El arzobispo de Caracas celebró 50 años
de Vida Sacerdotal acompañado de la Conferencia Episcopal durante una misa en el
gimnasio “Papá” Carrillo
Ramón Antonio Pérez // @GuardianCatolic
Caracas,
20 de agosto de 2017
“De todo corazón doy gracias a Dios hoy por su gracia,
manifestada en mi existencia, en mi querida familia, en mi querida Iglesia
caraqueña. Igualmente agradezco al Santo Padre Francisco su hermosa salutación,
y correspondo manifestándole mi comunión al Sucesor de Pedro y Vicario de
Cristo, a quien los católicos venezolanos veneramos afectuosamente”.
Así se expresó el cardenal Jorge Urosa Savino este sábado 19
de agosto, en el gimnasio José Joaquín “Papá” Carrillo de Los Dos Caminos,
durante una misa en acción de gracias por sus 50 años de vida sacerdotal, en la
que estuvo acompañado de unos treinta obispos de la Conferencia Episcopal
Venezolana (CEV), el presbiterio y buena parte de la feligresía metropolitana.
También estuvo presente el nuncio apostólico de Su Santidad
en Venezuela, monseñor Aldo Giordano, quien leyó un mensaje del Papa Francisco en reconocimiento al trabajo de Urosa Savino. Igualmente, asistieron
representantes del Consejo de Iglesias Históricas de Caracas, con quienes
compartió expresiones de unidad y cordialidad propias de la fe cristiana.
Urosa denunció la grave crisis política
“En medio y a pesar de la gravísima crisis política, económica, y social
que vivimos, tenemos en Caracas y en toda Venezuela muchas manifestaciones de
la bondad del Señor”, dijo el cardenal Urosa al agradecer a todos por
su acompañamiento en la eucaristía.
Enfatizó “la unidad de nuestra Iglesia” venezolana, “el
entusiasmo pastoral manifestado en el intenso trabajo realizado en todas las
comunidades”, y las nuevas iniciativas como “la olla solidaria”.
Además, habló
del “trabajo en las actuales circunstancias, con valentía y firmeza por la
defensa de familia y de la vida, de valores como la libertad y la justicia, y
de los derechos humanos, nuestros y de los demás, que es algo que hemos de
intensificar y profundizar”.
El Purpurado indicó que junto a sus hermanos obispos y
sacerdotes, profundizará y continuará “con fuerza, dándole la mano al pobre, al
desvalido, al perseguido, al necesitado”. Espera que los
miembros de la Iglesia sigan siendo “instrumentos de la misericordia de Dios”.
Monseñor Luis Armando Tineo, obispo de Carora, fue el
encargado de ofrecer la homilía y también recordó el compromiso sacerdotal
adquirido por Urosa Savino, su defensa en favor de los derechos humanos y su
valentía al señalar las injusticias
en la realidad actual de Venezuela.
Con anterioridad los obispos auxiliares de Caracas,
monseñores: Jesús González de Zárate, Tulio Luis Ramírez Padilla, José Trinidad
Fernández, Enrique Parravano Marino y Nicolás Bermúdez Villamizar (Emérito), dieron
a conocer un comunicado expresando que este aniversario “es un motivo de particular
alegría para toda nuestra Arquidiócesis”.
La Coral
Betania y los Ministerios de Música de la Catedral Metropolitana y Basílica
Santa Teresa de Caracas, animaron en todo momento esta ceremonia por los 50
años de vida sacerdotal del cardenal Urosa Savino.
A continuación el mensaje completo del Cardenal Urosa:
Alocución al final de la Santa Misa
en acción de gracias por sus 50 años de Vida
Sacerdotal
+JORGE L. UROSA SAVINO,
CARDENAL ARZOBISPO
DE CARACAS
“Bendito sea el Dios y Padre de
Nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones
espirituales, en los cielos, en Cristo” (Ef. 1,3)
Al
finalizar nuestra santa Eucaristía, estas palabras de San Pablo apóstol
expresan mis sentimientos de gratitud al Señor por mis 50 años de sacerdocio, más
aún por mi vida entera. Él nos dice en otra de sus epístolas: “El que se
gloría, que se gloría en el Señor” (2 Co 10,17). De todo corazón doy gracias a
Dios hoy por su gracia, manifestada en mi existencia, en mi querida familia, en
mi querida Iglesia caraqueña. Igualmente agradezco al Santo Padre Francisco su
hermosa salutación, y correspondo manifestándole mi comunión al Sucesor de
Pedro y Vicario de Cristo, a quien los católicos venezolanos veneramos
afectuosamente unidos en la fe.
