El enviado
papal a Caracas expresó a La Nación de Argentina su preocupación por la crítica
situación en el país y advirtió que Francisco tomó un riesgo grande.
Por Elisabetta Piqué
LA NACION
Roma.- “Si fracasa el diálogo nacional
entre el gobierno venezolano y la oposición, no es el Papa sino el pueblo de
Venezuela el que va a perder, porque el camino podría ser el de la sangre”.
Monseñor Claudio Maria Celli, uno de los
diplomáticos más experimentados de la Santa Sede, acaba de volver de Caracas y
no oculta su preocupación. En su despacho de Villa Nazareth, su residencia de
Roma, recibe todo el tiempo información desde la capital venezolana. Presidente
emérito del Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales, de 75 años y
experto en China y Vietnam, Celli fue nombrado por Francisco como su enviado
especial a Venezuela. La misión es a todas luces difícil: a través de un
diálogo nacional, apagar esa bomba de tiempo que es hoy el país que gobierna
Nicolás Maduro.
Según contó a LA NACION, las
48 horas que pasó a principios de semana en Caracas fueron agotadoras. Luego de
una primera reunión que duró hasta las 2 de la mañana del lunes, el gobierno y
la oposición acordaron poner en marcha cuatro mesas temáticas para destrabar la
situación.
“Cuando me reuní con los representantes
de la oposición, en la mañana del lunes, les dije claramente: «Mi miedo es que
haya muertos en la manifestación del jueves. Y si hay muertos, el diálogo, ¿qué
diálogo es?». La oposición reflexionó y gracias a Dios suspendieron esta
manifestación”, contó Celli.
-Usted estuvo dos veces reunido con
Maduro. ¿Cómo le fue?
-En la primera reunión el presidente me
dijo: «Le prometí al Papa que voy a dialogar y cumpliré la promesa ». En la
segunda, que me pidió él y que fue al día siguiente de la primera reunión
plenaria, le dije: «Señor presidente, esta mañana me encontré con la oposición
y hay tres pedidos. Hay que dar señales y estas no necesitan tiempos bíblicos.
Hay que dar señales de que el diálogo es el único camino, y que se puede
recorrer en este momento». Se lo dije muy claramente.
-¿Cómo encontró el país?
-Es indudable que la situación está muy
fea. No solamente a nivel político, sino a nivel social, económico. No hay comida,
no hay medicinas. Es innegable que el país está enfrentando una situación muy
difícil.
-Usted va a regresar el 11 de noviembre
para revisar los primeros trabajos de las mesas temáticas, pero la distensión
lograda parece haberse evaporado: Maduro llamó «terroristas» a los dirigentes
de Voluntad Popular, y pareció relativizar el diálogo al decir que «la
revolución es irreversible»…
-Yo había pedido evitar expresiones
violentas y agresivas. Empleé un término: un lenguaje des-armado. El problema
es que estas cosas son más fuertes que ellos.
-La situación le pareció peor de lo que
se había imaginado?
-Hay militares por doquier. En las
partes de Caracas por las que pasé hay retenes en todos lados, policías,
militares. La misma noche que llegué al aeropuerto había un bloqueo de policías
cerca de la nunciatura que nos paró para ver quiénes éramos. Y el secretario de
la nunciatura que manejaba el auto dijo: «¿Pero no ha visto la placa
diplomática?».
-¿La Santa Sede considera esto como una
mediación?
-No es una mediación. La Santa Sede
acompaña.
-El Papa está tomando un riesgo muy
grande porque el diálogo puede fracasar en cualquier momento…
-No cabe duda.
-En ese sentido, ¿es optimista o
pesimista?
-Yo estoy y me voy a jugar. El problema
es que yo soy un acompañante. Una cosa es cierta: el Papa goza de un gran
prestigio. Las dos partes, así como los cuatro ex presidentes que acompañan
[Ernesto Samper, José Luis Rodríguez Zapatero, Leonel Fernández y Martín
Torrijos] me dijeron claramente que si no estuviese la Santa Sede, la oposición
no se encontraría con el gobierno. Y las dos partes comprenden que o embocan el
camino de la violencia o embocan el del diálogo.
-¿Es una misión imposible la que le
dieron?
-Yo espero que no. Estoy rezando por
esto. El problema no es que la Santa Sede pierda la cara, es el pueblo
venezolano el que se hunde más. Porque si acaso en una delegación o la otra
quieren terminar con el diálogo, no es el Papa sino el pueblo venezolano el que
va a perder, porque el camino podría verdaderamente ser el de la sangre. Y hay
gente que no tiene miedo de que haya derramamiento de sangre. Esto es lo que me
preocupa. Francisco está jugando un papel muy fuerte. Corremos un riesgo. Vamos
a ver, que Dios nos ayude.
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