes. Que cada comunidad eclesial recorra
provechosamente el camino cuaresmal. Os pido que recéis por mí. Que el Señor os
bendiga y la Virgen os guarde”.
PD: Subrayado nuestro.
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