Durante
la consagración de siete nuevos sacerdotes, motivó al clero a “llevar el
consuelo, la luz y el amor de Dios a tanta gente triste, confundida, amargada,
y darles así una razón para vivir”
Ramón
Antonio Pérez // @GuardianCatolic
“El llamado
del Señor a ser misericordiosos, reiterado este año por el Papa Francisco, debe
marcar nuestra existencia sacerdotal. Porque el sacerdote está
configurado a Cristo buen pastor, que da la vida por sus ovejas”.
De esta manera
se pronunció el cardenal Jorge Urosa Savino, el sábado 23 de julio, al
consagrar a siete nuevos sacerdotes para iglesia de Caracas, durante una
ceremonia que presidió en el templo “Nuestra Señora de Chiquinquirá”, en La
Florida, Caracas.
Los nuevos sacerdotes
consagrados son Luis Aldama, Miguel
Galdámez, Jesús Godoy, José Luis Irazu, Alexander Morales, Ronny Pérez y
Rolando Rojas, a quienes el arzobispo de Caracas, les recordó: “el
sacerdote no es un funcionario, no es un activista social, no es un promotor
comunitario. Es mucho más que eso”.
Según explicó
Urosa: “El sacerdotes es otro Cristo”,
porque está marcado por el sello del Espíritu Santo que lo configura y lo hace
semejante a Cristo sacerdote que dio su vida para la salvación del mundo. “Por
eso es tan grande y hermoso el sacerdocio cristiano. Por eso vale la pena ser
sacerdote”, acotó el Purpurado de Venezuela.
Durante la
ceremonia el Cardenal estuvo acompañado de sus obispos auxiliares, monseñores Jesús
González de Zárate, Tulio Luis Ramírez Padilla, José Trinidad Fernández, Enrique
José Parravano Marino y Nicolás Bermúdez Villamizar (Emérito).
Igualmente
asistieron los rectores de los seminarios “Santa Rosa de Lima” y “Redemptoris
Mater”, presbíteros Francisco Morales y César Hernández, respectivamente, así
como una buena representación del clero caraqueño.
José Luis Irazu pronunció
las palabras de agradecimiento en nombre de sus compañeros y dijo que estos
nuevos sacerdotes están dispuestos “a ponerse al servicio de los demás como
buenos administradoras de la misericordia y gracia de Dios”.
A continuación el
mensaje íntegro del Arzobispo de Caracas:
“FELICES LOS MISERICORDIOSOS”
Homilía en la ordenación presbiteral de los Diáconos Luis A. Aldama, Miguel D. Galdámez, Jesús Godoy, José
Luis Irazu, Alexander Morales, Ronny Pérez Robles y Rolando Rojas; Iglesia de
N. Sra. de Chiquinquirá, 23 de julio de 2016,
+Jorge Urosa Savino,
Cardenal Arzobispo de Caracas
“Felices los misericordiosos,
porque ellos alcanzarán misericordia”
(Mt 5,7)
Hoy los católicos de Caracas
estamos de fiesta. Damos gracias a Dios porque siete hermanos nuestros, luego de larga preparación,
movidos por su amor a Dios y a su pueblo santo, han venido aquí decididos a
entregarse al Señor para toda la vida como presbíteros de la Iglesia, como
ministros del Altar.
SACERDOTES MISERICORDIOSOS COMO EL PADRE
Realizamos esta sagrada y solemne
ceremonia en el año de la Misericordia. El Papa Francisco invitó a la Iglesia,
a cada uno de los católicos, a considerar durante este año la inmensa
misericordia de Dios para que valoremos cada vez más la grandeza de la bondad
misericordiosa de Dios, manifestada sobre todo en Jesucristo, nuestro Divino
salvador, el Buen Pastor, sumo y eterno sacerdote de la redención. Los invito,
pues, queridos hermanos a dar gracias a Dios por su amor misericordioso, pues
por su misericordia hemos recibido el don de la fe y el bautismo, tenemos la
redención y el perdón de nuestros pecados, somos parte de su pueblo santo y
gozamos de la presencia viva del Espíritu en nuestro cuerpo y alma, pues somos
templos vivos del Señor. Demos, pues, gracias a Dios. ¡Gracias, Señor, gracias!
