En este mes de noviembre, al final del
año litúrgico, especialmente en la Misa de los domingos, la Iglesia nos invita
a reflexionar sobre la certeza de la muerte, la realidad del juicio final, y la
firme esperanza de la gloria eterna. En ese contexto los invito a recordar una
hermosa frase de San Pablo, en su carta a los romanos: “¡En todas las cosas Dios
interviene para bien de los que lo aman! “(8, 28)
Con realismo y serenidad, quienes
creemos en Jesucristo confrontamos las penas de este mundo con fe y firme
esperanza en la salvación y la felicidad que Dios nos ofrece. “Esperando
contra toda esperanza, como Abraham” (Rm. 4, 21) ¡Porque Dios nos ama y
está con nosotros! Y, repito, Él hace que -para quienes lo amamos- todo sea
para nuestro bien.
Esta afirmación de fe y esperanza en el
amor misericordioso de Dios, nuestro bondadoso Padre celestial, es muy
necesaria ante la realidad del mal y de la muerte, ineludible para todos
nosotros, y ante la muerte de nuestros seres queridos. Pero más todavía en este año,
marcado por el terrible Covid 19 que ha cambiado y afligido nuestras vidas.
Esta peste nos oprime y nos desconcierta, pero sabemos que también ella pasará
y que saldremos de esta noche oscura dentro de pocos meses. Algo así pasó hace
100 años, a principios del siglo 20, con la mal llamada gripe española. Golpeó al mundo entero durante casi dos años. ! ¡Y
terminó y se fue!
La certeza cristiana de la cercanía de
Dios, y de la superioridad de los bienes celestiales que Él nos da -incluso en
esta vida-, nos conforta y nos alienta. Su amor, su gracia que nos consuela y
fortalece, la luz de la fe que nos orienta para soportar y vencer el mal, sus santos
sacramentos, nos llenan de fuerza en los peores momentos.
Sin duda la existencia humana está
marcada por problemas y dificultades, y por las tinieblas de la muerte. San
Pablo en esa hermosa carta nos dice: “la
creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto. Y no solo
ella: también nosotros mismos gemimos en nuestro interior anhelando el rescate
de nuestro cuerpo”. Pero él continúa diciendo: “El Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza” (cfr. 22-26). Y luego:
“¿Si Dios está con nosotros, quien contra nosotros? Pues estoy seguro de que ni
la muerte ni la vida ni los ángeles… ni otra criatura alguna podrá separarnos
del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro” (cfr. 31-39).
Además, en su primera carta a los
Corintios, cap. 15, San Pablo nos reafirma en la sólida fe en la resurrección
de Cristo y en nuestra propia y futura resurrección. Por eso, ante la sombra de
la muerte, de la pandemia, y de las contrariedades y sufrimientos de la vida,
mantengamos firmes nuestra fe y nuestra esperanza.
“Si Dios está por nosotros, ¿quién
podrá contra nosotros? “(Rm 8,31)
Abramos nuestros corazones al amor de Dios, manifestado en Jesús, nuestro Divino salvador y en nuestra madre amorosa, la Santísima Virgen María. Y vivamos cada vez más unidos a Jesucristo, Rey del Universo, para alcanzar la salvación y la vida eterna. Amén.
Caracas, 23 de noviembre de 2020
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