En
estos días de reflexión he ido pasando revista a tantas cosas buenas que el
Señor me ha ido concediendo y por ello le doy infinitas gracias a Dios. Y
también a Ustedes, mis queridos hermanos, que han querido acompañarme en esta
hermosa celebración, para cantar las glorias del Señor, presente de una manera
misteriosa y sobrenatural, pero no por ello menos real, en un hombre común, un siervo de
Dios limitado e imperfecto, pero que fue llamado por él a la insigne dignidad
sacerdotal, de ser amigo y testigo, ministro y sacramento personal e
instrumento de Cristo – que todo eso es el sacerdote - para comunicar la
misericordia del Padre a la humanidad. Gracias a Ustedes por estar aquí.
¡CONFIAR EN DIOS
E IR MAR ADENTRO!
Debemos
a Dios lo que somos cada uno de nosotros, pero también a muchas otras personas
que hemos encontrado en nuestras vidas. Especialmente quiero recordar en estos
momentos a mis padres y hermanos, a mis queridos pastores y maestros Mons.
Rafael Arias Blanco, el Cardenal José Humberto Quintero, el Cardenal José Alí Lebrún,
el insigne Arzobispo de Valencia Luis
Eduardo Henríquez, y a mi querido y bondadoso predecesor el Cardenal Ignacio
Velasco García.
En
el año 2005, por insondables designios de su voluntad, a pesar de
circunstancias adversas, el Señor me trajo a Caracas para confiarme el cuidado pastoral de mi querida
Iglesia caraqueña en la cual nací a la vida cristiana. Han sido años de grandes
experiencias, de muchas satisfacciones, aunadas a dificultades y momentos de
dolor. Esta es la época de mayor escasez de sacerdotes en Caracas en los
últimos 80 años; es la época de mayores dificultades económicas en ese mismo
tiempo, y además, nos agobian gravísimas circunstancias de orden político. Pero
también: en medio de esas circunstancias Dios nos ha bendecido entre otras
cosas, con un número no pequeño de nuevos sacerdotes para Caracas, cuarenta y
cuatro, además de varios sacerdotes de institutos de vida consagrada; con el
florecimiento del diaconado permanente; nos anima con la estrecha comunión y
cohesión en el presbiterio y con los consagrados, con un estupendo Plan de Pastoral
en el cual están marcadas las prioridades pastorales que hemos de tener
presentes siempre: la evangelización y la catequesis, la familia, la juventud,
la pastoral vocacional y la pastoral social.
Sí,
mis queridos hermanos. En medio y a pesar de la gravísima crisis política, económica,
y social que vivimos, tenemos en Caracas y en toda Venezuela muchas manifestaciones de la bondad del Señor:
la unidad de nuestra Iglesia, el entusiasmo pastoral manifestado en el intenso
trabajo realizado en todas nuestras comunidades, y en nuevas iniciativas como “la olla solidaria”; el trabajo en las actuales
circunstancias, con valentía y firmeza por la defensa de familia y de la vida, de valores
como la libertad y la justicia, y de los derechos humanos, nuestros y de los
demás, que es algo que hemos de intensificar y profundizar. Con fuerza,
dándole la mano al pobre, al desvalido, al perseguido, al necesitado. Siendo
así instrumentos de la misericordia de Dios. Y con la gracia y la fuerza del
Señor, unidos todos, sacerdotes y consagrados, seglares y Obispos lo seguiremos
haciendo con gran entusiasmo y determinación. Por todos esos dones podemos
darle gracias a Dios!