Pero además, queridos hermanos,
el Papa nos invita a todos a ser misericordiosos como el Padre, es
decir, a acercarnos con amor, con bondad, solidaridad y clemencia a nuestros
hermanos, especialmente a los más necesitados. Al respecto, en esta celebración hemos escuchado el
bellísimo texto de las Bienaventuranzas (Mt 5, 1-12), que son el programa de vida del cristiano. Jesús, al iniciar su predicación,
nos señaló el camino hacia la felicidad,
que es el camino de la fe y del amor, de la entrega a Jesús y a nuestros
hermanos. Y en ese programa, en ese camino tiene un lugar muy importante una enseñanza,
que es a la vez una promesa y una exigencia: “Felices los misericordiosos,
porque ellos alcanzarán misericordia” (Mt 5,7). Es una exigencia, pues el Señor
nos marca el camino del discípulo; y es una promesa, porque el Señor nos
promete la felicidad a quienes practiquemos la misericordia. Este mandato y promesa
están dirigidos, sin duda a todos los cristianos, discípulos del Señor. Pero de
manera particular a quienes, como nuestros siete diáconos, han querido
consagrarse al servicio de Dios y de su pueblo santo, de la Iglesia.
Mis queridos ordenandos y muy
queridos hermanos obispos y sacerdotes:
El llamado del Señor a ser
misericordiosos, reiterado este año por el Papa Francisco, debe marcar nuestra
existencia sacerdotal. Porque el sacerdote está configurado a Cristo buen
pastor, que da la vida por sus ovejas (Jn 10,11). El sacerdote no es un funcionario,
no es un activista social, no es un promotor comunitario. Es mucho más que eso:
el sacerdote es otro Cristo, está marcado por el sello del Espíritu Santo
que lo configura, lo hace semejante a Cristo sacerdote, que dio su
vida para la salvación del mundo. Por eso es tan grande y hermoso el sacerdocio
cristiano. Por eso vale la pena ser sacerdote.
Y por esa razón, por estar
configurados a Cristo, rostro de la misericordia del Padre, los sacerdotes estamos llamados a ejercer la
misericordia de Dios, de manera especial, en la práctica de las obras
espirituales de misericordia, es decir, de la acción pastoral y religiosa de la
salvación, del llamado a los hombres a la conversión. Nuestra misericordia,
debe manifestarse sin duda en la caridad viva hacia los pobres, en las obras
corporales de misericordia. La Iglesia en Caracas tiene muchas obras de acción
social. Y es preciso que, como ya lo hemos indicado, en cada Parroquia, en cada
unidad de acción pastoral creemos una nueva obra o fortalezcamos las que ya
tenemos al servicio de nuestros hermanos, especialmente en esta situación
terrible de escasez y carestía de alimentos
medicinas. Pero, además de las obras de acción social, nuestra
misericordia sacerdotal debe manifestarse,
sobre todo, en la acción religiosa,
de santificación, de evangelización, de enseñanza de la esplendorosa verdad de
Cristo. Porque “el sacerdote debe ser una persona animada por un intenso celo
apostólico, un intenso ardor pastoral, que lo lleve a realizar granes tareas
pastorales por la salvación de las almas (Cardenal Urosa, Homilía en la Misa
Crismal de 2016).
LA BELLEZA DE LA VIDA SACERDOTAL
Queridos ordenandos: Recuerden
siempre que la mayor obra de misericordia que podemos hacer a alguien es
ayudarlo a encontrarse con Dios. Por eso la vida y el ministerio sacerdotal son tan hermosos, pues el
sacerdocio es un ejercicio permanente de la misericordia salvífica del Señor
para con la humanidad necesitada de Dios.
Ser sacerdote es algo grande y
vale la pena, porque el sacerdote está todo él identificado ontológicamente a Jesús, y por eso está llamado a vivir como
El, a tener sus mismos sentimientos, a
dar su vida todos los días por el pueblo de Dios, a ofrecerse con Jesús en la
Eucaristía. Recordemos
las palabras de San Pablo en la carta a los filipenses: “Tengan Ustedes los mismos sentimientos de Cristo, el cual, siendo de
condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios, sino que se despojó
de sí mismo, tomando la condición de siervo…
y se entregó hasta la muerte, y una muerte de cruz” (Fil 2, 5-8).
