Ronald Castellano: Reflexión desde el Evangelio de Domingo de Ramos

Hoy comienza el tramo final del camino que conduce a Jesús hacia Jerusalén, debemos subir con Él, para vivir la Pascua, centro de nuestra fe cristiana, porque es desde la luz pascual como podemos iluminar en esperanza el misterio de la muerte vencida por Cristo con su Resurrección

Diácono Ronald Castellano
Publicado el 02 de abril de 2023

¡En tu Cruz sigues hoy Jesús!

La liturgia de hoy, nos regala lecturas que invitan a situarnos frente a un hecho que cambió para siempre la forma de mirar y comprender el misterio de la muerte. Es necesario resaltar que los signos de este domingo expresan un binomio entre alegría y tristeza, realidades cotidianas para nosotros y para nuestros hermanos. Hoy comienza el tramo final del camino que conduce a Jesús hacia Jerusalén, debemos subir con Él, para vivir la Pascua, centro de nuestra fe cristiana, porque es desde la luz pascual como podemos iluminar en esperanza el misterio de la muerte vencida por Cristo con su Resurrección.

El verbo Encarnado en María cumpliendo la voluntad del Padre, despojado de su condición divina, sin ningún tipo de alarde por ser Dios, se sometió a la muerte en la Cruz. ¡Que incomparable amor de Dios Padre! que por rescatarnos sacrificó a su Hijo quien pagó por todos nosotros, la deuda de Adán y con su sangre derramada por amor canceló la condena antigua del pecado.

La escena de la crucifixión es como una recapitulación condensada de la vida y doctrina de Jesús. Por lo cual, si bien la cruz significaba una cosa y sólo una cosa: la muerte por la forma más dolorosa y humillante que los seres humanos podrían desarrollar, aún así, los cristianos, no deberíamos leer la pasión, sólo como un acontecimiento lleno de sangre y sufrimiento cruel, sino como el misterio de la identificación plena con la causa de Jesús, con el proyecto del Reino de Dios que había anunciado hasta llegar a sus últimas consecuencias. No sufrió Jesús más que los crucificados de los caminos que el imperio romano prodigaba, ni derramó más sangre que ellos, pero sí estuvo identificado con el sufrimiento de todos esos crucificados de esa época y se identifica con los crucificados de hoy. 

Es verdad que en su juicio concurren una serie de circunstancias religiosas que lo hacen diferente, y por ello a un juicio y a una condena diferente, contemplamos una condena diferente.

No debemos insistir demasiado en el sufrimiento porque el mismo Jesús no quiso quedarse en él sino que Resucitó para redimensionar el sufrimiento, además esa no es la clave del relato evangélico de Mateo, sino en cómo una comunidad de seguidores y creyentes, se identifica con su Señor para hacer posible que el proyecto salvador de Dios se viva de verdad por encima de las decisiones absurdas de los dirigentes del pueblo que no pudieron asumir el hecho de que el Profeta desmontara la concepción que ellos tenían sobre Dios y sobre la religión de Israel. Y eso iba en beneficio de toda la humanidad.

El Evangelista evoca con este texto profético la salvación realizada por Jesucristo que, clavado en la cruz, ha cumplido la promesa divina de redención. La sangre y el agua que brotaron del costado traspasado de Jesús son figuras de todos los sacramentos, y de la misma Iglesia. Allí se abría la puerta de la vida, de donde manaron los sacramentos de la Iglesia, sin los cuales no se entra en la vida que es verdadera vida. 

Este segundo Adán se durmió en la cruz para que de allí le fuese formada una esposa que salió de su costado.

Ahora volvamos la mirada sobre la exclamación que orienta nuestra reflexión, que sin duda alguna está unida, a la exclamación de Judas: ¡he pecado entregando sangre inocente! Y ¿qué significa que Jesús siga clavado en su cruz hoy? ¿Qué se siga entregando sangre inocente? En la víspera de la Pascua se inmolaban oficialmente en el templo los corderos pascuales a los que, según la Ley, no se podía romper ningún hueso.