¡Claro
que sí! A pesar de las dificultades, nosotros, como los apóstoles en el lago de
Galilea, podemos lanzar las redes confiadamente en el nombre de Jesús, con
entusiasmo y confianza. El calma nuestras tempestades (Mt 8, 23-27). Él nos
acompaña y nos anima: “Soy yo, no tengan miedo” (Mt 14, 27), nos dice, y nos ayuda a caminar sobre las aguas. Él nos impulsa
a remar
mar adentro (Lc 5,4), es decir a intensificar nuestra vida de piedad,
nuestra alabanza, nuestro testimonio y nuestra labor apostólica. Por esa
permanente asistencia y ayuda del Señor, que nos comunica su Espíritu de
fortaleza y sabiduría, digamos todos: ¡Gracias, Señor, gracias!
ALGUNAS
REFLEXIONES
En
este bellísimo encuentro quiero aprovechar la ocasión para compartir con ustedes
algunas convicciones que he ido
madurando a lo largo de mi vida cristiana y sacerdotal.
La
primera, y que yo repito mucho: la
Iglesia vive, se renueva y crece. Movida por el Espíritu Santo y conducida
por Cristo, el Buen Pastor, en medio de las dificultades, la Iglesia va
adelante. Y eso debe llenarnos de alegría, fortalecer nuestra fe, y sostener
nuestra esperanza. La Iglesia es la comunidad cristiana, dotada de innumerables
carismas, llamada a dar testimonio del señorío y del amor de Cristo en el mundo
desde el hogar, desde la vida social, económica y política. La Iglesia es
grande por ser el cuerpo místico de Cristo, fundada y sostenida permanentemente
por el Señor, animada por la acción del Espíritu Santo de Dios. Su fuerza y su gloria
es su unión con el Señor Jesús, su entrega al amor de Dios Padre, su fidelidad
a la acción del Espíritu Santo. Por ello, las puertas del infierno no
prevalecerán contra ella. Por esa misma razón, como lo he dicho muchas veces, la
Iglesia vive, se renueva y crece: por la acción de Dios en ella.
La segunda convicción: La grandeza de nuestra
gloriosa condición cristiana. ¡Sí! Grandeza y consiguiente alegría y santo
orgullo por nuestra gloriosa condición e identidad cristiana: somos hijos de Dios, discípulos
de Jesucristo, y miembros de nuestra Iglesia Católica. En estos tiempos de
arremetida del secularismo, de la tendencia a sacar a Dios de la vida social, de
la vida de la familia y de los seres humanos, a menospreciar y atacar lo
religioso, es importante que nosotros estemos conscientes de la grandeza de
nuestra condición e identidad cristiana: qué grande es ser hijos de Dios, como Jesucristo,
llamados a compartir la misma vida divina; qué honor ser discípulos y hermanos
de Jesús, el Divino maestro, “el camino la verdad y la vida”, que nos guía por
el sendero de la luz hacia la plena felicidad; qué hermoso es ser parte de la Iglesia
católica, el pueblo de Dios, de la vida y de la salvación. Por todo eso, demos
gracias a Dios nuestro Señor.
Y
la otra convicción, surgida de la meditación en la obra de Dios y de la
experiencia vital y religiosa, una enseñanza fundamental del cristianismo que
no subrayamos suficientemente: la
fidelidad a Cristo es el camino de la felicidad. Cristo nos lo dice en
Lucas 11, 28: “Felices serán los que escuchen la palabra de Dios y la cumplan”.
Luego de más de siete décadas de vida y de cincuenta años de sacerdocio, al
abrigo del amor del Señor, esa es para mí no sólo una enseñanza central de
Jesucristo, sino una convicción muy viva que llevo dentro de mi corazón: la
felicidad viene de Dios. Y él nos la concede, con tribulaciones y problemas,
sin duda, en la medida en que escuchamos y cumplimos su Palabra, que es Palabra
de vida, de gozo, de felicidad y salvación. Como recuerdo de esta celebración,
les dejo esas reflexiones: la alegría por nuestra identidad cristiana, la
confianza en la vida y vigencia de la Iglesia
de Dios, y la vivencia del evangelio como fuente de la felicidad.
CONCLUSIÓN
Para
finalizar, los invito a renovar nuestro amor y fidelidad a María Santísima, Nuestra
Señora de Coromoto. Que la imitemos en el amor a Cristo, y en la escucha y
cumplimiento de la palabra de Dios, que es el camino hacia la felicidad. Y que
ella nos ayude en estos momentos difíciles de nuestra patria, a resolver
nuestros conflictos de manera pacífica.
Amén.
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