El sacerdocio de Cristo, mis queridos hermanos, es la ofrenda
religiosa, amorosa, de su vida por la salvación del mundo. Es bueno recordar
que así lo enseña San Juan Evangelista, al citar a Caifás cuando exigía la
muerte de Cristo: “Es mejor que muera uno solo por el pueblo y no que perezca
toda la nación. Esto no lo dijo por su propia cuenta sino que, como era Sumo
Sacerdote, profetizó que Jesús iba a morir por la nación – y no solo por la
nación, sino también para reunir en uno a los hijos de Dios que estaban
dispersos” (Jn 11, 50-52). Y por ello, nuestro sacerdocio ministerial confiado
por Cristo a los Apóstoles y a sus sucesores, los obispos, y a través de ellos
a los presbíteros, es también entrega, oblación amorosa, vital, alegre y
confiada de nuestras vidas en sacrificio, en ofrenda religiosa y sacrificial a
Dios nuestro Padre amoroso por la salvación del mundo.
Y toda la existencia del buen y
auténtico sacerdote está dedicada a hacer el bien, a santificar al pueblo, a
manifestar la esplendorosa verdad del Evangelio, a llevar el consuelo la luz y
el amor de Dios a tanta gente triste, confundida, amargada, y darles así una
razón para vivir y para esterar, y ayudarlos a unirse a Jesús para alcanzar así
la felicidad en esta vida y en la vida eterna. Por eso es tan bella la vida
sacerdotal, la vida del sacerdote diocesano.
El sacerdote diocesano,
consagrado al servicio de una Iglesia local, unido en torno a su Obispos, está
llamado a vivir configurado plenamente al Señor Jesucristo en una
espiritualidad, propia, cuyas líneas
principales son, como nos enseña el Concilio Plenario de Venezuela, en el Documento “Obispos, presbíteros y
Diáconos al servicio de una Iglesia en Comunión”, “la identificación personal con Jesús, sumo sacerdote y Buen
Pastor, vivencia intensa de la caridad pastoral, y servicio e identificación
con una Iglesia local” (81). Practicar esas virtudes, tener esas actitudes, es
la clave para alcanzar la santidad y la felicidad en nuestra vida sacerdotal y
por toda la eternidad.
Hoy, mis queridos hermanos,
recordamos estas verdades sobre el sacerdocio cristiano para sentir y apreciar, con el pueblo católico
venezolano, la presencia de Dios en el sacerdote. Y nosotros, los presbíteros y
obispos que participamos en esta solemne ceremonia, tenemos en estos momentos una
feliz oportunidad para valorar más todavía nuestra sagrada vocación, y
sentirnos felices y agradecidos por haber sido invitados a hacer presente a
Jesús en medio de nuestro pueblo, especialmente en estos tiempos tan difíciles
en que nos encontramos.
CONCLUSION
Queridos hermanos Diáconos
Vamos ahora a continuar el sagrado
rito de ordenación. Los invito, pues, a
ponerse en manos de Dios y a querer configurarse, ontológica y existencialmente
a Jesús, Buen Pastor, Sumo y Eterno Sacerdote.
Los invito a intensificar todos los días su unión con
Jesús, nuestro amigo y maestro, “el camino, la verdad y la vida”. Y a unirse
filialmente con la Santísima Virgen María, nuestra amorosa madre celestial.
Pónganse en sus manos e imítenla en su amor y entrega total Jesús, cumpliendo
siempre como ella la Palabra de Dios (Lc
1,38), y acudan a ella confiadamente en todo momento, especialmente en las
horas difíciles del cansancio o de la tentación, cualquiera que esta sea
Mis queridos hermanos todos:
Bendigamos al Señor que nos ha
concedido estos siete nuevos presbíteros al servicio de nuestra querida Iglesia
de Caracas. Oremos por ellos para que sean fieles y siendo fieles, sean
felices. Oremos con fervor siempre en todas nuestras celebraciones, en el
Rosario, en la oración personal, por el aumento de las vocaciones al sacerdocio
y a la vida consagrada, que es la principal necesidad de nuestra Iglesia de
Caracas. Y que el Señor nos lleve por el camino de la felicidad, que es el
camino de la fe, de la esperanza y del amor misericordioso.
Amén.
0 Comentarios
Comentarios de Nuestros Visitantes
Agradecemos sus comentarios, siempre en favor de nuestra Fe Cristiana Católica y de manera positiva. Si considera válido su comentario para ser publicado, se agradece no usar una cuenta anónima o desconocida.