Un animal sin mancha e inocente, con el cual se identifica el Cordero de Dios, Cordero de Dios que se identifica con todos los que hoy viven condenados por la realidad que este Cordero quiere redimir nuevamente en la cruz y que lo acompaña por donde va: en los presos condenados injustamente por sistemas opresores y antihumanos, en los que sufren la tortura y persecución en nombre de Dios como el obispo Rolando Álvarez condenado a 26 años de prisión en Nicaragua, en los desplazados e inmigrantes a causa de sistemas que exponen a sus hermanos para que al igual que Jesús reciban insultos, maltratos y salivazos de las sociedades mal llamadas progresistas, en los abuelos que viven en soledad, en los enfermos desasistidos por sistemas promotores de muerte, en los no nacidos producto de leyes abortistas que fomentan el desprecio por la vida, en las mujeres torturadas y vejadas por sociedades y sistemas que no reconocen su dignidad y valor o que creen reconocerlas en leyes que ni ellos mismos cumplen, en el deterioro de la familia cada vez más desconfigurada con la imagen de la familia de Nazaret, en definitiva, en el llanto que causa tantas injusticias de los excluidos que nos recuerdan que en pleno siglo 21 Jesús continua muriendo ante nuestros ojos, ojos muchas veces llenos de indiferencia, llenos de condena, llenos de gritos ¡crucifícalo!

La causa de la condena de Jesús: ser fiel e inocente testigo del amor verdadero. Despojado de toda dignidad fue condenado por el odio y el rencor, coronado de espinas como Rey dio su vida por el Reino de Dios.

Hoy Señor te volvemos a clavar en los hombres y mujeres que mueren sin razón, en los que mueren por las nuevas formas de tortura, hambrientos y sin hogar, por cada vez que somos injustos y cerramos nuestro corazón con la más vil indiferencia, por cada vez que en nombre del progreso y de la ciencia deshumanizamos nuestra dignidad humana que Tú nos restableciste en la cruz.

Hoy tu sangre se vuelve a derramar y la volvemos a derramar cada vez que condenamos a un inocente, cada vez que cargamos cruces a los demás olvidando tu pena y tu dolor, Hoy tu sangre se vuelve a derramar por gritar los derechos y el amor, porque sigues muriendo en el justo que dice la verdad, en los más pobres, en los que no tienen voz.

Finalmente, la crucifixión de nuestro Señor es una llamada para mirar también, hacia dentro de nuestra Iglesia, porque al igual que los escribas y fariseos, lo crucificamos y derramamos su sangre cuando promovemos acciones de injusticias, cuando silenciamos los talentos en nuestros hermanos, cuando nuestras relaciones deshonestas matan la fraternidad, cuando somos egoístas y no somos capaces de compartir nuestro pan, cuando solucionamos todo con “yo te encomiendo en la oración” o vete y reza que Dios proveerá, cuando Dios quiere proveer a través de nosotros, cuando inventamos cargas y justificamos injusticias en nombre de Jesús, cuando utilizamos el Evangelio para manipular y no para iluminar las realidades humanas, cuando no somos signos de vida y de diferencia, cuando nos asociamos para apagar la llamada de Dios en nuestros hermanos y nos creemos dueños de la mies del Señor donde sólo somos empleados, cuando no somos capaces de crecer en el diálogo y con historias insanas y mal infundadas destruimos la fama de nuestros hermanos en el ministerio y en la fe, cuando al igual que la ciencia deshumanizamos la dignidad que en el bautismo nos iguala como hijos de Dios.  

Pidamos al inicio de esta Semana Santa a la Santísima Virgen María que avanzó también en la peregrinación de la fe, y mantuvo fielmente su unión con su Hijo hasta la Cruz, junto a la cual, no sin designio divino, se mantuvo erguida, sufriendo profundamente con su Unigénito y asociándose con entrañas de madre a su sacrificio, consintiendo amorosamente en la inmolación de la Víctima que Ella misma había engendrado, nos alcance la gracias de poder estar al pie de la cruz y contribuir a que nuestros hermanos crucificados en Cristo puedan verse libre de las cruces que hoy la humanidad dispone para volver a matar a Jesús. Amén.


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